El intento de escapar de una depresión es como ascender un puerto a oscuras. Superado, toca la bajada, ya sin miedos, hacia el lugar en el mundo de cada individuo; la meta; la luz. Esa dura etapa vital la ha cubierto Cobo a sus 30 años. Ayer lucía palmito orgulloso en lo más alto del podio. Ahí, rojo cresta de gallo, posaba sonriente el vencedor de esta Vuelta. Atrás quedan las tres veces que pensó en dejar el ciclismo porque no acaba de encontrarse en ese mundo tan sufrido. Su última intentona de colgar la bicicleta fue en mayo. 'La primera vez que lo quiso dejar quería ser cocinero, a la segunda electricista y en la última no llegó a decírmelo', ha confesado Matxin, su director, el hombre que mejor ha sabido penetrar en la psique de un corredor que ya fue exciclista en infantiles y en juveniles. 'No he vivido algo así en mi vida y espero que este triunfo me sirva para ver lo que me he perdido en este año y medio por esa mentalidad mía'.
Piernas ha tenido siempre Cobo. Incluso para correr sin bicicleta porque su padre dirige la escuela de atletismo de Cabezón de la Sal, el pueblo en el que creció. También atestiguan esa fortaleza sus muchos triunfos antes de convertirse en profesional y las etapa del Tour 2008, de la Vuelta 2009 y el triunfo en la Vuelta al País Vasco de 2007. Ese bagaje le valió para fichar por el Caisse d'Espargne en 2010. Se autopresionó demasiado por la responsabilidad de correr para una gran estructura. 'Eusebio Unzue nunca me presionó, fui yo solo. No quería ni ver la bici', ha recordado durante estos días. En su último intento de colgar la bicicleta Matxin le dijo que corriera liberado, sin tener que demostrar nada, que escuchara su cuerpo y se olvidara de la cabeza. Y su organismo le dijo en esta Vuelta que estaba para ganarla, aunque tenía dos líderes por delante, Sastre y Menchov. Al día siguiente de conquistar el Angliru y enfundarse el jersey rojo de líder había jornada de descanso y Matxin ordenó parar el entrenamiento a pocos kilómetros de comenzarlo. Metió a todo el equipo en una sidrería de un pueblecito leones y les invitó a saltarse la estricta dieta. Entre pinchos de queso, anchoas y pimientos, Sastre y Menchov le hicieron saber que estaban a su disposición.
En la meta del Angliru, el Bisonte, apodo que le puso un amigo por la chepa que le salía cuando utilizaba el manillar de cabra en la bici, confesó sin tapujos: 'El ciclismo no es mi pasión, es mi trabajo'. 'No me arrepiento de esa frase. Yo creo que a todo el mundo trabajar le jode, ¿no? Unos hacen 8.000 piezas en la fábrica y otros damos pedales', se reafirmó días después.
Ahora Cobo incluso es capaz de bromear con los males que estuvieron a punto de hacerle abandonar el ciclismo. '¿Que si pienso en el Tour de Francia? Ves, ya me estáis presionando', dijo feliz a la prensa.
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