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Valle-Inclán no está muerto, está de parranda

'La cabeza del dragón' de Valle-Incán, dirigida por Lucía Miranda, se verá en el María Guerrero de Madrid hasta el próximo 13 de noviembre

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Una escena de 'La cabeza del dragón'. — Bárbara Sánchez Palomero / CDN

Los nombres de las víctimas del feminicidio de México protagonizaban, hace ya más de 11 años, el final de la representación de una Fuenteovejuna muy peculiar. Nos situamos en la edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro del año 2011. De Fuenteovejuna a Ciudad Juárez se llevaría una mención especial en el certamen Almagro Off. Aquella producción de Cross Border Project estaba dirigida por Lucía Miranda. La directora ya nos lanzaba un mensaje evidente: la tradición teatral no puede estar reñida con la innovación. Cross Border Project tratará desde entonces de mezclar lo artístico con la denuncia social y el trabajo comunitario.

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Hasta el próximo 13 de noviembre, la propia Miranda dirige, en el Teatro María Guerrero del Centro Dramático Nacional de Madrid, La cabeza del dragón, un texto de Ramón María del Valle-Inclán al que los repertorios oficiales no nos tienen muy acostumbrados. Cuentan que la directora fue apelada por Alfredo Sanzol, director del CDN, para que abriera la temporada con un texto de Valle y, tal y como ella misma explica, se decantó por esta obra encuadrada en el ‘teatro para niños’ del gallego: "Tenía veinticinco años cuando dirigí mi primera obra, fue La cabeza del dragón de Valle-Inclán. Voy a cumplir cuarenta, y me sigue interesando".

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Miranda homenajea así a Valle, un homenaje que se hace constante durante toda la representación. Ya cuando el público entra al patio de butacas se encontrará algunos asientos ocupados por unas esculturas doradas que imitan al ilustre creador del esperpento, las cuales estarán presentes toda la obra y el dramaturgo será, así, otro espectador de la función. El jovencísimo elenco también utilizará como atuendo, en más de una ocasión, unas barbas que imitan a las características que gastaba el modernista. Otro guiño, se disfrazan de él. Pero el homenaje más reseñable es el metafórico que plantea el propio espectáculo.

Y es que La cabeza del dragón es una farsa que simula ser una obra infantil, pero, en realidad, es mucho más que eso, es una crítica mordaz a la tradición (y entre otras cosas, a la monarquía, a la que señala como una institución obsoleta). Los jóvenes protagonistas, el príncipe Verdemar e Infantina, se enfrentan a la tradición (matar al dragón) en favor de su libertad y la de sus impulsos, el amor. Y no es más que eso lo que hace esta producción: se enfrenta a la tradición, a un texto de un autor de los clásicos (nada más y nada menos que Valle-Inclán) para traerlo al presente en un espectáculo divertido, renovado, crítico y mordaz con la actualidad.

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La puesta en escena de Miranda convierte el María Guerrero en una suerte de teatro de marionetas donde actrices y actores se comportan títeres, muchos de ellos pasando por distintos personajes al servicio de la historia. Los palcos del céntrico teatro de Madrid parecen cajas de muñecas bailarinas en ocasiones; otras veces simulan una carnicería... Las canciones toman la centralidad del espectáculo en varias ocasiones y tornan todo en un ambiente carnavalesco y chirigótico. La propuesta de Miranda es, al fin y al cabo, un teatro muy visual, sensorial y poético, lo que concuerda perfectamente con la obra de Valle.

La cabeza del dragón se encuadra en el periodo previo al esperpento, cuyo máximo exponente sería Luces de Bohemia. Con este género genuinamente valleinclanesco, el gallego pretendía reírse de España, de la naturaleza de lo español, donde la concepción trágica de la vida no puede comprenderse sin una carcajada. El esperpento no era más que eso, en definición del propio escritor: el héroe clásico paseando por el Callejón del Gato de Madrid, junto a la Plaza de Santa Ana, donde había unos espejos cóncavos y convexos que deformaban sus silueta. El esperpento, en definitiva, era una deformación de la realidad. Y aunque no toda la obra de Valle fuera esperpento, sí que estaba  impregnada de este estilo.

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Brilla el elenco como grupo, que llama la atención por su juventud. Actrices y actores son todos menores de 30. Pone los pelos de punta Carmen Escudero, actriz, que también es cantaora, cada vez que entona una estrofa; destaca también Víctor Sainz y, sobre todo, brilla Juan Paños. Su sátira guitarra en mano no deja títere con cabeza en lo que es, probablemente, el acercamiento más explícito con la actualidad de toda la función.  

En definitiva, esta cabeza del dragón de Miranda es una gamberrada, una juerga, un carnaval. Un homenaje a Valle-Inclán sobre el que, sin ser una certeza, podemos suponer que el gallego estaría satisfecho. Un divertido espectáculo que nos recuerda, como dice la canción, que Valle-Inclán no está muerto, ni mucho menos, y que está de parranda hasta mediados de noviembre en el María Guerrero.

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