Contador: de los valientes siempre se aprende
Las despedidas siempre son amargas, pero necesarias, incluso, para los ciclistas como Alberto Contador que alguna vez propusimos para la eternidad.
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Nunca será fácil decir adiós. Pero las despedidas son necesarias, incluso, para esos hombres como Alberto Contador que alguna vez propusimos para la eternidad. Hubo hasta periodistas como Juanma Trueba que le acusaron de “inventarse las fuerzas donde escaseaban” y, en estos 34 de vida, también apareció ese hombre, Juanma Muraday, que se atrevió a escribir su biografía, ‘Tres sueños cumplidos’, cuyas páginas se inician con una cita tan humana como una estación de Metro en Nueva York: “El reconocimiento del público es más importante que una victoria”.
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Así que hoy, que estamos destinados a despedirnos de Alberto Contador, lo admitimos todo: la nostalgia, el miedo a no verle más en carretera y hasta la crónica de sucesos de aquellos años del dopaje de los que nunca se sabrá todo lo que pasó. Pero si es verdad que la valentía no tiene medida, tal vez Contador sea su mejor ejemplo. Una biografía cosida al ciclismo, desde los doce años cuando anunciaba un instinto especial en el parque del Egido de Pinto con la bicicleta. A los 20, ascendió a profesionales en el inolvidable ONCE de Manolo Saiz. Y a los 24, a una edad en la que ni siquiera lo lograron Ocaña, Delgado o Indurain, ganó el Tour de Francia por 23 segundos a Cadel Evans. Pero entonces, más que de la victoria, nos enamoramos de aquel joven que retrocedía al ciclismo de antaño, a los tiempos de Ocaña o de Delgado, en los que los ciclistas no eran ciclistas, sino héroes. Y la tecnología era una cosa que no se concebía ni en la carretera ni en las ruidosas máquinas de escribir de los periodistas, que hablaban del poder de la intuición en vez de la dictadura de los GPS.
Contador, en realidad, ha sido una radiografía de aquella idea. Un tipo gobernado por el corazón, capaz de pasar hambre sin obstáculos en invierno para cuidar el peso; de irse a vivir Suiza para separarse del mundo o de convertir su casa en un monasterio, como decía de él, Fran, su hermano mayor y representante. Quizá porque en la habitación de Contador la pena ejerció siempre de desafío perfecto. Quizá por eso también fue un ciclista que no daba valor a un dolor de piernas ni se avergonzaba de que lo clasificasen como un suicida. De ahí que tantas veces se definiese a sí mismo como “un kamikaze” y la única duda que nos queda es si en la Cámara del Congreso de los Diputados también sería capaz de ser así. Pero tal vez eso lo descubriremos a partir de ahora, en la siguiente vida de Alberto Contador en la que ya ha montado su propio equipo ciclista, donde advierte que volverá a pasar lo de siempre. “Necesito a la ambición. No puedo convivir sin ella”.
Por eso esto no es un relato de despedida, sino un recuerdo que lo único que lamenta es que los recuerdos sean irrecuperables y que no se pueda volver a aquel Alberto Contador, que hasta 2012 parecía invencible en el Tour de Francia. Porque entonces nos damos cuenta de que el tiempo ha pasado muy rápido y de que, a pesar del alto status de su currículum, lo imaginábamos para más. Pero en su carrera faltó la misma tranquilidad que por las noches en las redacciones de los periódicos. “Mi vida, en realidad, no ha tenido tranquilidad desde el accidente de 2004 que casi me cuesta la vida”, explicó alguna vez Contador, capaz de preguntarse, incluso, en voz alta: “No sé cómo va a reaccionar mi cuerpo ante tanto estrés”. Pero la realidad es que, al final, siempre se levantaba o, como mínimo, lo intentaba, que es lo que ha pasado en estos últimos años, en los que el tiempo se ha cobrado venganza de él. A los 34 años, aquella frase de Carlos de Andrés, el comentarista de TVE, retrató maravillosamente sus últimos años: “Contador ya no es un gran campeón pero no ha dejado de ser un gran competidor”.
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Hoy, no se trata de detallar los datos de su currículum. Para resaltar los dos Giros, los dos Tours y las tres Vueltas que ganó ya está la Wikipedia a la que es difícil hacer la competencia. Pero ni siquiera hoy podemos olvidar que Contador estuvo 565 al filo de la navaja en los que el TAS (Tribunal de Arbitraje Deportivo) debatió si era culpable o inocente de dopaje desde aquella nuestra de sangre suya en la que se encontraron 50 gramos de clembuterol. La pena fue que coincidió con los mejores años de su vida y la fortuna fue que Contador no murió de pena, sino que volvió para ejercer ese trabajo de ciclista, que siempre interpretó como un factor de riesgo o como un mundo lleno de suspense. Y, por encima de la victoria o la derrota, nos queda su legado, la sensación de que la gente indomable todavía existe y que él, como jefe de filas, defendía delante de sus compañeros. “Mirad, chicos, estamos aquí para ganar”, decía hasta en los peores momentos. “No sé que porcentajes de posibilidades tengo y a lo mejor ni yo mismo apostaría por mí. Pero sí sé que tenemos un 10% de posibilidades de intentarlo”.
El resultado está en su palmarés que, por encima de todo, impone una nostalgia que el periodista Juanma Trueba resumió así: “En cierto sentido, a Alberto Contador le pasó como a Pelé, que sus mejores goles fueron los que no marcó”. Así que hoy, ante una cita de ese calibre, que resume lo mejor y lo peor del ciclista, no se sabe qué más se puede añadir en esta despedida de Alberto Contador Velasco (Pinto, 1982), al que, pese a todo, le debemos muy buenos momentos. Quizá porque la valentía siempre es un buen momento que, en la hora del adiós, cobra más valor todavía.