Cuando el cáncer te retira del deporte
"Dos días antes de casarme"
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MADRID.- "No tengo nada que reprochar al cáncer". La voz de David Cañada (Zaragoza, 1975) ya no se asusta frente a lo que pasó. Él fue ciclista de elite. Un enorme contrarelojista que siempre será inseparable del cáncer. A los 32 años, cuando ya había descubierto cual era su lugar en el ciclismo, aquella enfermedad se presentó sin avisar en su vida con un efecto letal. A él no le pareció extraño y, de hecho, sigue sin parecérselo, “porque son estadísticas de la población normal, el hecho de ser deportista no te libera”. Y la vida le da la razón.
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"En el tratamiento contra el cáncer yo estaba tan cansado que no tenía ni ganas para terminar la carrera de Fisioterapia"
Hoy, ya ha pasado suficiente tiempo y el tiempo ayuda a olvidar. A los 40 años, David Cañada supo cómo hacerlo, encontró una vida plena y un trabajo que le gusta como fisioterapeuta en Zaragoza, donde lleva, junto a su mujer, su propio negocio. De hecho, atiende a Público.es en un descanso en el que insiste en la fortaleza de la vida. “¿Que si se puede comparar la lucha frente al cáncer con la del deportista?”, se pregunta él, que encarna ese retrato. “No sé. Realmente no lo sé, porque en el año que duró mi tratamiento pasé de montar cinco horas en bicicleta sin problema a terminar haciendo 30 kilómetros y necesitar cuatro horas de siesta para recuperarme del cansancio. Por eso no sé donde esta la comparación, no imagino a un ciclista, a un deportista, que pueda sufrir tanto”.
"Dos días antes de casarme"
El dolor nunca se olvida. “Se perdona pero no se olvida”, añade David Cañada, que acepta que cada caso es un mundo. “No sé como se podría comparar el mío al de Iván Basso, al de Abidal… No lo sé. Pero sí sé que a mí me sucedió por fases. A finales de 2007, cuando había encontrado mi sitio en el Saunier Duval, me quitaron un lunar en la espalda, que ya era un melanoma y no me pusieron ni tratamiento”.
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“Me diagnosticaron el cáncer dos días antes de casarme, pero no me iba a echar atrás”
Fue una etapa de transición. “Seguí corriendo hasta el 2008 cuando, al terminar la Vuelta a Polonia, me doy cuenta de que tengo un hinchazón en el ganglio de la axila y digo ‘esto ya está, ha vuelto’. Al volver a Zaragoza, con mi mujer, no pasamos ni por casa, fuimos directamente al hospital, donde se certificó y empecé a sentir que esa había podido ser la última carrera de mi vida”.