Los benditos rapados del Mundial
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Hay más en este Mundial, pero estas dos cabezas rapadas son fundamentales: Robben (Bedun, 1984) y Sneijder (Utrech, 1984), dos futbolistas llenos de paralelismos, capaces de ganar en otros lugares todo lo que no ganaron los dos años que coincidieron en el Real Madrid (2007-2009). Este sábado, podrían ser dos vividores, concentrados con Holanda desde hace semanas en un hotel en Copacabana en primera línea de playa con unas piscinas inmensas y unas hamacas en las que recordar la vida. Pero aún tienen demasiado alto el orgullo futbolístico como para darse por desaparecidos. Sólo les falta una cosa, el Mundial, a estos dos treintañeros que llegaron a Brasil con un hambre espectacular. Visiblemente más delgado en el caso de Sneijder, un futbolista de ciclos que, al dejar el Inter y marchar al Galatasaray en 2013, parecía definitivamente anulado para la elite. Pero Sneijder, como Cruyff en los setenta, siempre se reinventa. "Mi fútbol depende de la felicidad y ahora soy feliz".
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Al fondo queda otra época, por ejemplo, la del Real Madrid, "en la que me trataban como a un niño", llegó a decir Sneijder, capaz de reconocer que salía "demasiado por las noches hasta el día que me planté y me dije a mí mismo: '¿adónde vas?'" Pero ya fue tarde para continuar en el conjunto blanco, que eligió a futbolistas como Kaka, Cristano o Benzema que, cinco años después, no le superan por palmarés ni a él ni a Robben, que también salió del Real Madrid en ese verano de 2009. Desde entonces, sólo han coincidido en la selección holandesa, donde Van Gaal este año ha hecho un equipo a la medida suya y a la de Van Persie, casi los únicos que quedan del equipo que fue subcampeón en Sudáfrica, en el que Robben se cruzó con Casillas. "No juego por revancha", explica él, "sino por convencimiento de que podemos ser los mejores". Incluso, sorprende con declaraciones paternales: "Los veteranos somos responsables de los chicos jóvenes. Hemos pasado por situaciones por las que ellos aún deben pasar", añade como el entrenador que todavía no es y no se sabe si será algún día. "Pero a estas alturas tienes que aprovechar cada día, cada minuto, porque ya dudas de que el tren vuelva a pasar".
Quizá esa es la gran inspiración de Sneijder, un hombre distinto en estos días en Brasil del que jugó en el Real Madrid o del que no ha triunfado estos dos últimos años en el Galatasaray turco. "A veces, las cosas no salen como uno desea", rebate, "pero ahora es el momento de demostrar en el Mundial de que uno puede lograr lo que se propone y de aprovechar esta nueva oportunidad". Quizá ya no apunta al gol Sneidjer con esa facilidad del Mundial de Sudáfrica, donde un cabezazo suyo eliminó a Brasil. Pero juega a un nivel alto, imprescindible para que Holanda salga con esa velocidad al contragolpe, donde un tipo como Robben sabe jugarse la vida, aparecer y desaparecer como en el penalti final ante México que dejó que tirase Huntelaar. "Él acababa de salir al campo y estaba más fresco que yo. Tenía toda la confianza en que iba a marcarlo". Una responsabilidad que Robben admite como una parte más de su vida, superado el mito del futbolista egoísta del que le ha acusado hasta Beckenbauer en Münich. "Siempre quiero jugar lo mejor para el equipo, no para mí", rebate.
Este Mundial es algo más que una reivindicación para esta extraña pareja de cabezas rapadasQuizá a cualquiera de los dos les faltó popularidad para ganar el Balón de Oro. Sneijder seguramente lo mereció aquel año del Inter de Mourinho en el que lo ganó todo, hasta la Champions. El año pasado Robben vivió algo similar en el Bayern, pero ni siquiera figuró entre los aspirantes. Quizá por eso este Mundial sea algo más que una reivindicación para esta extraña pareja de cabezas rapadas, treintaañeros ya, orgullosos e incapaces de rendirse todavía. "La gente nos dice que sólo nos faltan cuatro partidos para ser campeones del mundo, pero es que eso es mucho", discrepa Sneijder que, desde que se casó con su segunda esposa, la actriz y presentadora de televisión Yolanthe van Kasbergen, va a misa los domingos, reza antes de cada partido y lleva un rosario colgado al cuello. "Ella me ha transmitido esa influencia", admite un hombre como él, acusado tantas veces por la fragilidad de su carácter y que ahora, como Arjen Robben, está dispuesto a demostrar que todo es posible. Para empezar, esta noche frente a Costa Rica, el primero de los cuatro partidos que deberían quedarles para superar a la generación de Cruyff, Neskens o Resenbrick, el del tiro al palo en Argentina 78, y ser campeones del mundo en Maracaná...