Que vienen los rojos
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El mundo capitalista y la Rusia soviética jugaron una partida de ajedrez en 1927. Las piezas de nácar enfrentaban a las caricaturas de los dos bandos, en una batalla en la que un empresario gordo, muy gordo, con salacot, con bigote, se encara a un obrero esbelto y fuerte con maza sobre el hombro. Dos reyes irreconciliables, dos figuritas protegidas por sus torres: del lado del dinero, tanques y destructores; del lado del obrero, dos pilas de libros. La reina del proletariado va ataviada con pañuelo y falda, ropas humildes; la del capital, rodeada de pieles. Y para rematar la plana, cerca del poder del dinero, un abogado con una pistola en la mano es el alfil.
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La partida no ha comenzado, pero todos están listos para la guerra. El juego, protegido en una urna de metacrilato, figura en la primera sala de la exposición La caballería roja. Creación y poder en la Rusia soviética de 1917 a 1945, en La Casa Encendida, de la Obra Social de Caja Madrid, hasta el próximo 8 de enero. La muestra traza un panorama artístico-cultural centrada en los años que van desde la marcha de la primera caballería roja en la guerra civil (1918-1921) a la intervención de la caballería roja en la Segunda Guerra Mundial (1941-1945), a partir del cine, conciertos y montajes escénicos, además de la pintura y la literatura.
El miedo y el talento creativo se cruzaron en un país que reunió a grandes creadores
"Nuestro objetivo ha sido reivindicar el talento y explicar el contexto", asegura la comisaria de la exposición Rosa Ferré. "Hay una serie de tópicos que he tratado de desmentir. Por ejemplo, Lenin detestaba la vanguardia artística. Aprovechó el impulso de la vanguardia, pero no la fomentó", explica. La comisaria aclara que el realismo socialista fue un artefacto para crear socialismo, pero que nunca aplastó los experimentos vanguardistas. Ferré comparte, en este caso, las teorías de Manuel Fontán, comisario de la otra muestra dedicada al arte soviético en Madrid, Aleksandr Deineka. Una vanguardia para el proletariado, en la Fundación Juan March.
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José Guirao, director de La Casa Encendida, apuntó que la exposición pretende buscar "la arqueología de la contemporaneidad". En ese sentido, la exposición es uno de los proyectos más ambiciosos que ha montado el centro en sus nueve años de vida. Para Guirao, este periodo es la base del fenómeno de la contemporaneidad, como la escritura, la danza o el teatro. Pero destaca un aspecto por encima de las múltiples visiones que desarrolla el montaje: la relación entre creación y poder. "Ahora pasamos por un momento en el que los creadores se creen libres, cuando están condicionados por muchos poderes, como el mercado. Ya no es Stalin, ahora puede ser una gran galería de Nueva York la que marque las tendencias artísticas. El poder está más disimulado que nunca y el arte, más entregado a él. Los artistas jóvenes no se plantean la relación entre arte y poder, por eso siempre es interesante reflexionar sobre esto", precisó Guirao.
El recorrido pasa de los zares a Stalin, y de Kandinsky al realismo socialista
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El miedo y el talento creativo se cruzaron en un país que concentró a los grandes creadores de las tres primeras décadas del siglo XX. El recorrido se apoya en la historia del arte para divulgar el contexto de la represión y la revolución, a pesar de que la relación entre cultura y política pareciese reducirse a un motivo de postal ante una presencia plástica tan abrumadora.
La caballería roja analiza la colaboración voluntaria y entusiasta en algunos casos, y la impuesta y forzada en otros, de los artistas en la construcción del socialismo. Porque hubo un tiempo en el que los artistas se pusieron manos a la obra para cambiar el mundo. En el intento quisieron acabar con el arte. "¡Muerte al arte! Nació de forma natural, se desarrolló de forma natural y desapareció naturalmente. ¡El arte se ha acabado! No tiene lugar en el aparato del trabajo humano. ¡Trabajo, tecnología, organización!", escribió Aleksei Gan, en 1922, en Constructivismo.
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Una vez mataron el arte, fueron a por los museos. La experiencia artística colectiva debía llenar las calles, contactar con los ciudadanos, convencerles, guiarles, los artistas debían convertirse en el brazo ilustrado de la población. Los lienzos se convirtieron en carteles, el cine, en propaganda, y las publicaciones, en tinta inflamable para construir un pensamiento crítico con la explotación del capital.
Guirao: «Ya no es Stalin, hoy, la línea la dicta una galería de Nueva York»
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No se puede hablar, en realidad, de realismo socialista, porque como indica la comisaria, los artistas trataban de reflejar un ideal, la construcción del estado socialista. "Lenin no tenía ninguna confianza en que el pueblo fuese a tomar las decisiones correctas y creía en la necesidad de una intelligentsia que despertaba la conciencia de las masas: una elite que contribuyera a convertir a la población, mayoritariamente analfabeta y rural, en ciudadanos activos", escribe Ferré en el amplio catálogo que acompaña a la muestra.
También destacó en rueda de prensa el trabajo de archivos y la colaboración con importantes colecciones y museos. El recorrido cronológico arranca con el puñetazo sobre los zares, la Revolución, Malévich, Kandinsky, Ródchenko y Popova, Chagall, Stepánova y el sorprendente Pável Filónov, una de las figuras más desconocidas de la vanguardia rusa con una pintura caótica y obsesiva.
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La siguiente sala, la dedicada a la década de los veinte, se centra en las revoluciones visuales, que respondían a los ideales bolcheviques. Fotomontaje, productivismo, constructivismo y Mayakovski.
La segunda parte de la exposición gira en torno a los años de gobierno de Stalin y la aniquilación de cualquier talento creativo a finales de los treinta, con el espacio dedicado al realismo socialista, ilustrado con Deineka, Pímenov, Brodski, Mújina y un apartado especial dedicado a figuras literarias como Anna Ajmátova, Isaak Bábel, Mijaíl Bulgákov, Borís Pasternak, Andréi Platonov o Marina Tsvetáyeva, que sufrieron la represión. Y el montaje se cierra, en la sala inferior, con un epílogo dedicado a los años de la II Guerra Mundial.
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Ferré señala que ha sido complejo posicionarse frente a los acontecimientos históricos que marcaron Rusia durante estas tres décadas: "Hemos pretendido trabajar con la dureza para reflejar la purga. No hemos sido amables con los artistas, pero son ellos mismos los que hablan de su propia situación, son los que se posicionan, a los que hemos dado voz. Y lo que más te sorprende es la autoconciencia del talento reprimido que tenían todos estos creadores".