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La última vuelta del estalinismo

Jean Echenoz novela la vida del gran fondista checoslovaco Emil Zatopek

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Cuando le mandaron a limpiar las calles de Praga los vecinos reconocían a Emil, se asomaban a las ventanas y le ovacionaban, le aplaudían, bajaban ellos mismos sus cubos de basura y los volcaban en el camión. Tenía 46 años de edad, una escoba, un mono de trabajo, el pasado más glorioso del deporte checoslovaco y un castigo por haber apoyado públicamente en 1968 a Alexander Dubcek durante la conocida Primavera de Praga. Habían pasado más de tres décadas desde que Emil Zatopek se convirtiese en el corredor de fondo más importante de la historia del atletismo y continuaba siendo el personaje más popular de su país.

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Dubcek, que decidió tomar medidas a las que nadie quiso asomarse antes que él durante el régimen checoslovaco, procuró un nuevo modo de vivir el comunismo: arrancaba la era del deshielo con la supresión de la censura, la tolerancia religiosa, la libertad para todo el mundo para viajar al extranjero, el restablecimiento de la legalidad y el derecho Aquel intento de democratización acabó abortado sangrientamente por las tropas soviéticas a los pocos meses.

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"Lo convirtieron en un atleta de Estado", comenta Jean Echenoz

"Excepto a unos cuantos estalinistas nostálgicos, todo esto gusta a todo el mundo, a Emil también le parece muy bien. Él, que ha tenido la suerte de viajar, que ha entrevisto en el extranjero una libertad de palabra y de movimientos para él desconocida, no puede sino seguir y apoyar atentamente el progreso de esa liberalización", escribe el autor francés Jean Echenoz (Orange, 1947) sobre Emil Zatopek (Koprivnice, 1922-Praga, 2000), en la biografía novelada Correr, que publica Anagrama.

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"Lo instrumentalizaron continuamente. A partir del momento en que se convierte en un atleta de Estado (como había obreros de Estado, artistas de Estado) se encuentra muy vigilado, marcado y la única liberación posible que encuentra es correr. Correr llena su vida", reconoce el autor francés, que repite fórmula como hizo con Ravel, novela en la que siguió al compositor desde su gira por los EEUU hasta su muerte.

Zatopek es una montaña de imágenes que Echenoz ha explotado para la encarnación del héroe: el éxito sobre las complicaciones, la sonrisa sobre la tristeza, incluso, el amor sobre el desastre nacional. Entre la verdad y la ficción, el autor de Me voy (Premio Goncourt, 1999) monta un metraje verosímil y apasionante, una falsa verdad entre los hechos y la invención, que encaja a las mil maravillas en el discurso narrativo para exhibir la manipulación de un corredor utilizado para la propaganda. El mejor anuncio del último suspiro del estalinismo.

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"La única liberación que tuvo fue correr. Correr llenó su vida"

La fuerza de un apellido puede llevar a un hombre más allá de sus límites y hacer que la historia no olvide sus hazañas. Hay apellidos que suben al podio antes de empezar a correr, que superan duras jornadas de entrenamiento en el frío de la Europa de posguerra, que sobreviven a los desórdenes de un régimen caprichoso, temeroso y amenazador.

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El de Emil suena a las pisadas del corredor sobre el asfalto, za-to-pek-za-to-pek-za-to-pek. Emil ha sido reconocido como el atleta de fondo más importante de todos los tiempos, tras ganar en los Juegos Olímpicos de Helsinki, en 1952, el oro en 5.000 metros, 10.000 metros y maratón. Nunca nadie más.

Recibió el apodo de la "locomotora humana", pero era un leñador. No era una máquina, no era perfecto, estaba lleno de errores. Arqueaba la espalda, cruzaba los brazos en el pecho, los hombros por delante de su cabeza que no paraba quieta, la mandíbuladesencajada, un paso doble de muecas que acababa con las aspiraciones de sus contrincantes. Emil no tiene clase, tiene corazón; Echenoz, estilo y épica.

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Cuenta el escritor que le contaron cuando ya había cerrado el libro que hasta cuando estaba sentado a la mesa seguía zapateando. Movía los pies como si siguiera corriendo, para mantener el ritmo. "Es como una máquina, pero que... Bueno, una máquina que para empezar está algo destartalada, porque tiene un estilo que los técnicos consideran aberrante. Hace todo lo que no hay que hacer, pero gana", comenta Echenoz del atleta que entrenaba con las botas militares y las cambiaba por las zapatillas para competir.

"Lo convirtieron en un atleta de Estado", comenta Jean Echenoz

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¿Contra qué corría Zatopek, contra sí mismo, contra el poco tiempo que le restaba en la competición, contra el cronómetro de sus carreras, contra el brillo que pretendía conseguir el régimen de él? ¿Y Jean Echenoz: contra la censura, contra la perfección, contra la destrucción del héroe, contra la imposibilidad de rebelarse al Estado?

Echenoz abre el primer capítulo con: "Los alemanes han entrado en Moravia" (1939). Y cierra el libro con un capítulo 30 años más tarde: "Los soviéticos han entrado en Checoslovaquia". Entraron para liberar al país de los alemanes (1945) y volvieron para aplastar las intenciones democráticas que alejaban al país de un régimen sin derechos.

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"Como nadie se atreve a hablarse ni a escucharse, todo el mundo huye sistemáticamente de todo el mundo, la gente ya no se conoce ni siquiera dentro de las familias", escribe sobre el miedo en Checoslovaquia. Habían pasado tres décadas, nada había cambiado y Emil estaba encerrado en los sótanos del archivo del Centro de Informaciones de los Deportes, desterrado, arrepentido, sometido y sin escapatoria. Echenoz dibuja a Zatopek, ya sin zapatillas, como un Sísifo condenado a seguir dando una y otra vuelta a la misma pista.

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