De tapeo con Puyol
Los vecinos de Pobla de Segur disfrutan del nuevo plato, pulpo alemán a la catalana, inspirado en su hijo más ilustre
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La fábrica de licores anisados de Francisco Solduga es una joya modernista venida a menos por el paso del tiempo y el descuido. Sus vivos colores han perdido brillo y en su interior ya nada se destila. Hace años que en la Poble de Segur decidieron dedicarse a otras actividades. A la agricultura y al turismo, aunque hoy no se vea por aquí a ningún foráneo.
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El sol cae a plomo en la puerta del Pirineo. Achicharra. Y los lugareños, unos 2.700, se refugian en sus casas, ajenos al pequeño revuelo levantado por los medios de comunicación, que han ganado el pueblo para narrar cómo se vive la gesta de su vecino más ilustre: Carles Puyol. Hoy héroe nacional por ser el autor del gol que llevó a España a su primera final en un Mundial de fútbol.
Aquí, sin embargo, Puyol es Carles, o Litos', como le gritaba su madre cuando, todavía con seis años, le daban las doce de la noche pegando patadas al balón en el campo de fútbol del colegio, con los deberes por hacer. "Su madre se tenía que sacar la espardeña para conseguir que dejara de jugar", cuenta Montse, que asistía a las broncas desde la puerta de enfrente. "Carles tenía la pelota entre manos, cabeza y pies. No pensaba en otra cosa", constata Gemma, famosa por un día.
«De niño, sólo pensaba en el balón», dice la dueñ del bar Gemma
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En su bar, el bar Gemma, a cuatro pasos de la casa de los Puyol, se concentran hoy las cámaras de televisión, como lo hacen cada semana los futboleros del lugar siguiendo una liturgia inalterable: un equipo de música hace sonar el himno del Barça antes de que se inicie el partido, aunque la dueña sea perica, aunque jueguen los muchachos de Del Bosque.
"Mis clientes vienen más por Carles que por la selección", asegura Gemma, mientras muestra, radiante, el plato del día: pulpo alemán a la catalana de Puyol. "Pero ayer esto estaba a tope y nos alegramos todos del triunfo de España", prosigue. Detrás del velador, una bandera catalana, una foto de Puyol alzando la enésima copa del Barça junto a sus compañeros y la portada de un diario celebrando el Pu-gol' se mezclan entre las botellas.
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"Seas o no de la selección, quien no disfrutó ayer del partido es que no le gusta el fútbol", asegura Ignasi, mientras apura una caña al otro lado del mostrador. "Yo soy seguidor de la selección, pero ayer había gente que no sabía qué hacer, si celebrarlo o no", prosigue. "Con la selección, disfrutamos el momento, pero la euforia no dura tres días como con el Barça; las emociones se van más rápido de la piel", explica.
Los sentimientos se dividen y se contradicen en un pueblo que no escapa a la contaminación política del deporte. A quienes les gustaría ver a Catalunya disputando el Mundial les cuesta celebrar la victoria de su vecino Puyol con España. Pero la mayoría lo acaba haciendo. Con algunas camisetas de La Roja, con muy pocas banderas, con el orgullo de ver a un chaval del pueblo triunfar. "A mí, me gusta el fútbol y, de momento, me representa la selección española, así que lo disfruto", dice Genaro. "Esta selección está muy catalanizada y, además, es un equipo de fútbol que hace fútbol, como el Barça", añade Pere, el otro regente del bar Gemma.
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Los sentimientos de los lugareños por La Roja se dividen por la política
Todos han visto crecer a Puyol. Algunos hasta le ayudaron a llegar al Barça. Jordi Mauri, taxista y entrenador altruista, el que más. "Cuando Carles se preparaba para entrar en el Barça, se levantaba a las cinco de la mañana para poder entrenarle de seis a nueve, antes de que se fuese al colegio", cuenta Ignasi, orgulloso de la labor de su amigo, de ruta en Barcelona.
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"Carles siempre fue muy bueno y su hermano aún mejor, pero no era tan valiente", dice el señor Ordí, mientras se prepara para jugar a la petanca, al resguardo de la solana. Su hijo Ramón también entrenó a Puyol cuando era pequeño, aquellos tiempos en los que Litos se dormía cenando, agotado por el esfuerzo.
"Es duro en sus facciones, pero no como persona", añade Gemma. "Tiene un gran sentido de la honradez y de la amistad", prosigue Pere mientras recuerda cómo Puyol repitió a propósito un curso para poder seguir estudiando junto a su amigo Xavi Pérez, hoy su mano derecha. "Carles es como era: no se le ha subido la fama a la cabeza", concluye María Rosa. Todos celebran el éxito de Puyol, un vecino más cuando regresa a La Pobla, también un ídolo para los niños que, como Víctor, con diez años, sueñan con llegar adonde él algún día. "El domingo celebraremos otro triunfo de Puyol; y de la selección", incide.