Muere la campaña electoral y podemos escribir lo que escribió el cineasta Fernando Colomo cuando murió el actor Klaus Kinski: descansemos en paz. Esta ha sido tal vez la campaña menos campaña de todas las campañas, en el sentido de que cuando echamos la vista atrás tenemos la extraña sensación de que no ha servido para nada. Es como si no hubiera ayudado a nadie a sumar ni un solo apoyo más de los que tenía, sino en todo caso a restárselos a algunos.
Y no es verdad que eso haya sucedido otras veces: en otras ocasiones la campaña sirvió a los partidos para conseguir pequeñas pero significativas, y a veces cruciales, modificaciones de la intención de voto que arrojaban las prospecciones demoscópicas de unas semanas antes. La campaña, de hecho, transcurría lánguida y mortecina desde el principio y lo único que parece haberla perturbado y sacado de su ensimismamiento han sido las movilizaciones del 15-M.
Sin embargo, el 15-M ha perturbado la campaña de una forma poco recomendable para los partidos. La ha alterado como lo hace un calambre: estás adormecido, rozas un cable pelado que había cerca y el latigazo que sufres te despierta, sin duda, pero es un despertar angustiado, dolorido y que te hace amargamente consciente de tu estúpida, irreparable y hasta ridícula fragilidad.
El 15-M ha evidenciado esa fragilidad de los partidos, ha puesto de manifiesto la sospecha de que su autoridad, su liderazgo y su futuro penden de un delgado hilo. En Andalucía, el estallido controlado del 15-M puede haber perjudicado principalmente a los socialistas, pero no tanto porque las protestas vayan contra el PSOE como porque le han arrebatado el foco a la propia campaña en general, y los socialistas necesitaban chupar mucha cámara para doblegar a las encuestas. El 15-M les ha quitado cámara, presencia y atención, y eso es malo. Al PP también le ha ocurrido, pero en su caso es irrelevante: cuando vas ganando el partido, como le ocurría al PP, lo importante es que no se mueva el resultado y el 15-M parece haber ayudado a ello.
Aun así, el movimiento de protesta tal vez haya sido malo para los partidos, pero al menos ha sido bueno para los periodistas. Por fin ha ocurrido algo inesperado, divertido y enigmático en una campaña. Por una vez, el último tramo de una campaña electoral parecía escrito por un buen cineasta.
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