Los chicos del barrio gobiernan
La gran mayoría de los jugadores de Francia se crió en las periféricas barriadas de las grandes urbes galas
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"Vengo a quitaros el puesto”. Con 17 años y subido en una silla, las palabras de Karin Benzema retumbaron en el vestuario de la ciudad deportiva del Lyon. Cada jugador que sube de la cantera al primer equipo está obligado a dar un discurso público de presentación ante los veteranos. Benzema no dijo más que eso y que era nacido en el barrio lionés de Bron. La procedencia fue suficiente carta de presentación. Una barriada complicada, donde una delgada línea separa lo legal de lo ilegal. La frontera la marca el trabajo; el que lo tiene no roba, el que no, trata de buscarse de la vida como puede.
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Aquellas palabras de Benzema, más que a altivez, sonaron a la crudeza del que viene de muy abajo. A la dureza de un chico, hijo de inmigrantes, que estaba a un paso de hacer realidad para los suyos el sueño del progreso europeo. Ya millonario, el delantero que marcará la próxima década del fútbol mundial, sigue residiendo en Bron. Ha comprado una casa para toda su familia y allí todavía vive con ellos, aunque ya ni él ni ninguno de sus ocho hermanos está obligado a compartir habitación. El barrio es una seña de identidad común en la selección gala actual como lo son las favelas en la de Brasil. Los suburbios de las grandes ciudades francesas se han convertido en peculiares Ipanemas de cemento, pelota y rap. Mucho rap, la rage au mic (la rabia del micro) que elabora rimas y canta la cruda la realidad suburbial.
Las calles de la periferia en las urbes francesas están repletas de chicos que imitan los gestos técnicos de Zidane, de Malouda o de Ribéry. Como en Brasil, el fútbol es otra vía de escape para alejarse de las trampas de la calle. Los niños son virgueros antes que jugadores de fútbol. Con una pelota en medio de la calzada se sienten libres y reconocidos en el código callejero. Es el primer paso para que un ojeador les lleve a una de las prestigiosas escuelas de fútbol de los clubes franceses o a Clairefontaine, donde reside la elite juvenil de Francia.
Vieira, otro hijo de la inmigración, se reconoce admirador del grupo rapero New Jack. En su día, el capitán francés, de familia senegalesa, confesó que “prefiero conocer a Nelson Mandela antes que a Pelé porque llevo África en el corazón”.
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Junto con Makelele, originario de un suburbio parisino, marca el paso en la concentración francesa. Son los dos jugadores más respetados por la nueva generación de talentos franceses. Se reconocen en ellos por sus orígenes y porque aspiran a consagrarse con la selección como hicieron ellos. Escuchan sus consejos sobre la vida, los peligros de la fama y la necesidad de no olvidarse de sus orígenes.
Anelka se crió en Trappes, un gueto parisino cerca de Versalles. Lo normal es verle pasear por la concentración de Francia con los cascos puestos y una sudadera con capucha. Han pasado ya ocho años desde que aterrizara en Madrid con su carácter desconfiado y ególatra y sigue manteniendo esa mirada de desprecio y huidiza hacia la prensa. En Trappes, los periodistas no suelen ser bien recibidos. “Aún hoy, cuando veo a un pintor con la ropa manchada, pienso que yo podría llevar la misma vida que él”. Abidal también se crió en un barrio de trabajadores de Lyon, Saint-Genis-Laval.
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De Samir Nasri, todo lo que se dice evoca a Zidane. Se crió en La Castellanete de la complicada Marsella de extrarradio. El mismo lugar en el que Zizou dio sus primeras patadas . También juega en el Marsella, aunque el Arsenal ya ha puesto 15 millones de euro, y comparte el mismo agente que el ex jugador madridista. Sus raíces son argelinas, y ejecuta la estética roulette de su ídolo con naturalidad.
Como es lógico, a Nasri se le ha señalado como el heredero natural de Zidane y otro emblema de la Francia multiétnica y multirracial que conquistó el Mundial de Francia 98. El propio Zidane recuerda, siempre que puede, la trascendencia de la diversidad de aquella selección. “Esa victoria sobrepasó lo deportivo y suscitó esperanzas en la sociedad francesa. Se habla de la generación negro, blanco y mantequilla”, declaro recientemente Zidane en una entrevista a Hombres de honor.
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Frank Ribéry, es el joven con más peso dentro del vestuario francés. Se hizo con los galones tras su brillante actuación en el Mundial de Alemania 2006 y los ha reforzado tras confirmarse en el Bayern de Múnich en su primer año. Su vez es tenida en cuenta por los más veteranos porque es el nexo de unión entre las dos generaciones que conviven en el vestuario francés. Su barrio, en la norteña ciudad de Boulogne-sur-Mer, tiene un 60% de desempleo. Otro entorno difícil que ha
parido un internacional francés de primera fila. “Con 16 años, tuve que trabajar en la construcción para ayudar a mi familia”. Hoy, construye el Gobierno de chicos de barrio que domina la selección francesa.