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La ciencia está bien, pero la política está mejor

Alfredo Pérez Rubalcaba. El candidato socialista tenía un futuro prometedor como científico

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La biografía de Alfredo Pérez Rubalcaba podría ilustrar una edición de regalo para militantes socialistas del librito de Max Weber El político y el científico, que en realidad no es propiamente un libro, sino dos conferencias sobre la naturaleza de ambas vocaciones. Rubalcaba las ha tenido las dos, aunque la de científico apenas la ejerció porque fue devorada por la pasión de la política, una diosa que se presta mal a compartir con ninguna otra deidad la veneración de sus fieles servidores.

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En Rubalcaba había en realidad una tercera pasión, que era la de velocista de atletismo. Debió llegar un momento en que le resultaría complicado gestionar tantas vocaciones a la vez. La del atletismo quedó pronto truncada por una grave lesión y la de la política, hacia finales de los sesenta, aún no había dado la cara.

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El candidato socialista tenía un prometedor futuro como investigador

Tras licenciarse en Química, parecía tener por delante una prometedora carrera. La revista Cambio 16, que en los años finales del franquismo era una de las escasas publicaciones de referencia para los lectores con inquietudes políticas, incluyó su nombre en un reportaje sobre jóvenes promesas de la investigación científica.

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La biografía colgada en la web de Interior cuando él era su titular es bastante escueta: "Profesor titular de Química Orgánica del departamento del mismo nombre de la Universidad Complutense. Asimismo, ha trabajado en las universidades de Constanza (Alemania) y Montpellier (Francia). Su labor investigadora dentro de la química orgánica se ha desarrollado en el campo de los mecanismos de reacción, en el que ha publicado una treintena de trabajos en prestigiosas revistas internacionales".

Fue profesor en la Complutense, en Constanza y Montpellier

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Pero, tras unos pocos años dedicado a la universidad, la política ganó la partida y en 1982 se incorpora al equipo gubernamental. La patria perdía un profesor, pero ganaba un político. Max Weber sostiene que "la primera tarea de un profesor es enseñar a sus alumnos a aceptar hechos incómodos". Nunca pudo imaginar Rubalcaba en su etapa docente hasta qué punto habría de parecerse la política a esa explicación de hechos incómodos, sobre todo en su etapa de candidato de un partido en las horas más bajas de toda su historia.

Weber también recuerda que "ninguna ciencia carece por entero de supuestos previos y ninguna puede demostrar su propio valor a quienes rechazan esos supuestos". También en eso se parece mucho la ciencia a la ideología, aunque es seguro que Rubalcaba habrá sentido alguna vez, y muy en particular durante esta difícil campaña electoral, la nostalgia de las demostraciones científicas. Puede, incluso, que haya imaginado a su electorado como un aula repleta de aplicados estudiantes dispuestos a aceptar como un axioma incuestionable que las políticas de izquierdas son más justas y eficientes que las políticas de derechas para salir de la crisis. Pero Rubalcaba peina suficientes canas para saber que la universidad no es la calle, que un mitin no es una clase y que la política es una ciencia de alto riesgo donde explicar hechos incómodos siempre le acaba costando el puesto de profesor.

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