Cargando...

'La voluntad de creer' o un milagro de verdad

'La voluntad de creer', dirigida y escrita por el argentino Pablo Messiez, se mantendrá en las Naves del Matadero del Teatro Español de Madrid hasta el próximo 23 de octubre. 

Publicidad

Escena de 'La voluntad de creer'. — Laia Nogueras

Madrid, Actualizado:

"¡Ya me han visto andar!" Felicidad exige a su hermano Juan que haga un milagro de verdad. Felicidad es un personaje en silla de ruedas interpretado por una Rebeca Hernando en estado de gracia. Juan se cree poseído por Jesucristo ante la incredulidad de su familia. Pero a Juan (interpretado por José Juan Rodríguez) le exigirán que obre un milagro de verdad, que haga volver a los muertos a la vida.

Publicidad

La otra hermana, Amparo (Mikele Urroz), llega con su novia (Martina Fantini) de una vida vivida en un lugar lejano. La pareja de lesbianas vuelve a la casa familiar, en Euskadi, para dar a luz a su bebé. Un médico (Íñigo Rodríguez-Claro) intenta que nadie muera sobre el escenario.

Click to enlarge
A fallback.

La voluntad de creer se puede degustar en las Naves del Matadero del Teatro Español de Madrid hasta el próximo 23 de octubre. Una delicia de esas a las que nos acostumbra el argentino Pablo Messiez, el dramaturgo y director de la obra, en las que cada vez cuesta más encontrar la diferencia entre dramaturgia y dirección y saber si vino antes la palabra o el movimiento, o la puesta en escena.

Messiez, cada vez más consolidado como uno de los creadores teatrales del momento, se está especializando en situar sus historias en lo fronterizo, colocar al espectador en esa atrayente línea de la mezcla: la ficción o realidad, el teatro o la vida, la vida o la muerte. Convertir el teatro en un acto de fe.

Publicidad

Y es que la ficción tiene la cualidad de hablar de lo posible, que no lo real; de aquello que creyéndolo podríamos tomar como que sucede, o llegar a acontecer. Una conversación entre dos personajes adquiere la condición de creíble porque hay quien está dispuesto a creer que esa conversación sucede. Sin la fe del espectador, no hay teatro. Por eso, cuando Messiez y el resto del equipo artístico hablan en La voluntad de creer sobre la fe, están hablando del mismísimo teatro.

Y, claro, para referirse al teatro juegan con el público, un juego que no sería posible sin la brillantez del elenco que compone la obra. Actores y actrices, actrices y actores entran y salen con suma facilidad de sus personajes para entablar diálogo directamente con el público: entran en la ficción y salen de ella; salen y entran de la realidad una y otra vez.

Publicidad

No solo bailan, personajes y actores, en la frontera entre la ilusión y la vida real, sino que también se deslizan por el tiempo de la propia obra para contarle al público lo que va a pasar minutos después de tal manera que, cuando esto ocurre, los espectadores no puedan aguantar la risa. El humor autorreferencial, como quien se ríe de uno mismo, tiene mucho de sanador y catárquico, por lo que se contagia. Y el patio de butacas se convierte en una coordinada carcajada en más de una ocasión.

Esta dramaturgia de Messiez es una reescritura de la obra La palabra de Kaj Munk de 1925, llevada al cine con éxito 30 años después por Carl Theodor Dreyer. Un film, por cierto, que se emite durante la obra en un televisor que descansa sobre un escenario. Un escenario desnudo que se va construyendo conforme va avanzando la trama. Una trama que tiene su momento catárquico en el momento en el que Juan se dispone a obrar el milagro, a convertir la muerte en vida. Minutos de espera en el que los personajes quieren creer que es posible, minutos que son para el público, que es quien en realidad pone a prueba su fe pues, al fin y al cabo, actores y actrices ya se saben la función de memoria. 

Publicidad

La fe mueve montañas. La voluntad de creer es una invitación a ir más allá, a tener fe en que las cosas pueden ser de otra manera, o, lo que es lo mismo, es una invitación al teatro: reírse de los personajes y disgustarse con ellos, emocionarse con sus palabras y contener la respiración junto a sus respiraciones. En definitiva, reírse, disgustarse, emocionarse, contener la respiración por uno mismo, por creer.

"¡Ya me han visto andar!" pronuncia Esperanza, cuando su hermano Juan le anima a que se levante de la silla de ruedas, como si de Lázaro se tratara. Y lo dice porque, efectivamente, la actriz recibe al público en pie, caminando por el escenario, y ya la han visto andar; y solo cuando las butacas han sido ocupadas por los espectadores se sienta en la silla de ruedas para dar comienzo a la función. "¡Ya me han visto andar", dice, poco antes de volverse a levantar entre carcajadas. "¡Ya me han visto andar! ¡Ahora haz un milagro de verdad!".

Publicidad