El terror fascista en la Sevilla de 1936
La represión tras el golpe es el escenario de 'Crisanta', la última novela negra de Juan Ramón Biedma, donde el horror real está infiltrado por la amenaza de lo sobrenatural.
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madrid, Actualizado:
Revolotean por sus páginas los fantasmas de la guerra civil, pero también otros espectros menos tangibles. Una Sevilla macabra, marcada a sangre y fuego por la represión fascista, y una Sevilla sobrenatural, que remite a los estudiosos de los fenómenos paranormales. Un barco real que es cárcel y una casa maldita que embruja. En la penumbra de una calleja, Crisanta, una mujer que contrabandea con el expolio de utilería religiosa y sueña con hallar un tríptico endemoniado de Jan Van Eyck, su valioso pasaporte hacia la libertad.
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"Me interesaba desenterrar el concepto de Sevilla en la retaguardia, un momento histórico muy olvidado. La sublevación militar triunfa rápidamente y, de pronto, se convierte en el cuartel, en el hospital y en el centro de abastecimiento de toda España. Una ciudad que de día vive de forma apacible y de noche se sume en el terror de la depuración", explica Juan Ramón Biedma (Sevilla, 1962), Premio Hammett por El imán y la brújula y Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones por El sonido de tu cabello.
Desde los juicios sumarísimos y las sentencias de muerte hasta los paseos nocturnos —coches fúnebres que hacen guardia ante los domicilios de los condenados— y los fusilamientos en las tapias. "No hay cárcel para tanto preso", apunta Biedma, quien ha barnizado su última novela —negra, como todas— de parapsicología, ingrediente que combina con otro miedo que sí se puede tocar, que huele y mancha, cuyo rastro permanece desleído en la zanja y en el paredón, "que termina minando la relación de todo el mundo".
La protagonista da título al libro, Crisanta (Alianza), mujer fea que —parafraseando al autor— vuelve locos a todos los hombres y a la mayoría de las mujeres, un personaje que a finales de octubre de 1936 lucha por la supervivencia en una Sevilla plagada por seres despreciables, como Manuel Díaz Criado, delegado militar gubernativo para Andalucía y Extremadura, sanguinaria mano derecha de Gonzalo Queipo de Llano: "El mayor villano que ha aparecido en mis libros".
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En la novela, Criado se apellida Mayordomo.
Sí, pero es un trasunto de Criado. En la novela altero algunos aspectos de su biografía, aunque su boceto está tomado casi al natural. Fue un tipejo que llegaba borracho a la comisaría y firmaba decenas de sentencias de muerte diarias. Las quería de un solo folio para no perder tiempo estudiándolas. Las firmaba y continuaba con los amigotes de juerga, que en algunos casos finalizaba de madrugada con los fusilamientos que él mismo había organizado: el número final de sus francachelas.
De repente, una casa embrujada.
Es una metáfora pertinente para mostrar un momento histórico en el que la muerte es la gran protagonista de esta tierra.
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Incluso un barco prisión, en este caso real, puede ser terrorífico y fantasmagórico.
En el proceso de documentación, me he ido encontrando con figuras que, pese a ser absolutamente reales, tienen un componente novelesco que buscaba, porque esta es una obra de ficción. El vapor Cabo Carvoeiro atracado en el muelle de las Delicias, atestado de presos republicanos; el parque de María Luisa transformado en un campamento donde se alojaban las tropas marroquíes, a las que no se consideraba dignas de ocupar los hoteles de lujo que se destinaban a las fuerzas alemanas e italianas que colaboraron con los golpistas; cines convertidos en lugares de confinamiento, o casas aparentemente normales que esconden centros de tortura son escenarios verdaderamente fantasmagóricos. Pese a la certeza de que existieron, llega un momento en el que no está muy claro si pertenecen al mundo de la ficción…
Si bien en la novela se entremezclan lo real y lo sobrenatural, lo científico y lo mágico, ¿en el fondo ha querido hablar sobre el mal?
El mal es una constante en mi obra, por el que siento una enorme fascinación. Es el resquicio por el que nos podemos asomar a lo más auténtico del ser humano. Frente a las frases tan manidas de que el bien resiste frente al mal o de que todo es una escala de grises, creo firmemente que hay destellos de mal puro perfectamente destilado, que dice mucho de todos nosotros. El mal ya aparecía en otras novelas, pero en este caso he podido analizarlo a través de un personaje histórico: Manuel Díaz Criado.
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Látigo de una Sevilla donde el objetivo era la aniquilación del enemigo republicano.
Ellos la llamaban "limpieza social" y fue llevada a cabo en dos frentes distintos. Por una parte, el medio urbano, a través de la represión policial, judicial y clandestina. Por otra, el medio rural, donde la purga terrible fue desempeñada por los caballistas, escuadras formadas por los caciques y sus criados, sin olvidar al cura del pueblo para bendecir los asesinatos de los rojos refugiados en la campiña y en la sierra.
Al comienzo de la novela también se anuncia la matanza de Badajoz, con el general Yagüe al frente, así como las violaciones y los saqueos a cargo de las tropas moras.
Efectivamente ["No se podía andar por las aceras de tanto muerto", le cuenta un testigo de la masacre a Crisanta. "Los moros se pasaban por la bayoneta y, a veces por la churra, a las mujeres y a los niños, a cualquiera, sobre todo si podían afanarle lo más mínimo. Sus legionarios lo adoran. Al general Yagüe, digo"].
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En Sevilla, en cambio, el golpe fue menos cruento. Entre comillas, porque en los días iniciales también hubo resistencia en el barrio de Triana. Una carnicería, con los muertos tirados en las aceras para dar ejemplo a la ciudadanía. En general no hubo una batalla prolongada calle por calle, pero hablamos de un país que había saltado en pedazos y donde los militares habían transformado el mundo en una pesadilla. Y eso se traslucía, porque los nacionales movilizaban a los quintos y las familias se veían obligadas a quedarse sin sus hijos, quienes en la mayoría de los casos iban a la guerra sin tener ni idea de que estaban defendiendo al bando golpista.
Para enmarcar ese escenario de represión, hay varias subtramas: del esoterismo al asesinato de niños. Y, en medio de la locura, Crisanta, quien busca un cuadro para canjear por un billete de avión que le permita huir del país.
Quería plasmar ese terrorífico escenario real y mostrar rincones sepultados en la memoria, lo que ha generado una gran sorpresa entre muchos lectores que han conocido cómo eran sus propios barrios y lo que sucedió en ellos no hace tantas décadas. Una vez trazado el escenario, tocaba armar una novela, porque no estamos ante un manual de historia. Y, para ello, necesitaba vidas, algunas ficticias y otras tomadas al natural, caso del gobernador civil republicano, José María Varela Rendueles, autor de la autobiografía Rebelión en Sevilla: memorias de su gobernador rebelde.
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Así, en la novela planteo un complot para liberarlo, que ejerce de acelerante del resto de los personajes: desde un antiguo capellán de la Legión, quien sigue caminando por pura inercia fatalista, hasta un grupo de estudiosos de lo sobrenatural, que recogen una tradición sevillana y ofrecen el contrapunto, con su forma de trabajar rigurosa y científica, de otra realidad caótica y anclada en el pasado.