El Mundial de los parecidos razonables consumó otro partido de tantos. La casi totalidad de selecciones propugnan réplicas ligeramente retocadas de un principio idéntico: ni hay estilos. Nadie distinguiría en el juego de las diferencias a una selección con el pedigrí de Italia de otra con tan poco equipaje en las grandes competiciones como Nueva Zelanda.
Suráfrica busca campeón y un contestatario. Algún equipo que ose desarrollar en el verde algo llamativo. En este cansino paisaje, el encuentro ofreció un buen ejercicio desde la portería. Paston, guardameta oceánico, enganchó entre sus guantes cada balón colgado por la delantera italiana. Es la misma pelota con la que otros han pifiado. Nada es insalvable cuando un buen arquero se coloca bajo el larguero.
El empate deja a Italia, como siempre, pendiente de un hilo en la última jornada de la primera fase. Nueva Zelanda ha echado canas respecto a la Copa Confederaciones de hace un año. Allí se dejó mucha de su bisoñez, la vuelta a África presenta a una selección de más oficio. Con la fórmula más apañada para acabar con las desigualdades, la estrategia, los All White le dieron a la cita una dimensión inesperada. Smetz aprovechó la mala gestión de la zaga italiana para ponerse por delante en el marcador con el partido aún en su amanecer.
Se encendió la luz roja, esa que tantas veces se dispara cuando los italianos se ven en el regateo de algunos souvenires del país organizador y volar de vuelta a casa. El que mejor interpretó la urgencia fue De Rossi. El centrocampista de la Roma se elevó de entre la medianía de la tarde para empujar a su equipo hacia delante. Le puso más drama de la cuenta a un agarrón sutil de un defensor kiwi para provocar el penalti. El árbitro guatemalteco picó. Italia estaba otra vez en el Mundial. Alarma desactivada.
No hubo continuidad. El equipo de Lippi frenó otra vez. El técnico apostó nuevamente por el mismo equipo que empató ante Paraguay. Tampoco cuenta con mucho a lo que recurrir, aunque parece evidente que, tras dos partidos, la aparición de Camoranesi y Di Natale inyecta algo más de verticalidad a la combinación transalpina.
Los dos futbolistas aparecieron ya por el partido en el arranque del segundo tiempo. El partido se aceleró. Italia fue por la victoria, mientras que Nueva Zelanda apostó por la picadura a la contra. A falta de brillantez, hubo ritmo, llegadas al área. Sin embargo, el campeón del mundo no tiene ese futbolista que en un chasquido resuelva. El balón casi siempre acaba volando por el área en un centro. Paston resolvió con maestría a un buen disparo de Montilivo. Eso fue lo más peligroso de una selección a la que aún se la espera.
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