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Miquel Puig: "La izquierda debe recuperar el concepto de Estado nación para defender los sueldos de las clases populares"

El economista y regidor de ERC en el Ayuntamiento de Barcelona Miquel Puig. — David Rodríguez

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El economista Miquel Puig publica Els salaris de la ira (La Campana), donde explica por qué los salarios reales acumulan décadas de estancamiento. El actual concejal de ERC en el Ayuntamiento de Barcelona también aborda cuestiones como una izquierda desorientada, el desarrollo tecnológico, la globalización o el efecto de la inmigración en los salarios.

Cogiendo como préstamo el título de la obra de John Steinbeck, el clásico Las uvas de la ira, a quien menciona en una de las dedicatorias de Els salaris de la ira (La Campana), Miquel Puig confiesa que lo ha escrito para reflexionar sobre una idea sencilla y complicada a la vez: ¿Por qué los salarios están estancados desde hace cuatro décadas? Seguidor de las teorías liberales, admite que el libro actúa en cierta forma como una actualización de algunos axiomas económicos en los que llegó a creer, como el que vincula los salarios a la productividad, que, al menos, ahora quiere poner en duda.

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Doctor en Economía, después de enseñar sobre esta materia en el ámbito universitario, ha sido director general de Industria en la Generalitat de Catalunya, director general de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals (CCMA) y ejecutivo en empresas del sector privado. Actualmente, es concejal por ERC en el Ayuntamiento de Barcelona. Una izquierda desorientada, el desarrollo tecnológico, la globalización o el efecto de la inmigración en los salarios son problemas que aborda en Els salarios de la ira. Aunque reconoce que no tiene soluciones para resolverlos, acusa a cierto espectro de la clase política de no querer afrontarlos, dejando la puerta abierta a la aparición de los populismos.

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¿Por qué los salarios no han subido en los últimos 40 años?

El libro pretende analizar por qué los sueldos no han subido en este período y qué consecuencias políticas tiene este hecho. No se han subido por varios factores. Uno de ellos es la tecnología que, a corto plazo, tiene siempre un efecto de presión sobre los salarios. Otro elemento es la globalización, que implica trasladar fuera la producción y que acaba destruyendo puestos de trabajo. Y el último es la inmigración. La combinación de estos componentes ha hecho que una parte importante de la población haya visto cómo su puesto de trabajo ha desaparecido o sus condiciones se han deteriorado.

En relación con la inmigración afirma que existe cierto sentimentalismo que defiende que ésta no tiene impacto sobre los salarios. ¿Qué significa?

Ante todo, lo hago para sacar a la extrema derecha de la ecuación y el debate sobre la inmigración. Simplemente intento reflejar un hecho objetivo, basado en datos, que si nos empeñamos en taparlo, lo que hacemos es alimentar el discurso de la extrema derecha. Ante todo, hay que reconocer esta realidad. Es un problema que tiene la izquierda y no sólo con la inmigración. Políticamente, la izquierda se ha desmarcado de la idea del Estado nación, asociándola a la burguesía o al capitalismo. Se ha encontrado con la contradicción entre el ideal internacionalista y la realidad, que muestra que los acuerdos sobre los impuestos a la renta, la consecución del Estado del Bienestar o la protección del mercado laboral a través de un Salario Mínimo Interprofesional (SMI) sólo se consiguen con el Estado nación. Esta paradoja se ha acentuado con la globalización, puesto que desde hace 40 años, las fronteras son más porosas, permitiendo que entren productos y personas. La pérdida de potencia de esta estructura está deteriorando la posición de los de abajo.

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La izquierda debe recuperar el concepto de Estado nación para defender de nuevo los sueldos de las clases populares. Más concretamente con los inmigrantes, es cierto que debemos hacer todo lo posible para regularizar, integrar y formar a las personas que ya están con nosotros, pero al mismo tiempo debemos regular las entradas porque es un factor que desequilibra nuestras sociedades.

¿Esto no supondría una vuelta al proteccionismo económico, similar al que implantó Donald Trump en EEUU?

Creo que en ciertos momentos no hay más remedio. Es cierto que la unificación europea actual trata de construir un Estado nación mayor, integrando países ricos como Suecia u otros extremadamente pobres como Bulgaria, pero hoy por hoy, sólo nos queda reconocer que el Estado nación es lo que puede proteger a los trabajadores.

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Da la sensación como si el libro tuviera cierto cariz biográfico sobre su propio desencanto de las recetas que propugna el modelo económico liberal.

Una parte pequeña del libro sí tiene un componente biográfico, ya que hago referencias a cosas que he ido descubriendo a lo largo de mi vida. Aprendí cosas en la universidad, algunas me las creí y creo que compartir esta experiencia es positivo, ya que ahora, en muchos sitios se están enseñando las mismas teorías y algunas deben matizarse. Una parte del interés que puede tener Els salaris de la ira es que el mundo no es cómo se explica en los libros de texto de las facultades de economía.

¿Qué colectivo sería actualmente el equivalente a los campesinos desplazados de 'Las uvas de la ira'?

Creo que el título condensa muy bien la intención del libro, que es la de reflejar la situación de congelación de los salarios durante cuatro décadas y por otra parte, su impacto sobre la democracia, que se traduce en que una parte importante de la población está enfurecida contra el sistema. En la obra intento vincular dos conceptos nucleares, como son la larga congelación salarial y la gran disparidad salarial con la salud de la democracia. Precisamente quienes más cuestionan la democracia son los más perjudicados por la congelación salarial. Serían quienes reciban los salarios de la ira. El libro también puede entenderse como un grito para que la izquierda reaccione y reanude su tradición que es proteger al trabajador. Una de las tesis que reivindico es que las izquierdas se han centrado demasiado en proteger los derechos civiles, que es algo positivo, pero dejando a un lado los de los trabajadores humildes.

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Otra de las tesis del libro es que los salarios descienden porque hay demasiados trabajadores. ¿Cómo lo gestionamos entonces?

Es una afirmación de sentido común que el mainstream intenta negar. Si los salarios no han subido es porque los trabajadores no han escaseado lo suficiente. A partir de ahí, debemos recordar que la Constitución española reconoce el derecho al pleno empleo. Por eso, debemos exigir a los poderes públicos que garanticen este pleno empleo. Es inadmisible que España se haya instalado en una situación permanente de desempleo. En el debate entre una Renta Garantizada y un Salario Garantizado, yo opto por aplicar la segunda opción con el salario mínimo. Los gobiernos deben asegurar trabajo para todos con el Salario Mínimo Interprofesional (SMI). La posibilidad de una Renta Básica Universal (RBU) como medida me parece un mal menor pero una mala idea. En este punto estoy de acuerdo con Karl Marx cuando decía que el trabajo dignifica. El ciudadano tiene derecho a recibir un ingreso y poder ganárselo si queremos construir sociedades estables políticamente.

En algunos momentos parece inspirarse en 'La Teoría de las Desigualdades' del economista francés Thomas Piketty.

A Piketty debemos agradecerle que haya puesto sobre la mesa dos temas importantes: las desigualdades salariales y una cantidad ingente de información, desde el siglo XVIII, sobre patrimonio y rentas. Dicho esto, desde mi punto de vista se equivoca en dos puntos. Primero, por dar demasiada importancia al 0,1% de la población que representa al colectivo más rico de la sociedad. La segunda es que propone que, grabándolo a impuestos, se soluciona en parte el tema de las desigualdades. Esta receta creo que se tambalea un poco. Él achaca a los impuestos que pagaban los más ricos el hecho de que la situación económica mejorara entre 1945 y 1975. Según mi visión, esto se produjo porque los trabajadores eran un bien escaso.

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Ahora parece que estamos en el momento contrario, puesto que la tecnología reduce esta necesidad de trabajadores

La tecnología es un motor que va liberando mano de obra y reduce la cifra de trabajadores. Todas las revoluciones digitales destruyen trabajos para una generación y los crean para sus hijos. Pero, por otra parte, también ha servido como factor para estabilizar a la sociedad mediante la reducción de las horas de trabajo y el hecho de que el Estado haya ganado peso. Mi teoría es que para compensar la digitalización y la robotización que se está instalando, el sector público tendrá que seguir creciendo. Hasta 1975, momento en que dejan de crecer los salarios, el sector público había aumentado. Ahora tiene el reto de crear nuevos servicios vinculados a la atención a las personas, cuidados o tercer sector. La sociedad tiene unas necesidades ilimitadas y seguramente el avance de la tecnología debe comportar un nuevo crecimiento de la Administración. Es una decisión política en la que debemos elegir si queremos más parados o nuevos funcionarios. Debemos volver a las raíces de la socialdemocracia, que significa recuperar el Estado para proteger a los trabajadores.

Desde su posición como concejal del Ayuntamiento de Barcelona, ¿Qué puede hacer un gobierno municipal para mejorar esta situación?

Un caso paradigmático en Barcelona es el del turismo, que se ha basado en una fórmula que ha apostado por los bajos salarios. Desde el Ayuntamiento de Barcelona se pueden dar pasos modestos, pero necesarios y correctos. Un ejemplo es la aprobación, a iniciativa de ERC, de un recargo en la tasa turística. La idea que se extrae es que el turismo no debe ser barato porque si lo es no podemos pagar buenos salarios. La gran amenaza sobre los salarios es el turismo asequible. Debemos retroceder en algunos aspectos y tratar de hacer cumplir algunos principios básicos como que los sueldos de los trabajadores del sector turístico respeten al menos lo que establece el convenio colectivo.

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