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El sector exterior ya resta dinamismo al PIB de EEUU por la guerra comercial

La economía americana sigue boyante. Crece al 3,5%. Pero cada vez ofrece nuevas evidencias de que la guerra comercial frena su dinamismo. La rúbrica exportadora ya está en negativo. Mientras Wall Street ha cerrado un octubre negro y JP Morgan otorga un 60% de opciones de que EEUU caiga en recesión antes de que expire el mandato Trump, con dos años por delante sin la doble mayoría republicana en el Congreso.

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El presidente ejecutivo de Nucor John Ferriola, y el consejero delegado de US Steel, Dave Burritt, flanquean al presidente estadounidense Donald Trump durante el anuncio de aranceles a las importaciones de acero y de aluminio. REUTERS 

madrid,

El ‘midterm’ ya dictado sentencia. Los republicanos pierden la Cámara de Representantes, aunque preservan su mayoría en el Senado. La doctrina del check and balance del sistema presidencialista americano, como marca la tradición, devuelve -una vez más-, la iniciativa legislativa al Congreso y deja sin el cariz plenipotenciario al inquilino de la Casa Blanca. La impronta Trump del uso y abuso de las órdenes ejecutivas en asuntos como la inmigración, la aniquilación de la universalización de la Sanidad o en las medidas de proteccionismo comercial instaurado por el presidente republicano tendrán un serio contrapeso. A buen seguro no de la suficiente virulencia como para emprender el impeachment que ha sobrevolado sobre el establishment de Washington durante buena parte de su mandato, porque precisa de la rúbrica de un Senado, la Cámara Alta, que continuará dominado por los republicanos, aunque sí de una magnitud mínima como para poder contrarrestar la acción de la Administración Trump en alguno de las señas de identidad que ha creado desde su llegada al poder en 2016.

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Uno de los campos de batalla en los que, con toda probabilidad, actuará el nuevo Congreso será la guerra comercial. Terreno sobre el que ciertos representantes republicanos se han desmarcado de las consignas del gabinete de Trump. El Grand Old Party (GOP), como se conoce a esta formación en el país, ha defendido históricamente una concepción ultraliberal en esta materia, alejada de las concepciones proteccionistas de los mercados. Incluso condescendiente con el déficit de garantías laborales o con los bajos niveles salariales que priman en no pocas naciones con las que EEUU ha cerrado acuerdos de libre comercio. Sin embargo, y al margen de este trasfondo ideológico, de carácter estructural, la Administración Trump se enfrenta en los próximos dos años a otro riesgo de calado, más de índole coyuntural, pero con indudables efectos colaterales. Porque el poderoso sector exterior de EEUU ha perdido fuelle.

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Drástico retroceso exportador

El último informe trimestral de la economía de EEUU ofrece sobradas muestras de que las políticas proteccionistas de Donald Trump, con subidas arancelarias sobre productos procedentes de China, la UE, Turquía, Rusia y otras latitudes más próximas como Canadá o México, están causando ya los primeros nubarrones sobre el clima empresarial y la actividad productiva del país. En términos anualizados, el PIB americano aumentó a buen ritmo -el 3,5%-, pero la aportación de la industria exportadora -ventas netas de bienes y servicios- restó 1,78 puntos a la tasa de crecimiento. Ha sido el peor comportamiento de envíos al exterior de productos estadounidenses de los últimos 33 años. Desde el segundo trimestre de 1985, cuando esta rúbrica del PIB se contrajo 1,91 puntos. En otras palabras, si la contribución del sector exterior americano a este dato hubiera sido neutral, el PIB trimestral hubiera registrado un repunte del 5,3%. O, si hubiera certificado su tendencia media desde 2015 -que marca un retroceso de tres décimas-, entre julio y septiembre la mayor economía del mundo hubiera alcanzado una tasa del 5%.

El sector exterior americano ha restado 1,78 puntos al PIB y ya se detectan retroceso en los beneficios, pérdida de inversiones de capital y caída de inventarios en las empresas americanas

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Pero las guerras comerciales decretadas por la Administración Trump también han tocado otras partidas. Por ejemplo, a los gastos en capital de las empresas. Las inversiones fijas no residenciales -desembolsos de material de larga duración, como el equipamiento o la maquinaria industrial- sólo aportó 0,12 puntos al crecimiento, el ritmo más bajo de los últimos siete trimestres, mientras que las inversiones fijas, en general, drenaba con cuatro centésimas el dinamismo. Circunstancia desconocida desde hace diez trimestres. Las empresas, además, ya venían alertando de los daños colaterales de las subidas arancelarias de la Casa Blanca, de su incertidumbre, del aumento de los costes en mercados internacionales y de la pérdida de beneficios. Aunque el acopio de inventarios sirvió para espolear el vigor del PIB en algo más de dos puntos (2,09 exactamente) también ofrece otra señal de preocupación. Michael Feroli, economista de JP Morgan, asegura que la acumulación de stocks es una medida preventiva y general para hacer frente a las hostilidades tarifarias, dentro y fuera del país. Las importaciones, pese al alza de aranceles, crecieron un 9,1% para alimentar los inventarios empresariales, aunque sea de forma temporal, advierte Feroli. En especial, bienes que procedían de China, el país más castigado por el nuevo mapa arancelario de EEUU.

En Goldman Sachs también se incide en la disminución en la generación de beneficios. Las firmas del S&P 500, en su conjunto, aún mantienen un ritmo de ganancias del 20%, justo en el límite de lo que este banco de inversión considera como mercado idóneo para que las carteras de capital de sus clientes obtengan rentabilidades por encima de sus recomendaciones. Entre las causas de este debilitamiento enumeran tres. La rigidez de un mercado laboral con bajo desempleo y repuntes de salarios, el incremento del coste de las deudas corporativas por las políticas de la Reserva Federal y, por supuesto, las alzas arancelarias. “El inevitable empeoramiento de estos tres factores tendrá un efecto directo sobre Wall Street”, alerta en una nota a clientes en la que concluye que “tarifas, salarios inflacionistas y encarecimiento de tipos de interés reducirán los márgenes de beneficios de las cotizadas en los próximos trimestres”.

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El consenso del mercado da, pues, por descontado que el sector exterior perderá más músculo en el último tramo del año, al igual que la merma de los stocks de mercancías, que podrían tener un comportamiento, incluso, negativo en los primeros trimestres de 2019. Las compañías también en este terreno achacan a las guerras comerciales abiertas por Trump como el factor esencial de sus primeros problemas visibles de desabastecimiento. El último Libro Beige de la Fed ha chequeado la opinión del sector privado estadounidense sobre este asunto y en las encuestas a directivos de grandes corporaciones se vislumbra una alta tensión sobre la toma de decisiones empresariales a corto y medio plazo. De hecho, ejecutivos de Tesla o 3M estiman que el coste del alza tarifario ocasionará a las corporaciones de EEUU varias decenas de millones de dólares adicionales.

Restablecer los lazos con China o seguir en la pelea

Los interrogantes sobre el futuro económico de EEUU bajo las nuevas directrices proteccionistas de Trump han llevado a su equipo de asesores comerciales a plantear al inquilino del Despacho Oval si no sería preciso que la Casa Blanca fortaleciese la relación bilateral con Pekín. A pesar de la flagrante contradicción de esta estrategia. La economía marcha, pero le asolan grandes amenazas. La principal de todas, sus tensiones con la gran factoría mundial, donde las corporaciones de EEUU ganan en competitividad y obtienen pingües beneficios. Hay una multiplicidad de empresas que han elegido China para establecer sus sedes operativas y productivas. No sólo para abastecer al enorme mercado del país. También como plataforma logística a la hora de abordar otros destinos en Asia. En todos los sectores. Desde las tecnológicas, hasta las agroalimentarias, pasando por las firmas de consultoría o las energéticas. Desde 1990, cuando Pekín decide ampliar la participación extranjera en la mayor parte de sus firmas estatales y en casi todos los segmentos productivos, los flujos de capital estadounidense en el país han ascendido a más de 256.000 millones de dólares. Más del doble de las inversiones chinas en EEUU, mercado en el que, durante la Administración de George W. Bush, se estableció la prohibición de que el dinero de Pekín pudiese adquirir empresas de sectores que el dirigente republicano catalogó de estratégicos. Como el aeroportuario o el de las energías. El entramado inversor de EEUU en China supera, con creces, el montante que Trump achaca a China, en la balanza comercial, como causante del déficit estructural en esta materia.

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Los analistas creen que sería inteligente recuperar el consenso con China y permitir la entrada de capital del gigante asiático en segmentos de actividad deprimidos o poco competitivos

Algunos analistas también apuntan al origen del viraje de Trump en el terreno comercial. Las plantas industriales chinas que han dejado de operar en EEUU -o están en proceso de abandonar este mercado- no han sido reemplazadas por firmas estadounidenses con la consiguiente amenaza de pérdida de empleos. Además de que persisten nichos de negocio americanos con carencias de competitividad. Por ejemplo, en el transporte marítimo, donde las empresas americanas no están dando con la fórmula de reducción de costes logísticos o de gastos de embarques internacionales que ofertan en otras latitudes sus rivales chinas que, por el contrario, estarían en condiciones de generar puestos de trabajo si se instalaran en EEUU. Como ha ocurrido en otras ocasiones, con capitales de otros países. El repunte de demanda de automóviles japoneses en el último decenio ha servido para que esta industria nipona abriera 24 factorías en el país, con unas inversiones acumuladas de 48.000 millones de dólares, y pedidos constantes y estables para todo el segmento manufacturero estadounidense. Factor que, con toda probabilidad, está detrás de la permisividad que Trump tiene hacia Japón en sus batallas comerciales. Igual que ha ocurrido con Corea del Sur, en el mismo sector, con sus marcas Kia o Hyundai, también podría suceder con Geely, el consorcio automovilístico chino propietario de Volvo, que acaba de inaugurar su primera factoría en EEUU.

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Hay lecciones que aprender, dicen observadores internacionales, que admiten que probablemente sea inteligente exigir restricciones inversoras a China en áreas como la alta tecnología americana, pero sin obstruir la entrada de capitales procedentes de Pekín en industrias deprimidas, como la automovilística, y que podrían crear trabajo, competir con sus competidores mexicanos en precios -en coches de baja o media gama especialmente- e impulsar, en paralelo, la imagen de EEUU como fabricante de vehículos de lujo o de más de 50.000 dólares. Por ejemplo, en la deprimida -y otrora esplendorosa- Detroit, cuna fabril del automóvil y uno de los caladeros de votos republicanos que le otorgó el poder a Trump en las elecciones de 2016.

Preocupación por la economía

Aunque cualquier doctrina que propicie la entrada de capital foráneo no puede restringir los flujos de bienes y servicios de donde proceden esas mismas inyecciones monetarias. Esta disyuntiva se ha instalado en la Casa Blanca en un momento crucial. De especial preocupación. Octubre ha sido un mes negro en las plazas bursátiles de todo el mundo, con pérdidas superiores a los 5 billones de euros y con tan sólo el 20% de los activos globales en beneficios. El colapso de mayor calibre desde 2008. Con caídas especialmente notables en Wall Street. Del 8,6% del Nasdaq, el mercado de las grandes tecnológicas, concluye su sexto mes de descensos consecutivos. Sólo el Nikkei japonés se comportó peor el mes pasado, aunque apenas por una décima. Tras salvar in extremis, en las dos últimas jornadas un retroceso aún mayor, del 9,2%. Tampoco el S&P 500 fue capaz de mantener un rumbo positivo. Perdió un 6,36%. En un contexto de tensiones inversoras. El MSI World, en el que cotizan las monedas de 23 países, se ha dejado un 15% desde el inicio del año. Dando pábulo a los diagnósticos de cada vez más economistas de que la volatilidad de los mercados contagiará más pronto que tarde al dinamismo de EEUU, Europa y Asia.

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Wall Street cree que la fortaleza del dólar ha encarecido demasiado el mercado en un momento de caídas de beneficios e inversiones de capital de las empresas americanas

En JP Morgan, de hecho, no esconden que las opciones de que EEUU caiga en recesión técnica son del 50%. Pero, dependiendo de la proximidad o lejanía temporal, la balanza se inclina a un mayor o menor rango de probabilidades: un 28% en el transcurso de un año; un 60% en dos y un 80% a lo largo del actual trienio. En medio de una queja generalizada de Wall Street a la carestía del dólar. El billete verde, según datos del FMI, cotiza un 11% por encima de su valor medio del último decenio. La OCDE explica que la relación dólar-euro en los mercados globales se ha reducido en un 15% en términos de capacidad de compra. En gran medida, porque la Reserva Federal ha hecho acopio de billetes verdes; hasta el punto de que el peso de sus operaciones en dólares está un 4% por encima de su registro histórico, de 2002.

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El panorama es arriesgado, dicen en Societe Generale. “El resurgimiento del dólar mantiene en línea de fuego a los mercados emergentes cuando el riesgo político-económico en Italia amenaza el ciclo económico europeo o se prepara una salida contrarreloj del Brexit que, en cualquier caso, será más o menos traumática” se quejaba a Bloomberg Kit Juckes, su estratega internacional. “Hay demasiadas señales negativas en los mercados para anticipar un horizonte de estabilidad” asegura antes de precisar que “las compras bursátiles e inversoras son ya demasiado caras” por este baile de divisas del que emerge una nueva hegemonía del dólar. Objetivo forjado a fuego por la Administración Trump.

Trump baraja una tregua con Pekín

Quizás por esta coyuntura y, sobre todo, por la obligada sintonía que Trump precisa del Congreso recién elegido para culminar con cierto éxito alguna de sus políticas hasta el final de su mandato, el magnate americano ha sondeado a su gabinete la opción de negociar con China. Desea alcanzar un acuerdo con Pekín en la cumbre del G-20 en Argentina a finales de este mes, admiten fuentes próximas al líder republicano. De hecho, aseguran que ya se ha producido un primer contacto vía telefónica con el presidente chino, Xi Jinping. Y reconocen que en su cabeza ha surgido la idea de frenar la escalada de represalias comerciales, para lo cual ha involucrado a las agencias federales relacionadas con el sector exterior y la diplomacia económica. Está en fase de deliberación interna o, lo que es lo mismo, no es una estrategia determinante aún. Pero, al menos, se ha recuperado la comunicación, afirman desde la Casa Blanca.

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Sin embargo, en el otro lado de la balanza, la de continuar con la batalla, persiste la lista de bienes y servicios chinos que serán sometidos a subidas tarifarias en caso de que no prospere el diálogo y que asciende a otros 257.000 millones de dólares. Más de los 250.000 millones en los que, hasta la fecha, se valoran las importaciones chinas a EEUU afectadas por la escalada de aranceles.

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