Después de 80 minutos de fútbol anodino, vacío de imaginación y carácter, sin toques creativos ni ocasiones, el Atlético se encontró en los últimos diez todas las buenas noticias de golpe: el centro enroscado de Forlán, una aportación decisiva a la causa del hincha del Peñarol; el cabezazo parabólico de Elías, el brasileño necesitado de detalles que descubran argumentos para justificar su fichaje, y hasta el regreso del mejor De Gea, que al fin soltó una parada de las suyas, complicadísima, ante un cabezazo picado de Parejo. Todo eso le dio al Atlético para arrancar un punto de un escenario del que acostumbraba a salir mucho más feliz. Un punto que a estas alturas del naufragio suena a tesoro por los pasillos del Calderón.
Efectivamente, el Getafe marcó al primer intento. Ya lo avisó Quique, hace días que en la portería del Atlético todos los remates acaban en gol. Porque los defensas se lían a la hora de cerrar espacios o despejar y porque De Gea no paraba una (hasta el minuto 85 de ayer) desde que el Bernabéu le envolvió en un inesperado estado de inseguridad y congoja. El disparo de Manu, muy escorado y tapado, no iba avisado de demasiado peligro, pero Godín lo envenenó ligeramente y al meta le pescó el imprevisto pestañeando.
De Gea volvió a recibir un gol al primer intento, pero evitó otro al final
Así que no se habían completado dos minutos de juego y el Getafe ya mandaba en el miniderbi. Al Atlético le tocó jugar contra el marcador casi desde el saque inicial, pero ni siquiera eso le enrabietó. Jugó la primera mitad con la misma calma que si no fuera perdiendo. Y tan mal como de costumbre, sin hilvanar una sola jugada a derechas, pasara o no el balón por las piernas del incomprendido Forlán.
Tampoco le ayudó al Atlético el linier que le tocó en el primer tiempo, que levantó la bandera siempre, cuando los rojiblancos estaban en posición irregular y cuando no. Así que el Getafe se sintió muy protegido adelantando su línea muy lejos de su área. Y también con el balón, que conservó sin excesiva dificultad durante esa mitad. Aunque sin arañar, sin molestar más a De Gea y sufriendo también la fiebre de los fueras de juego. Colunga pasó un verdadero suplicio.
En la segunda parte, el dominio lo asumió el Atlético, pero sin aumentar las revoluciones. Sin complicarle la vida al Getafe, que dio un paso atrás y se acurrucó en la táctica para manejar un resultado que sintió muy cerca. Y que en el fondo mereció. Hasta que la inesperada cabeza de Elías decidió pegar un grito.
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