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En verano, con la mascota

'Pig', Nicolas Cage buscando a su cerda trufera secuestrada por las mafias de los restaurantes de Portland, se suma a la lista de películas que contagian amor y respeto por los animales y la naturaleza. Cerdos, perros, orcas o vacas, son las estrellas de la gran pantalla que mejor sirven a lo que Kossakovsky llama "la revolución de la empatía"

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Nicolas Cage, en una escena de 'Pig'. — AContracorriente Films

madrid,

Una cerda trufera puede rastrear una trufa a treinta centímetros bajo tierra, a diez metros de distancia y con el viento en contra. La trufa negra puede alcanzar un precio de más de 1.000 euros por kilo. La cerda trufera, el animal más preciado en la búsqueda de este manjar, es, pues, un ser muy codiciado, un valor en alza. Es la perversión de este sistema de 'primero el dinero' lo que provoca la tragedia de Pig, la ópera prima de Michael Sarnoski, un relato que acusa a los seres humanos que maltratan a los animales y que contagia amor por estos y por la naturaleza.

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Rob vive en una cabaña en mitad de un bosque de Oregón con una pequeña cerda trufera. Se ha apartado del mundo, decepcionado y cansado, y se mantiene vendiendo las trufas que la cerda busca. Con Nicolas Cage reinventándose, una vez más, en una interpretación conmovedora, la película cuenta la aventura de este hombre en el submundo criminal de los restaurantes de Portland para encontrar a la cerda que ha sido secuestrada. "Estoy buscando una cerda trufera, me la han robado. ¿Quién tiene a mi cerda?"

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En realidad, Pig —una sorpresa del cine independiente, ganadora del Premio al Mejor Director Novel en los National Board of Review (NBR) y del Mejor Guion Novel en los Independent Spirit Awards— es un relato sobre el dolor y la pérdida, nacido de la realidad de los agricultores de trufas que patrullan sus plantaciones con escopetas, del envenenamiento de perros y cerdos truferos por parte de los rivales y del robo de estos animales. De ello, de la muerte del padre del cineasta cuando este era un niño y de los efectos a largo plazo del luto. Una historia universal, "algo que quería explorar a través de una historia sobre un cerdo".

"Un mundo cruel y sin sol"

"Esta es una historia sobre un corazón sin prejuicios y cómo cambió nuestro valle para siempre. Hubo un tiempo no hace mucho en que a los cerdos no se les respetaba, excepto por otros cerdos. Vivieron toda su vida en un mundo cruel y sin sol". Son palabras del narrador de Babe, el cerdito valiente (Chris Noonan, 1995), otra película que desde el cine difunde amor y respeto por los animales.

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Babe, el cerdito valiente. — Público

Cada año se abandonan 180.000 perros y 120.000 gatos en España, la mitad en verano. El maltrato al resto de seres vivos del planeta —humanos o no— define con nefasta precisión la despreciable calidad ética de nuestra especie. Hay que dar la vuelta a esta tendencia. Y el cine trabaja desde hace años en ello. Relatos como el de Noonan, que se alzó, entre otros muchos premios, con el Globo de Oro a la Mejor Película Comedia o Musical, son una hermosa y eficaz herramienta para avanzar en la feliz convivencia entre todos los seres del planeta.

La revolución de la empatía

Entonces eran animales en una granja, un tono amable y una historia dirigida a todos los públicos, aunque sin caer en remilgos ni simplezas. El alma del relato, a la vista del éxito que tuvo de crítica y público, cuajó. Recientemente, otra cerda ha sido protagonista de una película, Gunda, en la que cineasta ruso Victor Kossakovsky hermana a animales con seres humanos, adentrándose en el misterioso universo de la conciencia animal que los seres humanos, estúpidamente, ignoramos. Hermosísima, la obra era, en palabras de su autor, parte de la nueva revolución que debe comenzar, "la revolución de la empatía".

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Y en ese mismo camino se encuentra el trabajo más reciente de Andrea Arnold, Cow, con el que conseguía transmitir el sufrimiento y los padecimientos de una vaca lechera en una granja. "Andrea Arnold despierta nuestra empatía por los animales mejor que Disney", señaló un destacado crítico, que sentenciaba: "La directora ofrece una contemplación conmovedora, a menudo triste, de una vida reducida a los recursos".

Una imagen de 'Cow', de Andrea Arnold. — Público

"En mi corazón"

Cierto que Disney se ha esforzado en este terreno. A veces de un modo, tal vez, demasiado cruel para el público infantil —la mamá de Bambi asesinada, la mamá de Dumbo atrapada, los abrigos fabricados con piel de cachorro de dálmata…—, pero en otras ocasiones con un tono mucho más digerible por los niños, como en El libro de la selva, Los rescatadores o Robin Hood.

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Desde lo más convencional hasta lo más ingenioso y emocionante, el cine se ha esmerado en difundir valores de tolerancia y afecto hacia los animales y la naturaleza en general. Lo mismo da si es a partir de las peripecias de un enorme perro San Bernardo en su recién descubierto hogar (Beethoven, uno más de la familia), desde las aventuras mucho más serias de Colmillo blanco (en algunas de las adaptaciones al cine de la novela de Jack London), la historia de una orca cautiva (¡Liberad a Willy!) o los intentos de un niño por devolver a la vida a su querido bull terrier (Frankenweenie). "Está bien, chico. No tienes que volver. Siempre estarás en mi corazón".

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