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MADRID.- Era una imprudencia. Un disparate total. “Una locura”, le espetaron sin ambages todos sus compañeros. Todos menos dos. Un amigo y el presidente del Partizan, que le acababa de ofrecer el cargo de entrenador. Zeljko Obradovic (Cacak, Serbia, 1960) era muy joven. Contaba sólo 31 años y a buen seguro que le quedaban unos cuantos más como jugador. Se hallaba concentrado para disputar el Europeo de 1991 con la selección de Yugoslavia antes de su desmembramiento y tenía que decidir instantáneamente si lo dejaba todo. Dudó, pero lo hizo. El combinado nacional acabaría devorando la medalla de oro. Por supuesto. Él comenzaría la carrera más exitosa de la historia de un técnico en Europa. “Todo el mundo me decía que era un error, pero era una oportunidad única de entrenar al equipo de mi vida”.
En su estreno en el banquillo del equipo yugoslavo (ahora serbio) levantó la primera de las ocho Copas de Europa que brillan en sus vitrinas. Un primer año inusual, en el exilio, obligado por el comienzo de la Guerra de los Balcanes. Obradovic y sus chicos jugaron sus partidos en la ciudad madrileña de Fuenlabrada. “Era muy difícil aislarnos de todo lo que pasaba en nuestro país, pero en la vida hay que acostumbrarse a las situaciones”, contó al programa Informe Robinson, que realizó un maravilloso y emocionante reportaje sobre El Partizan de Fuenlabrada. “Jugábamos al baloncesto; así es cómo defendíamos a nuestro país”, relató Sasha Djordjevic, autor del triple que les dio el título ante el Joventut en el último suspiro.
“Aquel tiro nos cambió la vida a todos. La emoción que sentí con aquel título no la he vuelto a sentir en mi vida”, añadió hace cuatro años el técnico. Con más o menos pelos de punta, ha alzado la Copa de Europa con cuatro equipos distintos (Partizan, 1992; Joventut, 1994; Real Madrid, 1995; y Panathinaikos, 2000, 2002, 2007, 2009, 2011), ha llegado a 14 Final Four y sólo ha dirigido a un equipo (el Benetton) con el que no haya triunfado en la máxima competición continental. El apodo de Míster Euroliga es tan obvio como justo. Tanto que quizás hasta se queda demasiado corto para un hombre que en su museo de trofeos cuenta con una treintena de títulos.
Su acelerado salto al banquillo no fue, sin embargo, tan sorprendente. Como Guardiola, Xavi o Raúl en el fútbol, en su época de jugador ya apuntaba maneras de técnico sobre la cancha. La diferencia es que él ya compaginaba su faceta de base en el Partizan con la de entrenador de los equipos inferiores de la apisonadora serbia. “Siempre quise ser entrenador. Lo tenía en mi cabeza; lo único que no sabía era el cuándo y el dónde”, ha confesado en varias entrevistas.
Es el protagonista, el único y todopoderoso líder del equipo. No de la manera en la que Luis Enrique trató de demostrarlo a su llegada al Barça, sino con un estilo más mourinhista. Menos showman ante los medios que el portugués, pero igual de agitador en la cancha, en la que ya son célebres y habituales sus broncas a los jugadores… y a los árbitros. Domina todos los tiempos del partido. Maneja como pocos el aspecto psicológico, del que se vale para crear un clima asfixiante. Pero también para convencer a sus pupilos y subirlos a su autobús.
Un general espartano que cree en el poder de la palabra: “Creo en una filosofía de trabajo, en que los jugadores te crean. Si vas a entrenar, un jugador te pregunta algo y no tienes la respuesta adecuada, empiezas a tener un problema como entrenador. El trabajo de un entrenador, como yo lo entiendo, es corregir, corregir muchas veces durante un entrenamiento. Y los jugadores deben entenderlo. Es la única manera de mejorar. Para ello tienes que escuchar, digo yo, a la persona más importante que hay en un equipo, en todos los sentidos. El entrenador tiene que ser el líder y los jugadores deben seguirle”, explicaba en una entrevista en el diario El País.
El exjugador Juanma Iturriaga le denominó hace un par de años El Special One de la Euroliga y acertó de pleno. “Lo único que intento es ayudar a mi equipo”, se defiende el entrenador de las críticas por su carácter y sus salidas de tono durante los partidos. Zeljko piensa en todo y ese auxilio llega a veces de la forma más estrambótica y dispar, con salidas y excursiones antes del partido para despejar la mente de sus pupilos y quitarles toda la presión posible. A los chicos del Joventut se los llevó en 1994 a un zoo en Tel Aviv antes de la final contra el Olympiacos; a los del Real Madrid, a un mesón en las horas previas a la finalísima de 1995 en Zaragoza otra vez contra los griegos. Un general espartano con idas de cabeza puntuales y sensacionales prontos en la cancha, pero fuera de ella un colega con el que saldrías de copas hasta las 7 de la mañana. Aquella fue la última Copa de Europa de los blancos y hoy, dos décadas después, Obradovic es el ogro en el Fenerbahce turco, el último monstruo antes del tercer asalto consecutivo de los merengues al trofeo.
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