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El hombre que podría estar llevando las riendas del país es un desahuciado de la política, de la empresa, de la banca. La elección digital de Aznar condujo a Rajoy (al tercer intento) a la Moncloa, pero el presidente del Gobierno pudo haber sido Rato, ahora en caída libre hacia los infiernos después de su paso por Bankia. Claro que, entonces, le llovían alabanzas, que siguieron empapándolo hasta que Botín lo calificó como el mejor ministro de Economía de la democracia tras auparse a la presidencia de Caja Madrid. Pero antes de su nefasta gestión al frente de la entidad, que echó leña al fuego del rescate, también había motivos para la quema.
Los cadáveres empezaron a acumulársele a Rodrigo de Rato y Figaredo (Madrid, 1949) antes de la llegada del PP al poder. Su padre le había legado la Cadena Rato, cuyas emisoras serían vendidas a lo que hoy es Onda Cero por más de treinta millones de euros, aunque su gestión al frente del entramado de empresas que controlaba junto a sus hermanos (Ramón y Ángeles) no puede considerarse precisamente modélica.
El Siglo le dedicó una portada en 2002, cuando todavía era vicepresidente del Gobierno, que reflejaba los tejemanejes de la familia para rellenar los agujeros contables que habían hecho de sus compañías un queso gruyer. Los Rato se desesperan por conseguir créditos, lo que lleva al banco público Argentaria a elaborar un informe de una de sus empresas, Construcciones Riesgo, que recomienda denegárselo. Aunque había sido el propio titular de Economía quien colocó a Francisco González al frente de la entidad, rechaza una segunda petición, aunque el banco terminaría cediendo a la tercera.
También soltó dinero Ibercaja, presidida por Manuel Pizarro, que sería fichado por Rajoy en 2008 como futurible ministro de Economía. El PP perdería las elecciones, mas la elección evidenció la afición de Rato a las puertas giratorias. Ya no tanto tras dejar la política y pasar por Bankia, Lazard, Criteria y Banco Santander, sino incluso antes, pues tanto él como Aznar habían colocado a sus amistades al frente de las empresas públicas privatizadas, que terminarían devolviéndole los favores. Tampoco tuvo reparos para que el Ministerio concediese una subvención a fondo perdido a Fuentesanta, embotelladora de agua mineral en cuyo consejo se sentaba su exmujer.
En definitiva, antes de dar el salto a la primera línea política, los Rato eran considerados “malos gestores y pagadores”, como subrayó el citado semanario, que se hizo eco de su “fuerte endeudamiento”, de la “misteriosa” fundación Padre Arrupe, de los jugosos contratos publicitarios que firmaron con Repsol (cuando las seis emisoras que le quedaban apenas tenían audiencia) y de las acusaciones de los trabajadores de Rebecasa (que acamparon en el paseo de la Castellana, frente a la sede ministerial, para denunciar que había descapitalizado la empresa antes de la quiebra).
El cariño que le profesaba la banca a los Rato también se puso de manifiesto cuando el HSBC, el banco insignia de Gescartera, concedió a Muinmo (la empresa propietaria de las emisoras) un crédito superior a los tres millones de euros cuando la posibilidad de devolverlos eran nulas, dada su magra cuenta de resultados, según El Siglo. Gescartera, intervenida en 2001, protagonizó una de las estafas financieras más sonadas después de tragarse más de 120 millones de euros. El HSBC, por su parte, cobijó en su sede de Ginebra a decenas de miles de evasores fiscales (la lista Falciani) y contó con políticos y afines al PP como clientes especiales.
Rato no fue elegido por Aznar para sucederle, pero acumuló supuestos méritos. Cuando volvió al Santander en 2013, Cospedal afirmó que el “autor del milagro español es un magnífico fichaje". Sin embargo, de la misma manera que no había sido un empresario ejemplar, como ministro alimentó la burbuja inmobiliaria. No fue óbice para que fuese nombrado director gerente del Fondo Monetario Internacional, donde sólo duró tres años.
El Gobierno de Zapatero había movido Roma con Santiago para situar a otro político español al frente de una gran institución internacional (el único precedente era Solana en la OTAN), pero Rato alegó motivos personales para irse. El informe interno del FMI sobre su gestión fue demoledor: tampoco había previsto la burbuja, en este caso planetaria, cuyo estallido provocó la mayor crisis económica desde el crash de 1929.
Rato dejaba atrás un muerto tras otro, como si crease un cadáver exquisito. Lo surrealista era que, a ojos de muchos, pasaba como un buen gestor. Tras calentar la silla en Washington, entró en el banco Lazard y en el Santander, aunque la campanada la daría con la salida a bolsa de Bankia tras ser nombrado meses antes presidente de Caja Madrid. Rajoy le metía así un gol a Aguirre, que quería colocar en el puesto a Ignacio González, y se desembarazaba de su eterno contrincante político, cuyo devenir desde entonces es conocido.
Rato es objeto de investigación por cobrar más de seis millones de Lazard y está imputado por estafa y falsedad documental por la salida a bolsa de Bankia. También por administración desleal y apropiación por las tarjetas black: el “mejor ministro de Economía de la democracia” cargó 44.217 euros a Caja Madrid y 54.837 a Bankia, bien vaciando los cajeros, bien en concepto de alcohol, clubes, salas de fiestas, pubs, discotecas y bares. Además, Vozpópuli ha informado hoy de que el Servicio Ejecutivo de Prevención y Blanqueo de Capitales (Sepblac) investiga si cometió blanqueo tras acogerse a la amnistía fiscal de Montoro. El ángel caído aún no ha tocado fondo.
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