El Valencia agoniza. La derrota de ayer ante el Rosenborg le coloca al borde de la eliminación y, sobre todo, le retrata como un grupo destrozado física, táctica y anímicamente. Su proceso de recuperación, si llega, sera arduo. Y no está claro que Ronal Koeman sea el más indicado para reanimarle. El entrenador acaba de llegar, pero ya exhibe síntomas evidentes de la contagiosa angustia que asuela Mestalla.
Koeman no se ha escondido. Sabedor de la enorme huella estética dejada en el fútbol español por Johan Cruyff y el famoso Dream Team donde él fue pieza clave, el técnico holandés hizo una advertencia apenas aterrizó en Valencia. Se declaró degustador del buen fútbol, pero avisó que entrenadores y equipos comen y viven de los resultados.
Albiol, suplente
Y actuó en consecuencia. Atado a la victoria del sábado en Mallorca, Koeman calcó la alineación. No quiso tocar nada. Ni siquiera la defensa, donde Albiol parece haber perdido el puesto porque en Palma estaba sancionado. El joven central, una de las sensaciones de la Liga, una de las luces del oscuro período que vive el Valencia, asistió desde el banquillo al recital de Iversen y los demás. Contempló atónito las constantes embestidas de los noruegos al contragolpe.
Al Rosenborg, modesto pero tradicional miembro de la elite futbolística europea, le bastó con seguir el viejo manual: defensa aseada, centro del campo ordenado y un par de delanteros rápidos y contundentes. No le hizo falta más.
Un sector de la afición se empeñó en prologar el suicidio y encendió la mecha del desasosiego pidiendo la destitución de Quique Sánchez Flores. El presidente les sirvió la cabeza del entrenador y ahora no sabe cómo conservar la suya sobre los hombros. Por eso ayer huyó del palco minutos antes del pitido final y no acudió a la habitual entrevista televisiva post partido.
Aturdidos entre tanto movimiento y ausencias, los jugadores deambulan por la hierba. Han perdido el sentido colectivo que convirtió al equipo en uno de los más respetados del continente. Ahora, se miran y no se ven. Se buscan y no se encuentran. Ensanchan el campo para los rivales y lo encogen para ellos.
El Rosenborg lo supo ver desde el primer minuto. Supo aprovechar la enorme distancia entre las líneas para jugar con envidiable soltura y hurgó una y otra vez en la herida. Fueron dos goles, pero pudieron ser más. Y no hubo nadie con capacidad para alzar la voz. La entidad camina derecha hacia el precipicio en un incomprensible ejercicio de autodestrucción.
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