VALÈNCIA
Parecía que la pandemia iba a ser mortal por este tipo de ofertas. No en vano, algunos de los primeros brotes más mediáticos del coronavirus se produjeron en cruceros turísticos donde miles de personas comparten una instalación cerrada, calculada al milímetro para meter el número máximo de personas en un mínimo espacio. Entonces, hace un año empezaron a prohibirles atracar en casi todos los puertos del mundo, y algunos de los barcos incluso empezaron a ser desguazados.
Pero no. A medida que avanzan los planes de vacunación y la virulencia de la pandemia va rebajándose en los países más ricos, vuelven viejas prácticas como las de los cruceros. La Autoridad Portuaria de València (APV) anunciaba que la llegada del primer crucero poscovid está prevista para el próximo 27 de junio. Se trata del barco Mein Schiff 2, que hará una ruta únicamente nacional –Palma, Alacant, València y Barcelona– y con estrictas medidas de seguridad que incluyen un aforo del 60%, cierre de bufetes y discotecas, camarotes de aislamiento, test para embarcar y mascarillas obligatorias. Además, las excursiones por las ciudades serán en "grupos burbuja", para minimizar los riesgos de contagio.
En 2023, se espera que el número de cruceristas supere los datos prepandemia
Este sería el primer paso hacia la recuperación de la normalidad del sector. Según declaraciones de Francesca Antonelli, responsable de cruceros del APV a la Agencia Efe, a mediados del mes de julio podrían llegar ya los primeros cruceros internacionales. Y para el 2023 esperan que el número de cruceristas incluso supere los datos prepandemia, con medio millón de visitantes.
Para muchos colectivos de la ciudad, esta no es una buena noticia. Según explica Pau Alonso, responsable de la Comisión de Turismo de Ecologistas en Acción, "se ha perdido una oportunidad para repensar el modelo turístico que la ciudad necesita y se ha optado por una huida hacia adelante y dejarse llevar por las inercias". Desde el colectivo ambientalista, denuncian los cruceros por ser "un modelo de negocio muy extractivo y con graves déficits en materia fiscal, laboral y ambiental, además de dejar pocos beneficios en la ciudad".
"Prácticamente todas las grandes navieras tienen las sedes en paraísos fiscales, pero no contentas con esto, sus barcos usan banderas de conveniencia de países sin derechos laborales. Explotan al máximo sus trabajadores, pero también los precios de los servicios locales, además de tener un gran impacto en las infraestructuras públicas, sean los puertos, las basuras, agua potable o la calidad del aire, puesto que el combustible que queman los barcos es altamente contaminante", continúa Alonso.
Alonso: "Explotan al máximo a sus trabajadores, pero también los precios de los servicios locales"
También hay estudios que discuten el impacto económico de este tipo de turismo. Una tesis doctoral reciente de la Universitat d'Alacant cifraba el gasto de cada crucerista en la ciudad entre cero y 15 euros. "Hay que tener en cuenta que la gente desembarca entre tres y cinco horas y normalmente lo hace en excursiones pactadas con la naviera, que así maximizan sus beneficios, por el cual el beneficio para la industria local se limita a algunos servicios de guía o autobús", denuncia Alonso.
Para Antonio Bernabé, director de Visit València, el beneficio de los cruceros no puede limitarse solo "al impacto económico inmediato", sino que tiene otras ventajas, como "los efectos repetición y prescriptivo". Para el responsable de la promoción turística de la ciudad "València es una ciudad que sorprende, genera una buena impresión y ganas de conocer mejor la ciudad. Muchos de los cruceristas volverán después y se alojarán más días o lo que publicarán en redes sociales animará más gente a venir". Argumentos similares se esgrimen desde las asociaciones patronales del turismo, que, además, incluyen "un retorno necesario en la normalidad después de meses muy duros".
Con todo, Bernabé es consciente de los peligros de masificar el modelo crucerista y entiende y sigue el debate que hay en ciudades como Barcelona o Venecia. "Si tienes miles de personas que se concentran en espacios muy concretos, del centro histórico, sí que se genera un impacto por masificación, pero en València todavía no hemos llegado a esta situación". Bernabé recuerda que Barcelona recibió, antes de la covid, más de dos millones de cruceristas, contra los 400.000 de València. "Además, en València lo tenemos más fácil para gestionar los flujos de gente, el puerto está más alejado del centro y los visitantes se reparten entre diferentes espacios más alejados, como la ciudad histórica, la Marina o la Ciutat de les Arts i les Ciències, que tiene una gran capacidad de absorción y un uso mucho más limitado por parte de los residentes. Mientras podamos gestionar estos flujos de forma sencilla creo que no es necesario plantearnos la situación como están haciendo otras ciudades".
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