Morir en la cima del mundo
El Everest vuelve a recibir visitas tras las avalanchas de 2014 y 2015 que cubrieron la montaña con un manto mortal y han dejado desierta la cumbre las dos últimas primaveras.
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KATMANDÚ.- “Jamás había visto la muerte tan de cerca hasta que estuve en el Himalaya. Qué diablos, antes de ir al Everest ni siquiera había estado en un funeral”, escribía el alpinista y periodista Jon Krakauer en su libro Mal de altura, donde relata su experiencia en el desastre de 1996. No fue la primera tragedia ni sería la última. Las avalanchas de 2014 y 2015 cubrieron la montaña con un manto mortal y han dejado desierta la cumbre las dos últimas primaveras. Un duro golpe para el ánimo de sherpas y alpinistas, un mazazo para la economía de Nepal.
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1996 fue un año negro para el alpinismo en el Everest. Tres expediciones se retrasaron en la subida, llegaron demasiado tarde a la cumbre. En el descenso, con falta de oxígeno y ante una incipiente tormenta, se desató un desastre en el que murieron varios montañeros, incluidos los líderes de dos expediciones comerciales Rob Hall, de Adventure Consultants, y Scott Fischer, de Mountain Madness. Ese año se saldó con 15 fallecidos.
Para muchos alpinistas se trata de un desafío personal, un pulso que le echas a tu propio cuerpo y sus capacidades. “Es un pico que tiene su propio magnetismo, está a un nivel completamente diferente al resto”, afirma el director de Asian Trekking, que ha culminado el Everest dos veces. Ese efecto imán lleva en ocasiones a una apuesta que va subiendo: quien lo ha conseguido intentará repetirlo sin ayuda de bombonas de oxígeno, por una ruta más complicada o intentará lograrlo en menos tiempo.
“Los riesgos y la muerte son parte de la experiencia de escalar. Hay situaciones fuera de tu control que hay que aceptar"
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En mitad de todas las motivaciones se cuela un componente clave: el miedo. O, al menos, la asimilación de los riesgos. Riesgo de tropezar, de resbalar, de un paso en falso. Riesgo de sufrir hipoxia (falta de oxígeno) en torno a los 8.000 metros, de un frío exageradamente helador. Riesgo de un imprevisto, una tormenta inesperada, una avalancha incontrolable. Riesgo de perder todas tus fuerzas al tocar un techo del que luego hay que bajar, de no poder dar un paso más porque el cuerpo pesa como un bloque de hormigón. Riesgo de que las cuerdas fijas del Escalón de Hillary (un muro de rocas a pocos metros del final) estén colapsadas de alpinistas y haya que esperar turno perdiendo oxígeno a temperaturas imposibles. Riesgos, en definitiva, que el dinero no siempre puede evitar.
“Muchas de las muertes se podrían evitar si uno se da la vuelta ante los primeros signos de enfermedad o no ascendiendo después de fuertes nevadas”
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Numerosos sherpas fallecen en el glaciar de Khumbu por accidentes, por avalanchas o por la dificultad de instalar las cuerdas en un terreno muy inestable. Los extranjeros, en cambio, pierden la vida a partir del Collado Sur, a 7.900 metros, donde empieza la conocida ‘Zona de la muerte’. Las causas más comunes: la presión por la altura, la hipoxia, el frío o los infartos. Luego está la “fiebre de la cima”, cuando se pierde la noción de lo urgente y lo importante: “ocurre cuando los escaladores cerca de la cumbre ignoran las señales de peligro y se empujan hacia un lugar irrevocable, normalmente porque se les agota el oxígeno”, señala Arnette, que cree que numerosos sucesos se deben a errores humanos. “Muchas de las muertes se podrían evitar si uno se da la vuelta ante los primeros signos de enfermedad o no ascendiendo después de fuertes nevadas”.
"Cuando bajas un cuerpo pones en juego la vida de tu equipo de rescatadores y la de la gente que está subiendo y bajando de la cima"
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“Cuando bajas un cuerpo pones en juego la vida de tu equipo de rescatadores y la de la gente que está subiendo y bajando de la cima. Considerando eso, para que no pase otro accidente, a veces tienes que decir ‘no, es muy peligroso bajarlo’, y entonces lo movemos fuera de la ruta, lo cubrimos con rocas o lo guardamos en una cueva”, cuenta Steven, que reconoce que no es una decisión fácil, que depende mucho de las emociones y del ánimo de los rescatadores ante los peligros que pueden producirse.