El Buitre celebraba uno de sus 4 goles ante Dinamarca en México 86.
MADRID
Actualizado:Acelerar la pausa. Este contrasentido tomó un significado especial el día en que Butragueño aterrizó en el césped para mostrar al mundo que se podía volar con los pies en la tierra. Su gol no fue decisivo, fue más que eso, un símbolo del talento, un emblema del genio que daba nombre a una de las mejores generaciones de fútbol de la historia: la ‘Quinta del Buitre’.
Butragueño era capaz de congelar el tiempo y empleaba la pausa como seña de dominio y autoridad para después desatar tempestades
Aquel 11 de febrero de 1987 Butragueño acurrucaba la pelota para mecerla a ritmo de embustes y amagues entre jugadores gaditanos. El Bernabéu, melódico, escuchaba la nana que el rubio de los cabellos rizados entonaba con sus piernas. A golpe de nota musical cambiaba de paso como un bailarín de salón con una pelota cosida a los pies. De físico frágil, era tan grande que el campo se le quedó pequeño y sorteó rivales escurriéndose por cada hueco milimétrico, escapando a la línea de fondo con asombrosa habilidad.
Con un ‘tiquitaca’ individual, de pie a pie y juego por donde quiero, quebró hasta a su sombra en un inolvidable eslalon dentro del área. Ni Jaro escapó al truco del equilibrista merengue, que paseaba con arte por la cuerda floja del santuario blanco, adornado ese día de pañuelos y al son del unánime grito de torero, torero.
Emilio no tenía el cuerpo para enfrentarse a poderosos centrales, no tenía el disparo para romper redes a cañonazos, ni tenía la velocidad física (sí la mental). Pero tenía la rapidez de ejecución, la que nacía en los períodos de calma, en esos instantes en que los defensas creían controlar la situación. Butragueño era capaz de congelar el tiempo y empleaba la pausa como seña de dominio y autoridad, inconfundible firma para después desatar tempestades. Su freno era una maniobra de distracción. Era un mago que manejaba las distancias cortas, un ilusionista que vestía de corto, pero que era el mejor de largo.
Sólo era un partido más de Copa del Rey, un último minuto con la eliminatoria sentenciada, un tanto que sumaba el sexto para el Real Madrid ante el Cádiz. Pero ese gol era la cota más alta del nuevo concepto de fútbol que se instauraba en Europa, un modelo que rompía con la tradición desde la belleza y al que le faltó la guinda de ganar el máximo trofeo continental. Entre la mala suerte y el Milán de Sacchi, el destino les privó de aquella orejona que gran parte del madridismo habría saboreado más que ninguna otra. No obstante, el verdadero valor de un jugador no lo establece la victoria, sino la memoria.
Se cumplen 33 años de su debut
Precisamente el Cádiz fue el equipo que presenció el debut del ‘Buitre’. Un 5 de febrero de 1984 pasó a la historia por ser el día en que cumplió la mayoría de edad profesional Emilio Butragueño. De la mano de Alfredo Di Stéfano, salió al césped del Ramón de Carranza con un dos a cero en contra para convertirse en el artífice de la remontada. Dos goles y una asistencia rubricaron su estreno como jugador del primer equipo con una victoria (2-3). Nacía la leyenda blanca, poseedor de uno de los números sagrados para el madridismo, ese ‘siete’ que lucieron grandes como Juanito, Kopa, Amancio o Raúl, y que ahora viste el galardonadísimo Cristiano Ronaldo.
Su debut coincidió con un Madrid en plena ebullición, en unos tiempos en los que la movida madrileña alumbraba la vida social y el viejo profesor Tierno Galván servía en su última etapa como guía de aquellos ilustres años. El socialismo trajo aires de cambio con su victoria en 1982 y la consiguiente apertura a la Comunidad Europea. Esa época coexistió con el inicio de los yuppies y una ola de optimismo que invadió todas las esferas del país. En este caldo de cultivo nació la Quinta del Buitre, que llegó como un soplo de aire fresco a un Real Madrid que necesitaba una regeneración profunda. Esta hornada irrepetible triunfó en España, pero quedó clavada la dolorosa espina de Europa.
A cuatro días de las elecciones, en España se cantaba: “¡Oa, oa, oa, el Buitre a La Moncloa” y “¡Se siente, se siente, el Buitre presidente!”
Butragueño fue su abanderado, el pie de apoyo bajo el que se sustentaban Martín Vázquez, Sanchís, Míchel y Pardeza. Los cuatro primeros compartieron vidas paralelas, manteniéndose a lo largo de los años gracias a su enorme calidad. Sólo José Miguel González Martín del Campo, el ‘8’ de aquel mítico equipo, estuvo presente en aquella selección española que vivió una de sus mejores noches en los Mundiales.
El equipo de Miguel Muñoz venció en Querétaro por cinco goles a uno a Dinamarca, con un inolvidable recital de Butragueño, que contribuyó con cuatro tantos a lograr el pase a cuartos de final de México 86. Su popularidad alcanzó niveles extraordinarios y la fuente de Cibeles se llenó de gente por primera vez para celebrar una victoria futbolística. A sólo cuatro días de las elecciones en España, dos cánticos sonaron con estruendo esa noche: “¡Oa, oa, oa, el Buitre a La Moncloa” y “¡Se siente, se siente, el Buitre presidente!”.
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