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MADRID.- En el cuerpo de una mujer de 36 años habita una princesa que no cree en los cuentos de hadas, “y eso que me encanta leérselos a mis sobrinos. Pero no, yo no soy ni quiero ser una princesa”, explica Ruth Beitia (Santander, 1979), “porque no tengo hábitos de princesa”. Ni siquiera su fotografía, instalada en el éxito estos años y con la reciente plata en los Mundiales de Portland colgada todavía al cuello, la separa de la mujer que conduce su propio coche, cocina su propia comida (“sin apenas grasa”) y se echa media hora de siesta, imprescindible. “Me levanto todos los días a las 7.30 de la mañana y no vuelvo a casa hasta las once de la noche”.
Pero fue la vida que eligió. Hay otras motivaciones. “No concibo la vida sin trabajar y sin entrenar. He terminado Fisioterapia y ahora estoy estudiando Psicología, porque hay que reinventarse”. Y si hace falta se crea sus propios estímulos, enormes como el de esa paisana suya, Paz Herrera, la mujer mayor que ganó el premio de 1.310.000 millones de euros en Pasapalabra y que Ruth también podría emplear como ejemplo. “Porque la conozco y sé como es. Tiene muy buena formación, es arquitecta, pero llevaba tiempo sin trabajar y encontró otro modo de ganar el dinero. No le quedó más remedio y lo hizo”.
Quizá por eso en el lenguaje de Ruth Beitia se apela a retratos realistas “en los que nunca se sabe lo que va a pasar mañana. Por eso ni me planteo dejar de estudiar y cada mañana, de siete a nueve, me dedico a hacerlo. Tengo jornada reducida en el Parlamento de Cantabria, de 9.30 a 13.30, y naturalmente eso ayuda, no voy a decir que no, la sinceridad, ante todo”.
“Hay una cosa que llevo como estandarte: nunca miento y cuando digo nunca es nunca, no me hace falta"
De ahí la fortaleza de esta conversación en la que no se trata de repetir esfuerzos, ni de contar lo que ya está escrito de ella, porque entonces pelearíamos para nadie. “Mi vida es como un libro abierto en el que ya me queda muy poca vida privada. Pero yo siempre digo que la calidad de la entrevista depende de la calidad del entrevistador”. Una declaración de principios que explica sin tristeza su manera de ser. “Hay una cosa que llevo como estandarte: nunca miento y cuando digo nunca es nunca, no me hace falta. Soy lo suficientemente adulta para omitir decir lo que no quiero decir”.
“Idolo, ¿de qué? ¿de quién?”
“Es verdad que cada noche cuando vuelvo a casa refuerzo mi idea de ser medallista olímpica”
Así que es inútil buscar a la princesa que no quiere ser ni será nunca. Ni siquiera se imagina a ella, a su éxito tardío, trasladado a la letra de una canción de Manolo García, cuya voz le acompaña tantas veces a solas en el coche. Y entonces Ruth “canta y se lía a cantar” como lo hace la gente como ella, medio día fuera de casa para ganarse la vida o para cumplir sueños como este suyo, en los JJOO de Río, que, ya sí, la distancia de la clase media. Pero de ahí el origen, la finalidad de esta conversación en la que Ruth Beitia se expone sin tiranía. “Es verdad que cada noche cuando vuelvo a casa refuerzo mi idea de ser medallista olímpica”.
"Siempre hay retos distintos y el de ahora, en Río de Janeiro, ya sí es el último en unos JJOO y ya sé que no habrá más, porque a Japón no voy a llegar, es imposible"
Quizá porque ese es el resumen de tantos años o de tantas vidas en una sola vida, la suya, capaz de retrasar hasta el infinito la fecha de jubilación. “Para mí la historia no continúa, la historia no es la de siempre. No es verdad. No hay dos días iguales. Siempre hay retos distintos y el de ahora, en Río de Janeiro, ya sí es el último en unos JJOO y ya sé que no habrá más, porque a Japón no voy a llegar, es imposible. Y lo apasionante de mi vida es estar aquí en mi casa, en Santander, y poder soñar con eso. Y, claro, eso sí es un privilegio”.
El resto, no. O, al menos, no tanto. El resto obedece a una conversación más materialista en la que Ruth Beitia vive a las afueras de Santander, alejada de la zona elitista de Reina Victoria o El Sardinero. “Cuando me compré mi casa tuve que irme a las afueras, no podía otra cosa”. Pero en el tránsito, ni ahora ni entonces, desaparece la niña de ayer, la menor de cinco hermanos, la que todavía escucha decir a sus padres: “Las únicas veces en las que vas a despegar los pies del suelo es para saltar".
Y quizá por eso hoy su biografía, gobernada por tanto éxito, no acierte a confundirla. Sería imperdonable. “Pero no. Nada, eso es imposible, sinceramente. No sé ni siquiera lo que significa la palabra ídolo y, en todo caso, ¿ídolo de qué?, ¿de quién? A mí me gusta firmar un autógrafo y que la gente diga: 'Esta mujer es como nosotros'. Si me van a apreciar es por eso, por mi manera de ser, no por lo que gane o deje de ganar, no puedo renunciar a eso”. Quizá porque en la vida real también existen princesas que no quieren ser princesas como Ruth Beitia Vila, espejo de lo que parecía imposible en el mundo real.
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