El Real Madrid siempre ha sido así. En todo momento y lugar pero, por encima de todo, en el Bernabéu. Un conjunto valiente, generoso y con orgullo que, lejos de encogerse en su área, sabe sobreponerse a un gol en contra y acaba goleando al Athletic, un rival honesto, trabajado y muy peligroso.
Bajo un semblante malencarado, Mourinho vive en una centrifugadora. Una cosa es conocer la grandeza histórica del Real Madrid y otra bien distinta tomar las riendas de una entidad de dimensiones inabarcables. Más aún cuando decides manejar el timón cual barman agitando una coctelera. El miércoles ante el Barça, el entrenador portugués dibujó un planteamiento ultradefensivo basado en regalar el balón y salir al contragolpe. Ayer, cuatro días después, abrió su libreto por la contraportada y llamó, uno a uno, a todos los finos estilistas que se fue encontrando por los pasillos del hotel de concentración. En total, media docena de cambios en la alineación.
Marcelo, en permanente libertad vigilada, inició y rubricó el empate
Marcelo, Granero, Xabi Alonso, Özil, Kaka, Cristiano y Benzema juntos asustan al más pintado, pero no al Athletic de Bielsa. El técnico argentino ha educado a su grupo para mirar al rival a los ojos, no al escudo. Las intensas sesiones a las que son sometidos los futbolistas bilbaínos han comenzado a dar frutos hace muchas semanas. El Loco sólo lo es del trabajo y del método. Por eso ha configurado un once tipo que, salvo causa de fuerza mayor, no toca ni en broma. Y, por supuesto, machaca una y otra vez movimientos, posiciones, apoyos y demás conceptos. Lo que se dice un equipo pulido en busca de la afinación perfecta.
De esa permanente huída hacia la perfección nació el gol de Llorente. Porque sólo ensayando las infinitas combinaciones de piezas puede aparecer Javi Martínez, un central, en la banda derecha para reverdecer laureles de centrocampista y servir al delantero un preciso globo teledirigido.
El Madrid, tocado en la moral y disperso en el dibujo, no se descompuso. Lo fió todo a las arrobas de calidad desparramadas sobre el verde. Y acertó. De hecho, el empate brotó de una primorosa triangulación al primer toque en la que se asociaron primeros solistas que rara vez coinciden juntos últimamente: Marcelo, Özil, Cristiano y Benzema.
Bielsa ha educado a su grupo para mirar al rival a los ojos, no al escudo
El lateral brasileño, en permanente libertad vigilada por sus veleidades ofensivas, inició y rubricó el 1-1. Se redimió, o no, a los ojos de Mourinho, de uno de sus habituales clareados en el gol del Athletic y, sobre todo, abrió la espita del talento sin complejos a los ojos de sus apocados compañeros.
Despojado el Madrid del corsé de la autoregulación y firme el Athletic en su apuesta descarada, el encuentro vivió unos minutos a todo tren. Un acelerado viaje de ida y vuelta a las dos áreas donde las lagunas defensivas blancas brindaron a los vizcaínos dos claras ocasiones de marcar desaprovechadas por De Marcos y Llorente.
Para entonces, Özil ya se gustaba como en sus tardes de gloria del año pasado y Kaká halló espacios abiertos suficientes en los que abrillantar de nuevo su fútbol de fantasía. Además, la presencia de Granero fue una bendición para ambos. El canterano, encerrado en el banquillo del olvido, fue titular y su clarividencia -algo oxidada por la inactividad tardó en aflorar- acabó por oxigenar el centro del campo en momentos especialmente delicados.
Con el talento a toda máquina no hace falta especular. Iturraspe cometió un penalti inocente, el marcador volteó del lado local, y a partir de ahí todo vino rodado. El aficionado reconoció a su equipo de siempre y el madridismo vivirá tres días de paz.
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