Un periodista de Bangladesh pregunta por la portada de un diario portugués en la que Cristiano aparece con un capote. '¿Corrida ibérica?', insiste. El fútbol resucita tópicos y los hace universales. La cámara barre las cabezas sentidas de los 22 jugadores mientras retumban los himnos. ¿Dónde está lo ibérico? No hay carneros chocando cornamentas, ni el canon landista predomina... Gomina, cintas en el pelo, peinados despeinados, pelos de punta... El fútbol también es capaz de reinventar las razas: estamos ante el ibérico-fashion engendrado en la metrosexualidad que eligió a los peloteros como maniquís para su expansión.
Un fuerte disparo de Tiago produce un hecho único: una parrafada sin palabras de Casillas. No hay vocablos, pero no hay nada qué decir para explicar su estado. Su resoplido es eterno, a cámara lenta en los monitores, no tiene fin. Le tiemblan los carrillos, como le flambean la posición y las piernas en un lanzamiento de falta de Cristiano. El chico que con 18 años era un témpano está conociendo el estrés a los 27. Ahora mismo, bombardear con aquel anuncio que protagonizaba recomendado una compañía de seguros sería contraproducente. No se siente seguro. Su resoplido sí fue ibérico.
Portugal carga por la derecha. En la izquierda está Cristiano. Brazo levantado y rostro crispado y pedigüeño. Quiere la pelota y no se la dan. Lleva el brazalete de capitán y pone esa cara de niño llorón que se siente el dueño de la pelota y no se la dan. Menos España, que le hace correr detrás de ella desesperado. Cristiano se vuelve a casa sin gloria ni balón; no ha sido él en todo el campeonato. No ha dejado una bicicleta para el recuerdo. Tampoco lo serán las que intentaron Torres y Busquets que han nacido para otra cosa.
En este juego, la naturalidad empieza en el yo para construir una identidad colectiva como individual. Iniesta es Iniesta, por ejemplo. Se planta en la media luna y gira un tobillo para decirle a Xavi que ha llegado su turno. Xavi quiere mucho la pelota, pero le gusta despacharla a un toque y suelta un taconazo. Villa, metido en esa diagonal obsesiva del gol, chuta y remata. Izquierda y derecha y al córner a celebrar de rodillas. El primero que llega junto a él es Reina, que no juega, pero ya se sabe que para las celebraciones, es el primero: '¡Camarero...!'.
Una descarga de España genera un mártir. Eduardo, el portero luso, no para de menear la cabeza. Le han exigido tanto en tan poco tiempo que pone cara de no poder más, advierte con su rostro decaído que no puede garantizar más milagros, que le duelen las manos, las costillas y el alma de tanto vuelo imposible. Le han matado y rematado.
Portugal se estira en el último aliento. Del Bosque tiene cara de velocidad emocional y teme un fatalismo de última hora. El árbitro señala el final del partido. El banquillo español corre. Cristiano camina. La cámara le enfoca, pero enseguida le abandona. La realización también es resultadista y Cristiano se va con andares de perdedor.
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