Entrenar a tu hijo: ¿Locura o nepotismo?
“Mi padre no me ve jugar”
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La duda tiene su derecho. Zidane acaba de elegir a su hijo Enzo como uno de los capitanes del Castilla. Y la opinión pública no se lo ha tomado como una noticia más. Porque esto no es como como cuando Paolo Maldini capitaneaba el Milan o la selección italiana que dirigía Césare, su padre. Ni siquiera como en aquella selección de Estados Unidos de Bob Marley, que derrotó a España en la Copa Confederaciones y en la que su hijo Michael llevaba el brazalete. Porque estos eran futbolistas contrastados, de reputación enorme, fuera de toda sospecha. Por eso a Maldini jamás se le debatió desde que empezó en el Milán de Sacchi y Baresi le eligió como su heredero. Tampoco a Bradley, futbolista norteamericano que jugó en Alemania, Italia o Inglaterra con un altísimo conocimiento de la profesión. De hecho, se le llamaba ‘General Bradley’. Todavía se le llama en Toronto FC, donde juega ahora, y no sólo imparte leyenda. También voz.
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“Sería algo injusto”
En realidad, el silencio era el precio de una vida difícil. Es más, hay entrenadores como Gustavo Poyet, aquel mediocampista uruguayo del Zaragoza que ha hecho carrera como entrenador en la Premier, que ni se la imaginan. Hace meses, le preguntaron si le apetecería dirigir a su hijo Diego, uno de los líderes del West Ham en la actualidad. Pero su respuesta fue muy franca. "Sintiéndolo mucho, tengo que decir que no. Me parece que sería algo injusto. Por eso en esa lucha, que establecemos todos entre el corazón y la cabeza, tengo que priorizar a la cabeza. Tengo que diferenciar entre el padre y el entrenador". Un argumento muy similar al que emplea Simeone cuando le preguntan por su hijo Giovanni, que se precia como delantero goleador en Argentina, ayer en River Plate y ahora, a préstamo, en el Banfield. "Desde que subí a Primera, mi padre no me da consejos y me dice que escuche a los entrenadores, que ellos serán mejores entrenadores conmigo de lo que pueda ser él".
"En el Barcelona aprendí que el fútbol no es un asunto de familia", aseguraba Adrián, hijo del exfutbolista y entrenador del Getafe Míchel González
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El riesgo siempre es alto, no se sabe si una relación así, como la que ahora vive la familia Zidane en el Castilla, suma o resta, si es un privilegio para el chaval o una locura para los dos, padre e hijo. "Pero podría ser una locura, no digo que no", explicó en su época Jordi Cruyff que ahora, a los 41 años, es director deportivo del Macabí Tel Aviv en Israel. "Yo recuerdo que mis oídos no dejaban de escuchar el murmullo del Camp Nou cada vez que tenía la pelota". Johan, su padre, el hombre al que en Barcelona siempre se permitió todo, le decía que "si los murmullos de la grada no me molestan a mí como entrenador no te tienen que molestar a ti como jugador". Pero Johan nunca ganó esa batalla en Barcelona. Jordi nunca fue un heredero de nivel para Stoichkov o Laudrup, para aquel ‘dream team’ que se iba. Y, después de dos años, marchó al Manchester United de Alex Ferguson y, desde allí, llegó hasta la selección holandesa de Guus Hiddink y a hacer goles de valor en la Eurocopa de Inglaterra 96. Cosas que en el Barcelona parecían, sencillamente, imposibles. "La gente dudaba de mí antes de que tocase el balón".
“Mi padre no me ve jugar”
Adrián también se quitó una losa cuando salió, obligado, de aquel Getafe. De hecho, triunfó en Primera en equipos de similar categoría entonces como el Racing, el Rayo o el Elche. Sin la impaciencia de los demás, fue un futbolista más feliz, algo parecido a lo que le sucedió a Jordi Cruyff en los noventa. Marchó y jugó años a buen nivel, en el Manchester, en el Celta o en el Alavés, sin esa presión tan perversa del Camp Nou. "En el Barcelona aprendí que el fútbol no es un asunto de familia". Quizá por eso Diego Castro, el extremo que jugó en Sporting y Getafe, antes de irse este verano a Australia, nunca se arrepintió de que su padre, el carismático Fernando, no fuese su entrenador. "No creo que hubiera compensado. Tengo dudas de que hubiera sido bueno".