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Una chaqueta con mensaje

La sociedad americana convierte a Mickelson en su arquetipo de valores

MIGUEL ALBA

Por un día, la realidad no existió más allá del Amen Corner. En esa maldita esquina, entre los hoyos 12 y 14 del Augusta National, donde los defectos no encuentran disimulo, Phil Mickelson se regaló media hora de pureza. En el golf, con dos birdies que le vistieron de verde por tercera vez. En la vida, con un paréntesis entre un año de lucha y sufrimiento frente el cáncer de mama diagnosticado a su mujer Amy. Pronto, ella y Phil volverán al Centro Anderson de Houston para aferrarse al milagro. Serán días en los que el enésimo ciclo de quimioterapia castigará a Amy con vómitos y fatiga; en los que Phil se olvidará del mundo para centrarse en sus hijos; en los que el golf supondrá la última de sus prioridades. Así sucedió en cuanto apareció el diagnóstico, el pasado mayo. 'Mi familia me necesita para conseguir la mayor victoria de mi vida', dijo entonces.

En esa época, Mickelson era el primer golfista difuminado por la sombra de Tiger. Un jugador con querencia al petardazo en los momentos de puntería extrema con el putt. Un tipo que siempre eludió las comparaciones con Woods, a pesar de la insistencia mediática por convertirlo en su mayor enemigo. El marido ideal, el padre ideal por detrás de Tiger, cuya familia representaba el arquetipo perfecto, hasta el pasado diciembre, para la sociedad americana. Con los escándalos de Tiger, Mickelson recogió el traspaso de valores. Él, Amy y las niñas se convertían en la foto idílica del golf.

Una imagen que humanizó el hoyo 18 de Augusta, el pasado domingo. Tras el último birdie, que cerraba una tarjeta de 67 golpes, emergió Amy y el festejo se llenó de emociones. 'Ha sido muy bonito verla en algunos hoyos y tenerla junto a mí en el 18', admitía Mickelson. A su lado, Jim Mackay, su caddie, lloraba como un niño. 'La lucha contra el cáncer le ha vuelto más agresivo en el campo. Se ha quitado fantasmas', explicaba Mackay.

El título devuelve a Mickel-son al segundo lugar de la clasificación mundial. Por supuesto, detrás de Woods. 'El viernes cometí demasiados fallos y eso fue un lastre para todo el torneo', comentaba Tiger. Su tobogán de golpes en la última jornada (cinco bogeys, cuatro birdies y dos eagles) le reconcilió a medias en su regreso. Como a Mickelson, el fin del Masters le supone el retorno a la realidad.

Con la firma de su última tarjeta (277 golpes, a cinco de Mickelson), el número uno se quedó sin red ante el calendario. De hecho, el juicio público a su vida reapareció ayer. 'Ninguna mujer es tan ciega para ignorar tantas infidelidades'. La crítica a Elin se leía en el twitter del actor Jim Carrey. No había ninguna mención al golf. Es lo que tiene fallar al sueño americano.

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