Democracia sin gente
Una política que se limita al momento del voto
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Pedro Salinas, uno de los grandes poetas del siglo XX, se ganó la vida como profesor de literatura. El votante perplejo recuerda con mucha simpatía una confesión de don Pedro: "La enseñanza está muy bien, si no fuese por la horita de clase". Después de valorar la importancia de la educación y la cultura en la sociedad, el humor de Pedro Salinas recalaba en el esfuerzo diario de una clase, justo después de comer, cuando la siesta muerde los talones. Los grandes ideales naufragaban en el mar pesado de una molestia menor.
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Algo parecido ocurre, pero sin sentido del humor, cuando la gente aparece como un problema para la democracia. Después de que los ciudadanos de Barcelona tomaran la calle para protestar por los recortes abusivos del nuevo Gobierno de la Generalitat, Artur Mas declaró que no le impresionaba una manifestación masiva, porque él gobernaba para la mayoría silenciosa. Un sentimiento parecido flota en las consideraciones que hizo Esperanza Aguirredespués de la manifestación rejuvenecedora del 15 de mayo, en la que miles de ciudadanos pidieron una democracia real. La presidenta de la Comunidad de Madrid sugirió que sólo había sido una insignificante reunión antisistema.
La gente parece algo molesta con lo que hay que transigir en elecciones
¿Qué idea tienen Artur Mas y Esperanza Aguirre de la gente y de la democracia? Parece que se trata de cosas molestas, con las que hay que transigir en tiempo de elecciones, pero sin un verdadero protagonismo. El sistema funciona bien cuando los votantes se limitan a reproducir, a ser posible sin mucho entusiasmo, el guión de la farsa electoral. Los votantes son como niños. Basta con que cumplan su papel una vez cada cuatro años, comprando alguna de las ofertas bien establecidas por la rutina. Luego deben desaparecer en la chistera de los magos institucionales. Está fuera de lugar su protagonismo dentro de la vida oficial y de las decisiones de gobierno.
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La mayoría silenciosa de Artur Mas está muy relacionada con el silencio que mantiene Mariano Rajoy en esta campaña. Lo importante para él es no equivocarse, mantener la boca callada, evitar el debate de ideas. Cuando su partido gobierne hará lo que le de la gana y la gente no tiene ningún derecho a saber lo que va a ocurrir con la economía, el paro, los servicios públicos, la inmigración, las centrales nucleares o las libertades cívicas. La gente no tiene por qué enterarse, porque el papel que se le reserva queda reducido al momento del voto. Pedro Salinas sabía que los peores poetas, los que nunca hacen nada bueno, son aquellos que sólo se preocupan de no cometer errores. Al olvidarse de buscar aciertos, hunden el poema en una devastadora mediocridad.
La mediocridad en política tiene que ver con la costumbre de un populismo sin política, de una democracia sin gente. El votante perplejo piensa que para devolverle la salud a la palabra democracia no basta con dejar de aprovecharse de la gente. Ni siquiera basta con gobernar para la gente. Hay que decidirse a gobernar con la gente.