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BARCELONA.— La canaria Ana Pérez Cañamares (Santa Cruz de Tenerife, 1968) es una de las voces más influyentes de esa nueva generación de poetas españoles que ha puesto patas arriba la poesía para arremeter contra el sistema y la indolencia de quienes lo toleran adocenadamente. A diferencia de los poetas sociales del pasado siglo, las creadoras como Pérez Cañamares ya no desean apropiarse de la voz del pueblo ni proyectar una empatía displicente sobre el sufrimiento de los parias, porque ellas mismas son los parias.
Esta nueva poesía en la que se alinea Cañamares se ha modificado en un doble frente. De una parte, se han vuelto a utilizar los versos con una finalidad política. Y de otra, se han buscado nuevos canales de difusión de los poemas que ayuden a acercarlos a la gente. Hoy los versos salen al encuentro de sus lectores u oyentes en el intento de inquietarlos y, sobre todo, de obligarlos a reaccionar y producir respuestas útiles. Lo que está en entredicho es el sistema.
Se diría, Ana, que si algo parece caracterizar a esta nueva poesía crítica es su orientación libertaria...
En efecto. Le debe mucho a la atmósfera de la crisis y a cuánto hemos aprendido con el 15-M. Es un momento de volver a repensarse las cosas, de reflexionar acerca de las mentiras oficiales, no sólo en las asambleas, sino en el propio espacio del poema. Y en tal sentido, no cabe duda de que el fenómeno tiene una orientación muy libertaria...
¿Son ustedes la voz de una revolución traicionada?
Yo no diría tanto. El 15-M nos ha legado una asamblea permanente en la cabeza. Es cierto que muchos nos hemos llenado de esperanza con esa salida institucional que se articuló en torno a un partido, pero los motivos son comprensibles. Se produjo una especie de cansancio de la calle. Se llegó a un punto en que la gente tenía la percepción de que no se avanzaba y de que nos habían dejado de escuchar, y la salida dentro del sistema [Podemos] fue la respuesta a esa frustración, antes que una traición.
Se diría que la transformación de la poesía se ha producido por partida doble. De un lado, se ha producido un cambio en el discurso, que ahora ha basculado nuevamente hacia lo político, pero desde la subjetividad. Y por otro, se ha modificado el continente. Se ha renunciado en parte al libro y al papel y se han investigado nuevos modos de transmitir la poesía. Hasta el punto de que, a veces, el continente es el mensaje.
"El 15-M nos ha legado una asamblea permanente en la cabeza"
Sí, estoy completamente de acuerdo. Lo que ha cambiado sólo no es la orientación temática del poema y su giro hacia la crítica. Se han creado igualmente nuevas maneras de acercarla a la gente que poseen en sí mismas una dimensión política. Ni yo misma me hubiera imaginado hace unos años recitando mis versos al término de una asamblea o una manifestación. Por así decirlo, le hemos arrebatado la lírica a las élites para llevarla hasta la gente. Ahora concebimos la poesía como una conversación. Por un lado, nosotros le hacemos llegar nuestros poemas al público. Y por otro, los oyentes o lectores nos devuelven unas impresiones que a su vez nos retroalimentan. No sólo se han roto los límites de la poesía. También se han difuminado las fronteras de lo político. Enrique Falcón me decía hace poco que lo que cabe definir como político no son los temas, sino los puntos de vista con los que estos se trabajan. A mi esa visión me interesa mucho. Por otro lado, estoy obsesionada con encontrarle utilidad a la poesía. No quiero resignarme a que no sirva para nada. Me gusta que se apropien de mis versos, incluso cuando ni siquiera me mencionan.
¿De verdad la poesía está recuperando la calle?
Estoy convencida de que así es. Sigue siendo minoritaria, claro, pero estamos conquistando nuevos espacios. A lo largo de los diez años que llevo dedicándome a esto, han empezado a llamarme para recitar desde lugares que antes hubieran sido impensables como bibliotecas o institutos.
A los poetas de la experiencia y a todos los que cortejaron y cortejan el “realismo sucio” hay que agradecerles que contribuyeran, de algún modo, a desacralizar la poesía y a darle una patina de coloquialismo que la acercó a la gente. Bukowski conoce a Bertold Bretch...
Para mí ha sido más determinante la lectura de los poetas de la poesía nórdica, los polacos, los norteamericanos, que siempre han incluido en sus poemas temas políticos de forma natural, mezclados con su propia vida. Me refiero, por ejemplo, a la guerra, Vietnam, la precariedad, los estragos del capitalismo, la discusión ideológica, la represión... Por otro lado, no soy una ensayista ni poseo los conocimientos necesarios para valorar la contribución a la poesía crítica de los poetas de la experiencia, pero una cosa es cierta: hemos empezado a comprender que parte de nuestro trabajo consiste en desmitificar nuestra labor y no constituirnos en una casta.
Se refiere usted a apearse de la torre de marfil...
"Parte del trabajo de los poetas consiste en desmitificar nuestra labor y no constituirnos en una casta"
Sí, exacto. Ahora, como los poetas de la experiencia, trabajamos desde lo subjetivo, pero a diferencia de muchos de ellos, conectándolo a cuanto nos rodea. Yo no enfoco el componente crítico de mis poemas de manera intelectual. Aspiro a formularla desde, precisamente, los efectos en el día a día. O como bien dice Alberto García-Teresa, yo planteo más bien una resistencia desde los afectos. Me interesa tanto la crítica como la propuesta de otras formas de vivir. Es decir, no se trata sólo de atacar sino también de poner el acento sobre qué hay que salvaguardar.
Hay que decir que son ustedes mucho menos pretenciosos que los poetas sociales de los cincuenta. Han abandonado, por ejemplo, los presentes mayestáticos, y la voluntad de erigirse en la voz del pueblo. Son mucho menos petulantes.
Supongo que sí. A mí me daría mucho pudor hablar en el nombre de nadie. Bastante les roban ya como para apoderarnos también de su voz. Claro está, tampoco se trata únicamente de quedarnos en lo meramente anecdótico y sentimental. Hablamos de nosotros, pero mirando hacia afuera, sintiéndonos como uno más. Quizá tengamos ciertas habilidades para describir lo que sucede de la que carecen otras personas, pero eso no nos hace mejores ni diferentes.
Ustedes son ellos, la gente. Y esa es posiblemente una de las diferencias principales con la poesía social precedente.
Habría que ver caso por caso, porque hay poemas de Blas de Otero o de Celaya que me ponen los pelos de punta. Pero así, considerados en conjunto, la diferencia es que nosotros estamos a pie de calle.
¿Alberga usted algún prejuicio en relación a esta nueva generación de poetas nacida “just for show”? Me refiero a la poesía concebida desde el principio para ser recitada en un slam... o incluso el hip-hop.
Yo tengo un gran respeto por todas las formas de poesía, y ello incluye los poemas concebidos para el escenario. En la música, por ejemplo, estamos acostumbrados a convivir con mil tendencias, pero eso no ha sucedido todavía en la poesía. Lo que yo creo es que hay espacio para todos.
¿Y qué me dice de los ambientes académicos? ¿Tienen ellos prejuicios con ustedes?
Sí, así es. Y deberíamos denunciarlo más porque se trata de círculos muy cerrados y muy intransigentes, que nos niegan el acceso. Eso puede percibirse claramente en el modo en que se niegan a franquearnos el paso a ciertas editoriales o ciertos ámbitos institucionales. En lugar de amor por la poesía, lo que se detecta es el deseo de preservar el cachito de pedestal que han conseguido. Las universidades, por ejemplo, son cotos cerrados a nuestras propuestas.
Cuando menos, deberían agradecerles que hayan acercado la poesía a la gente.
Sí, nuestra poesía habla de la vida de la gente común porque la escriben poetas que tienen hipotecas, viven en precario o están en paro... En tal sentido, ayuda a resistir y da ideas de cómo hacerlo. Por el contrario, toda esa poesía más académica a menudo se mantiene alejada de la gente y sigue transmitiendo la idea de que la poesía es una cosa inútil, que no habla de los problemas reales. Como tú bien decías, perciben que está hecha desde la torre de marfil. Y eso es lo que me jode, que se la condena a la marginalidad. Y aunque es un mundo muy vivo, sigue llegando a pocos.
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