Gabriela Wiener: "Hay que sumar la lucha de clases a la antirracista y a la feminista porque el poder nos odia a todas"
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madrid,
Gabriela Wiener (Lima, 1975) se adentra en el terreno de la ficción sin abandonar el yo. En Huaco Retrato (Literatura Random House) habla del expolio colonial y de la búsqueda de la identidad, pero también de la vida de una chola en un mundo blanco. Para ello se vale de la figura de un explorador singular, Charles Wiener, un judío austriaco nacionalizado francés que a finales del siglo XIX se llevó de Perú —saqueó— miles de piezas precolombinas. Era su tatarabuelo —de quien heredó la sangre y el apellido: la "mancha de vergüenza"—, con el que ajusta cuentas en una novela cuya segunda edición verá la luz la próxima semana.
¿Qué hizo el 12 de octubre, Fiesta Nacional de España, Día de la Hispanidad o como quiera llamarlo?
Fue muy gracioso, porque quería estar en el pasacalles Nada que celebrar, pero tenía que trabajar. Con lo cual, no me siento mal, porque he cumplido con un festivo en el que no creo.
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No ha tardado en bajar a su tatarabuelo del altar en el que lo había colocado su familia.
He tardado, he tardado… Hace una década que quería escribir este libro, por lo que tengo la sensación de que me he sacado un tumor de dentro. Cuando estuve ante la colección de mi tatarabuelo en un museo en París, viví una especie de epifanía, que abrió paso al libro. Quería escribir una novela sobre la crisis y la imposibilidad práctica del poliamor, pero de eso salió una obra de teatro, Qué locura enamorarme yo de ti, una de las fuentes de esta obra. La otra es la historia de Charles Wiener. A partir de ahí, intento hacer un entramado entre esos dos proyectos al ver que hay una bisagra que los vincula.
Qué paradoja: reclamar para su país el arte expoliado por un antepasado suyo.
Más que una denuncia, lo siento como parte de la voz de la protagonista, atravesada de contradicciones y de sarcasmos. Hay un fondo de humor cada vez que apunta a los poderes en general. Toda escritora explota al máximo las paradojas. Y esta historia de Charles Wiener y de su descendiente más negra está llena de ingredientes aparentemente desconcertantes.
La prosa de mi tatarabuelo es delirante, con un lenguaje del siglo XIX, totalmente eurocéntrico y racista. La protagonista, realmente, encarna la paradoja. O esa, este abismo, esta escisión y esta cosa rota... De hecho, no le parece nada de recibo su apellido, con esta cara indígena, ni que el retrato de este señor presida los salones de su familia, cuando directamente la insulta.
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Cuando habla de la protagonista, en realidad habla de usted misma. ¿Cuántas Gabrielas hay en Wiener? Porque podría ser la Gabriela bastarda, la Gabriela sudaca, la Gabriela descendiente de un expoliador europeo...
Ahora la Gabriela que importa es la que protagoniza el libro. Obviamente, juego con realidad y ficción. Me interesaba hacerlo porque no lo había hecho nunca. Yo quise investigar en la figura histórica de Charles Wiener, considerado en Perú un viajero relevante, para apropiarme de su biografía y luego hacer lo que me diera la gana. A los historiadores quizás no les satisfaga, aunque a los escritores lo que más nos gusta es la vida.
¿Cómo asimila esa doble visión o perspectiva: la de una sangre perseguida y la de una sangre explotadora? ¿Ha tenido sentimiento de culpa por su ascendencia europea?
Tener ese apellido o esa ascendencia es como una mancha de vergüenza para una activista antirracista. En cualquier caso, como Gabriela Wiener —la autora, no el personaje—, pienso que somos muchos cuerpos los que venimos de esa violencia originaria producto de una intervención territorial y física, que es la colonialidad.
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"El descubrimiento es una palabra que ha servido para blanquear una historia de violencia"
Me impresiona mucho la compra de un niño indígena, que pasa casi desapercibido por sus estudiosos. A él le sirvió para hablar del éxito de un supuesto proyecto civilizador europeo y a mí, para decir que sigue vigente. Y, de hecho, yo ahora me siento víctima de ese proyecto.
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¿Ha llegado a sentir el apellido como una losa?
Todo lo contrario. La protagonista está en un proceso de descolonización porque es consciente de que su apellido de origen germánico ha sido su orgullo. Durante mucho tiempo, quería acceder a la blanquitud, aunque se encontrase con la discriminación a su paso, allí donde estuviera. Yo veo este libro como la historia de las consecuencias de las cuestiones coloniales en nuestras vidas y en nuestro presente, porque las heridas siguen abiertas. Una herida que no solo es mía, sino también histórica, colectiva e íntima.
Su tatarabuelo casi descubre Machu Picchu. ¿Qué le sugiere ese verbo?
El descubrimiento es una palabra que ha servido para blanquear una historia de violencia. Por eso hay que dejar de romantizar y dulcificar lo que fue un pasado colonial e imperial. Cuando los países occidentales llegaban a territorios que no habían pisado, lo llamaban Nuevo Mundo o lo calificaban como descubrimiento, cuando allí ya había culturas y civilizaciones. Lo más gracioso es que bastantes pobladores de la zona ya se habían atribuido haber llegado los primeros a Machu Picchu, pero tuvo que venir el gringo para que se diese por descubierto.
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"Hay que dejar de romantizar y dulcificar lo que fue un pasado colonial e imperial"
Cuando Ayuso dice que el indigenismo es el "nuevo comunismo" o Abascal siente "orgullo" por ser "heredero" de "aquellos que pusieron fin al genocidio de los indígenas", ¿no cree que su mensaje es más interno que dirigido a otros pueblos?
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Sí, pero ellos son los que van a venir a por nosotros. Por eso el ataque es artero, porque va dirigido a las personas que están en situación de lucha o de precariedad en el mundo. Como suele hacer la derecha, que ataca a la gente que no tiene poder y está pidiendo justicia.
Mensajes que minan la convivencia en la sociedad.
Y que alientan el racismo. Desde que han aparecido estos sujetos apuntando hacia las poblaciones indígenas, me han tocado la moral, porque yo vivo en España. Desde hace mucho tiempo, nuestras comunidades los han señalado por hacer política a través del supremacismo y por reivindicar el imperialismo. El movimiento antirracista, en contra de la glorificación de los símbolos coloniales y de que el 12 de octubre sea la Fiesta Nacional de España, no es escuchado ni por los gobiernos socialistas. La ley de extranjería no ha sido abolida y las exigencias de la población migrante son ignoradas a uno y otro lado. La única diferencia es que la derecha y la ultraderecha son bravuconas, pero la izquierda también contribuye al racismo estructural.
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"Si Carlos Wiener era el bastardo de Charles Wiener, toda mi familia es su bastarda, toda mi familia es la hija de la otra".
Hay un hilo conductor desde el primer bastardo Wiener, pasando por la bastarda de la hija de mi padre, hasta el bastardo que tengo yo, hijo de mi marido e hijo no biológico mío. La feminista boliviana María Galindo llama "condición bastarda" a este lugar fronterizo que no queremos llamar "mestiza". Me gusta el término de Charles Wiener que aparece en su catálogo de razas: "La dudosa". Ahí vi a mis antepasadas y también me vi a mí misma. Como dice Galindo, preferimos ser bastardas o dudosas porque nos harán "ser la memoria que activa el conflicto, el producto de algo remoto y violento".
En el poema Panchilandia escribe: "Me hablan de la peruanita que le limpia la casa a su amiga Pepa, / qué buena es, se puede confiar en ella. / Creen que es un tema de conversación / que pueden tener conmigo / porque yo también soy una peruanita confiable. / ¿Me habrán blanqueado? / ¿Cuándo voy a integrarme?". ¿En el racismo pesa más la piel que el dinero?
No, no, no… No podemos caer en el juego de la izquierda de enfrentar luchas, porque hay que sumarlas. No va a haber revolución alguna si solo nos fijamos en la clase; también hay que tener en cuenta muchas otras opresiones que nos queremos quitar de encima. Las identidades en las que nos refugiamos para responder a la virulencia y al odio deberían sumarse para neutralizar ese poder contra nosotras. Por supuesto, hay que sumar nuestras luchas de clase, antirracistas y feministas porque el poder es en bloque y nos odia a todas.
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Me refería al ojo del racista.
El racista es homófobo, aporofóbico, machista… Y la emigración latinoamericana es precaria económicamente.
En la búsqueda de la identidad, ¿se ha encontrado o se ha perdido?
No he escrito el libro con una ambición de guía espiritual o de revelación psicoanalítica. La cuestión de la identidad es para pensársela toda la vida, sobre todo si te tocan unos orígenes como los míos. No quería contar mis propias búsquedas, ni la manera en que me he perdido o encontrado desde ese lugar individual. Es un punto de partida para hablar de algo mayor, que compartimos en comunidad. Debemos quitarnos lo colonial que tenemos dentro, en el cuerpo. La conciencia de estar viviendo ese proceso nos une y nos hermana.
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¿Ha vivido el deseo como la conquista del blanco?
Relacionar de manera analítica el amor, el deseo y la colonialidad son cosas que he ido leyendo en los últimos años. Me han servido mucho los textos de Lucrecia Masson y del colectivo Ayllu. Yo quería sumar a estas formas de pensar no hegemónicas sobre el amor y el deseo, por eso lo cruzo con el racismo. Por ejemplo, ¿cómo marca la sexualidad nuestras relaciones raciales? Como dice Masson, todo está en la ruta de la deseabilidad, un lugar de tráfico de cuerpos más válidos que otros. ¿Cómo no va a tener que ver eso con el racismo o la colonialidad?
¿Cómo se descoloniza el sexo?
La protagonista quiere curar sus celos —"el patriarcado que vive en mí"— y asiste al taller Descolonizando mi deseo, inspirado en una convivencia real en un espacio para el refugio, la fiesta, el baile, la sexualidad y la reparación afectiva de unas tristezas ancestrales. En esos lugares, donde no hay blancos, se ha empezado a hablar de descolonizar el deseo: ¿por qué nos estamos enamorando de blancos nada más?, ¿por qué solo queremos follar con ellos?, ¿por qué tengo este autoodio?, ¿por qué no me siento deseable?, ¿por qué sigo creyendo en la jerarquía de los cuerpos?