El Kun agarra la final
El Atlético, con un Agüero estelar, golea al Racing (4-0) y deja sentenciada la eliminatoria
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El Atlético es una cuadrilla heterogénea de futbolistas con tendencia a la chapuza. Un grupo desordenado donde conviven jugadores pésimos, malos, correctos, buenos y un genio, Agüero. Diseminados en medio del caos y respirando el viciado aire de una atmósfera contaminada de fracasos, desidia y nula identidad, de tan honda confusión sólo se emerge a base de ramalazos de lucidez como los que ayer iluminaron a ráfagas el Calderón. El conjunto rojiblanco goleó al Racing en la ida de la semifinal de Copa y, salvo hecatombe, jugará una final diez años después de la última.
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La ronda definitiva del torneo, como casi todas, corre a cargo del Kun. Si acaso, a escote con De Gea. El primero sostiene como un titán desde hace años al equipo con sus apariciones mágicas, sus arrancadas irrefrenables, sus goles decisivos. El portero es el bálsamo que necesitaba la sangrante defensa. Firmó un encuentro impecable, sin excesivo trabajo, pero con una parada enorme en el tramo final y, sobre todo, una inyección de serenidad que amansa las piernas de sus compañeros zagueros y alivia los corazones acelerados de la grada.
La ronda definitiva del torneo, como casi todas, corre a cargo del Kun
Harto quizás de la cantinela que presenta el centro del campo rojiblanco como un páramo donde reinan a sus anchas todos los rivales que se deciden a poblar de piezas dicha cuadrícula, Quique Flores buscó una solución. El entrenador atlético, con fama de elegante, serio y meticuloso hasta que amerizó en el Manzanares, ha mutado en descuidado, ausente y confuso. Así que en vez de reforzar el corazón del equipo mediante un diseño racional y fino, tiró por la calle de en medio. Incrustó a Simao por la izquierda, a Reyes por la derecha, retrasó a Forlán y amasó así un engrudo feo y lóbrego que atragantó al Racing.
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Tuvo además la fortuna de reforzar el bodrio con un gol madrugador, y redobló su discreta apuesta. Por supuesto, para ello contó con el de siempre, el Kun, un virtuoso atrapado en la nada que, aun así, no se borra jamás.
El argentino horadó agujeros imposibles en el vértice derecho del área cántabra a base de fracturar cinturas con mil fintas y requiebros. La primera vez puso en la bota de Simao un balón aéreo y blando, perfecto para la volea majestuosa del portugués. Luego, las apariciones de Agüero fueron constantes ráfagas de aire fresco en un partido atascado, incluso plomizo.
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Sin alardes pero con firmeza, el Atlético cerró todas las vías de llegada del Racing. Sólo Canales, su joven estrella, lo intentó a base de pases a la espalda de la defensa madrileña. El chaval cántabro posee una pierna izquierda prodigiosa, de esas que sólo adorna a los zurdos cerrados y, excentricidades aparte, su fútbol se asemeja mucho al del mejor Guti.
Los inocuos latigazos de la perla santanderina no descompusieron a un Atlético firme como pocas veces. Reyes, bullicioso y atento, ratoneó en el área el segundo gol y el Racing claudicó. Por si acaso, el árbitro se inventó el penalti sobre Jurado la falta se produjo fuera del área y después Agüero, cómo no, creó otra pena máxima. Él se merece una final de rojiblanco.