entrevista con la fiscala Susana Gisbert Grifo
"Los programas de reeducación para maltratadores deben ser un instrumento para evitar el delito y no para perpetuarlo"
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MADRID,
Nadie mejor que quien conoce un problema puede dar las claves de su solución. Sin duda el nombre de la fiscala Susana Gisbert Grifo, es perfecto para tal misión. Basta ver su apretada agenda, "solo hoy tengo siete juicios por violencia de género", dice a Público, para entender su implicación profesional y personal con esta dura realidad. Ahora, después de haber escrito varios libros mostrando lo que significa ser víctima del terrorismo machista, o destacando la imperiosa necesidad de que la justicia deje de estar tuerta a la igualdad (Balanza de género), "la perspectiva de género es absolutamente necesaria para pasar de la mera igualdad formal que propugnan las leyes a la igualdad real entre hombres y mujeres a la que debemos aspirar como sociedad", se ha desafiado a sí misma poniéndose en el lugar de varios maltratadores. Y lo ha hecho de una forma tan realista como descarnada. "No me obligues es el fruto de un reto planteado por mi editor, que, después de haber escrito sobre la violencia de género, me preguntaba si sería capaz de ponerme en la piel del maltratador. Fue un ejercicio duro, pero creo que valió la pena. Conseguir que la gente llegue a empatizar con el maltratador, como me ha dicho que han hecho muchas personas que han leído el libro, es muy importante para comprender la complejidad de un fenómeno como la violencia de género", recalca.
¿Hay que cambiar la perspectiva y mirar al victimario en lugar de solo mostrar a las víctimas?
Creo que es esencial mover el foco hacia esa parte, sin olvidar a la víctima. Especialmente, a la hora de prevenir y controlar, sería muy bueno que se vigilen los movimientos del autor en vez de fijar la vista solo en el domicilio y la persona de la víctima, porque de ese modo la anticipación a la hora de evitar el resultado sería mejor. También es interesante estudiar su comportamiento y sus razones, para así poder atacar a la raíz del problema.
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¿En su carrera judicial y con todo lo que ha visto diría que todos los maltratadores son el mismo? ¿Qué todos siguen el mismo patrón y la misma técnica para anular?
Sí y no. Hay, sin duda, una raíz común, el machismo, pero hay muchos modos de vivirlo y de ejercerlo. Quizás podría resumirse en que el fin es el mismo: dominar, pero los medios de llegar a él son infinitos, como infinitos son los perfiles de maltratadores. Ahí radica en gran parte la complejidad del problema y las dificultades para resolverlo.
'No me obligues' no es solo un título. Son tres palabras que son sinónimo del sufrimiento de miles de mujeres y sus criaturas. ¿Qué hay detrás de ellas?
Son tres palabras detrás de las cuales se esconden muchas cosas, y que he oído muchas más veces de las que quisiera. De un lado, los maltratadores culpan a la víctima de sus propios actos, y en sus amenazas suelen emplear expresiones como "no me obligues a hacer lo que no quiero". De otra, las propias víctimas, cuando ven constreñida su libertad, también utilizan expresiones parecidas para suplicar a su verdugo.
Por desgracia a día de hoy hay foros o grupos de WhatsApp de machistas que son hasta públicos ¿cómo se combate esto?
La existencia de foros e incluso de grupos políticos que alimentan bulos como el de las denuncias falsas o que las feministas viven de "chiringuitos" montados en su beneficio es un obstáculo tremendo para avanzar en esta materia. La violencia de género y en general los delitos cometidos contra las mujeres por razón de género son prácticamente los únicos tipos delictivos donde se cuestiona a la víctima y se empatiza con el victimario. Pero eso no hace otra cosa que demostrar lo arraigado que está todavía el machismo en nuestra sociedad. Es más fácil culpar a las mujeres que asumir la culpa propia.
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¿Los programas de reeducación son un arma más de los maltratadores para seguir maltratando y rebajar sus penas e incluso no cumplirlas?
Los programas de reeducación, bien utilizados, deberían ser un instrumento para evitar el delito y no para perpetuarlo. Pero han de ser bien plantados y cumplidos, de lo contrario podrían incluso producir el efecto contrario del pretendido.
¿Qué falta para la efectividad real de los mismos no en el punto final del proceso sino en el prólogo?
La voluntariedad puede ser entendida de muchos modos. Someterse voluntariamente a un programa de ese tipo para evitar el cumplimiento de una pena de prisión u obtener otro beneficio resta el componente de voluntariedad real. El éxito de estos programas ha de pasar necesariamente por un reconocimiento del problema, de lo contrario se convierten en un mero trámite burocrático. Podríamos compararlo en este sentido con los programas de deshabituación de drogas o alcohol en los que el buen fin es prácticamente imposible sin un reconocimiento sincero de la adicción y un propósito de acabar con ella. Cuando el propósito es eludir una pena, contentar a alguien u obtener el perdón de la víctima, su efectividad se difumina por completo.
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¿Puede hacer una radiografía de las '¿Rejas violetas', ese centro como el de su novela, donde se llevan a cabo estos programas?
La verdad es que a los programas de reeducación se les dedica mucha menos atención de la que se debiera. No se pude negar que es un tema delicado, porque no es admisible sustraer atención y medios a las víctimas para dedicarlos al victimario, sino que deben tener su propio planteamiento. El verdadero problema es que muchas veces se entienden como un modo de cubrir el expediente en vez de como un modo de prevención general, que es de lo que se trata. Es prácticamente imposible rehabilitar a nadie de algo que está insertado en su disco duro con meras charlas. Hay programas buenos, sin duda, pero queda mucho camino por andar en este sentido
El fin de la Ley es reeducar y reintegrar al penado ¿Cuándo aun la Ley no está a la altura del sufrimiento y el dolor de las mujeres víctimas este fin último es posible?
Uno de los fines de las penas es, por disposición de la Constitución, la rehabilitación y reinserción del penado. Pero la finalidad de la ley integral contra la violencia de género es mucho más ambiciosa: pretende adelantarse, prevenir y a largo plazos erradicar la violencia de género y ahí el protagonismo absoluto es de las víctimas. Solo cuando todo lo anterior falla es cuando actúa la ley penal, el castigo y, con él, la finalidad de rehabilitación.
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Los maltratadores culpan a todo (el alcohol, las drogas, el paro…). ¿La excusa es la manera de seguir afligiendo maltrato?
El alcohol, las drogas, el paro y situaciones de crisis como las que vivimos ahora son la excusa perfecta para enmascarar un hecho dificilísimo de asumir, que se es un maltratador. Incluso las propias víctimas, en muchos casos, utilizan esas excusas para exculpar a sus verdugos, con expresiones como "no es él, es el alcohol". Y eso es todavía más frecuente en las personas del entorno del maltratador, como su familia o sus amigos, porque es más sencillo asumir que hay un problema externo a que se está conviviendo con un maltratador y se mira hacia otro lado.
¿Hay perdón para los maltratadores?
Depende de cómo se entienda el perdón. Como concepto jurídico muy pocos delitos admiten el perdón del ofendido -así, en masculino- como causa de extinción de la acción penal, y la violencia de género no está entre ellos. Como concepto religioso, todo el mundo pude ser perdonado, pero estamos en un estado laico. Sin embargo, con demasiada frecuencia las mujeres perdonan a sus maltratadores y vuelven con ellos, con lo que en más de una ocasión supone cavar su propia tumba. Por su parte, lo que prevé la ley es, en todo caso, la posibilidad de reinsertarse, que no implica un perdón por sí mismo. Personalmente, opino que quien ha sido víctima o ha sufrido la pérdida de un ser querido por un crimen machista, puede pasar página, pero es difícil que perdone o que olvide. Las secuelas psicológicas le acompañarán siempre.