Aunque no es un deportista internacional, Albert Soler vive en la Residencia Blume. El secretario de Estado para el Deporte ha preferido siempre vivir entre los atletas de élite, respirar el ambiente de los mejores deportistas, codearse con ellos, aprender, conversar y detectar sus necesidades. Su vida transcurre entre las pistas del INEF, el módulo cubierto polideportivo, la Residencia, el despacho del Consejo Superior de Deportes y la Casa de Campo, donde suele preparar sus maratones (tiene un récord personal de 2h58' en los 42,195 kilómetros). Un hábitat reducido, selecto, donde se mueven muchas de las esperanzas de medalla olímpica para Londres 2012.
Soler no es el primer presidente del CSD que reside en la Blume, pues también lo hizo en los años ochenta Romà Cuyàs, aunque sí da la sensación de ser el más cercano a los deportistas de todos los que han pasado por las oficinas de la calle Martín Fierro. Quizá su cercanía con los deportistas es la que le ha hecho ganarse esa fama de firmeza contra el dopaje que ha bañado sus primeras decisiones. La proximidad a las pistas le ha endurecido contra las trampas. Y estos días recoge muchas muestras de apoyo en las pistas tras su resolución para apartar de la selección a los deportistas implicados en operaciones de dopaje.
La habitación 701 de la Residencia Blume es el pequeño domicilio de Soler. Una habitación con una cama y una estancia con dos literas (que utilizan sus hijos cuando vienen a verle por Navidad), una mesa, una pequeña cocina y una nevera. En un rincón, sus zapatillas de correr; en otro, la bicicleta estática y, junto a la pared, una bici de montaña.
'Paso la mayor parte del tiempo en este micromundo', reconoce Soler. 'Muchos días, salvo que tenga alguna comida de trabajo en un restaurante, no salgo de este espacio: la Residencia, la oficina y las instalaciones deportivas', añade. Al término del reportaje, el secretario de Estado se cambia, se viste con los colores de La Roja y atraviesa la pista de atletismo en dirección a la Casa de Campo. El mediofondista Juan Carlos Higuero lo saluda: 'Joder, no fallas un día, Albert'. 'Así, dando ejemplo', le dicen otros. Soler sonríe y comienza a trotar, acompañado (suele quedar con amigos para hacer kilómetros) en dirección al gran pulmón de la capital.
La Residencia Blume es de construcción reciente. Se inauguró hace apenas dos años. Funciona como un centro de servicios en el que los deportistas tienen resueltas todas sus necesidades. José Ramón López Díaz-Flor, uno de los míticos piragüistas del K-4 de 1976, ejerce de director de la Residencia, asesor, supervisor y hasta confesor de los jóvenes alojados en la Blume. 'Hay que recordarles que no deben descuidar los estudios', recalca el compañero de Herminio, Misioné y Celorio. Junto a la Blume está la Universidad Complutense y un instituto de bachillerato. Se intenta reproducir el modelo estadounidense compaginando las vertientes académicas y deportivas.
El comedor de la Blume es un recinto espacioso en el que entran los deportistas en oleadas. Un lugar silencioso que se llena de ruido de forma súbita con la llegada de los jóvenes deportistas y vuelve a quedar en silencio en poco tiempo. 'El mejor momento indica Paco Velasco, el responsable del comedor es cuando llegan los de rugby. ¡Arrasan con todo! Y así da gusto. Que no sobre nada de comida'.
Soler cambia de hábitos en verano. Si lo habitual en él es salir a correr a mediodía (y prácticamente no comer o cazar algo de fruta en el comedor tras el trote) y dejar para la cena los asuntos de trabajo, en periodo estival hace lo contrario. 'En verano es imposible correr a mediodía. Por eso hago comidas de trabajo y salgo a correr a última hora de la tarde', explica este barcelonés de 45 años que ha arrancado con demasiados asuntos espinosos sobre su mesa: la huelga del fútbol, los cupos de la ACB, el dopaje. Son conflictos que vive de cerca porque desayuna, trabaja, come y duerme entre deportistas.
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