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‘Stranger Things’, la serie ochentera de las cosas raras

Netflix estrena este viernes la primera temporada de la serie protagonizada por Winona Ryder y Matthew Modine. Una ficción en la que misterio y aventuras van de la mano con el objetivo de encontrar a un niño desaparecido en extrañas circunstancias.

Stranger Things recuerda un poco a Fringe.

MARÍA JOSÉ ARIAS

MADRID.- Stranger Things es la serie de las cosas raras, valga la redundancia. Ya lo avisa el título. La desaparición de un niño en extrañas circunstancias y el empeño de su madre por demostrar que no se ha ido por voluntad propia y que sigue vivo son el desencadenante de una sucesión de hechos a cada cual más insólito. Todos ellos apuntando a un mismo lugar, ese complejo en el que trabaja el doctor Martin Brenner (Matthew Modine) y en el que se cuecen experimentos cuyos resultados parecen tener la culpa de que el 6 de noviembre de 1983 el pequeño pueblo de Hawkins haya cambiado su habitual tedio y tranquilidad por el miedo y el misterio más absoluto y asfixiante.

Cuatro amigos, niños, juegan en el sótano de la casa de uno de ellos. La noche se les ha echado encima y se despiden. Cogen sus bicicletas y pedalean de vuelta con sus familias. Es un pueblo pequeño, no hay peligros. Todo el mundo conoce a todo el mundo. Es 1983. De camino a casa, algo sucede. Algo raro, extraño. Y ese algo se lleva a Will Byers. Solo en casa, no hay nadie ni para defenderle ni para darse cuenta de su ausencia hasta el día siguiente, cuando ya es demasiado tarde. El pequeño ha desaparecido y nadie se explica cómo ha podido suceder. Y mientras policía, amigos y familia le buscan, una niña, de su misma edad aproximadamente, rapada, con un camisón sanitario y el número once tatuado en su muñeca aparece con unas habilidades un tanto peculiares.


En Stranger Things, serie cuya primera temporada al completo estará disponible desde este viernes en Netflix, todo es raro y eso se ve desde el principio. Desde ese momento en el que una criatura que no se muestra del todo de inicio se escapa y se lleva a un niño indefenso. El misterio está ahí, entre los muros de unas instalaciones gubernamentales donde nada es lo que parece y algo oscuro está ocurriendo. ¿Está el Gobierno detrás de todo? Se irá viendo con el paso de los ocho episodios que componen una ficción que recupera la esencia de las películas de los ochenta merced a una ambientación puesta al servicio de la trama.

Porque los ochenta son una década muy cercana, pero muy distinta a la actual. Una época donde la bicicleta era el medio de transporte infantil por excelencia y en la que los teléfonos móviles eran un invento de Regreso al futuro. No tenían Whatsapp, pero sí ‘walkie talkies’. En un ambiente así, que despertará la nostalgia de un sector del público, el misterio está servicio. Todo va más lento. No existe la inmediatez de las redes sociales o la mensajería instantánea y las noticias circulan más despacio, como las pesquisas policiales.

Cada capítulo deja con ganas de saber más, con la semilla de la curiosidad alimentada y la necesidad de conocer el cómo y el porqué.


Es ese ritmo al que no está acostumbrado la sociedad actual el que hace que Stranger Things cuaje sembrando el misterio, la intriga y el querer saber más de lo que realmente está sucediendo en la pantalla. La clave está en descubrir cómo se conectan tres hechos: la desaparición de Will, la aparición de Eleven y lo que realmente ocurre en el complejo militar. Todo está conectado y Stranger Things camina hacia saber el cómo y el porqué con una ambientación ochentera, sí, pero también oscura y agobiante. No solo por las escasas escenas a la luz del día, sino porque gran parte de la trama ocurre en espacios cerrados y oscuros. La casa de los Byers, el sótano de Mike, un bosque frondoso…

Winona Ryder –recuperada por la televisión tras su paso por Show Me a Hero- y Matthew Modine son los rostros adultos más conocidos de un reparto en el que destacan los más pequeños, ese grupo de amigos al estilo de Los Goonies o la reciente Super 8 en la que la amistad es lo más importante hasta el punto de arriesgar sus vidas para encontrar a su amigo desaparecido porque todo lo viven como si fuese una aventura. Mención especial para Millie Bobby Brown como la inquietante, perdida y frágil Eleven. En cuanto a los adultos, Ryder se muestra desgarradora en su actuación y Modine, creíble como el malo de la historia. Ella es la incansable madre que busca desesperadamente a su hijo y a la que rodean una serie de circunstancias desquiciantes y eléctricas. Él, el doctor que podría ser el culpable de todo. Una suerte de Walter Bishop. Porque aunque sea someramente, Stranger Things recuerda un poco a Fringe. Un científico que experimenta con niños, en los ochenta, en unas instalaciones militares y de la que los pequeños salen con habilidades nada comunes.

Puede que la de la serie creada por J. J. Abrams, Roberto Orci y Alex Kurtzman sea la primera que viene a la cabeza, pero lo cierto es que ese ambiente ochentero que tanta nostalgia alimenta tiene mucho también de ese cine de amistad, criaturas y misterio de entonces. Títulos como E.T., Los Goonies, Gremlins, Alien, Cuenta conmigo, Dentro del laberinto… y tantas otras se agolpan en la mente mientras que ve episodio tras episodio Stranger Things. Todas están presentes porque la serie creada por Ross y Matt Duffer (guionistas de Wayward Pines) es un homenaje al cine de aquella época.

Ambos han logrado, junto con un reparto sin demasiados nombres conocidos, orquestar una ficción bien planteada y desarrollada en la que cada capítulo deja con ganas de saber más, con la semilla de la curiosidad alimentada y la necesidad de conocer el cómo y el porqué. Un misterio por resolver salpicado con píldoras temáticas como la familia desestructurada, cómo afrontar la pérdida de un ser querido o el primer amor y la incondicional amistad de los niños. Una serie de calado para nutrir el panorama seriéfilo veraniego.


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