Salas de conciertos en España: ¿cuál es la realidad tras el Mito de la Caverna? (II)
En la segunda parte de este reportaje indagamos en las estrategias de supervivencia de los pequeños locales de música en vivo y en cómo están afectando a los músicos y al público.
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Sevilla, Actualizado:
En la parte primera de este reportaje, lanzábamos un diagnóstico sobre la situación de las salas de conciertos en España. Y, como anunciábamos al final del mismo, ahora toca abordar cómo un contexto cultural y económico más amplio está transformando el consumo de música, qué estrategias están utilizando las salas para sobrevivir a estas dinámicas, cómo estas estrategias están afectando a artistas y público y qué posibles soluciones se pueden articular. Vayamos a ello.
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Maneras de sobrevivir
Según el periodista Nando Cruz, autor del libro Macrofestivales. El agujero negro de la música, "la profesionalización del sector y la competencia de los grandes festivales ha hecho que muchas salas sean ahora espacios de alquiler al mejor postor. Hace solo 30 años, los grupos no pagaban por tocar en una sala. Ahora cada vez es más normal".
"Las salas ya no juegan ese papel de prescriptor que busca grupos y los presenta a su clientela. Y eso impide que la gente confíe en el criterio de esa sala porque ese criterio ya no es un factor central en su programación. Ese vínculo entre público y sala, en muchos casos, se ha roto", añade.
"Por otro lado -añade el periodista-, la desventaja de las salas frente a un nuevo prescriptor que domina el mercado (los festivales) hace que para subsistir pongan en práctica estrategias que aún las alejan más del público y los grupos".
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"Tres ejemplos: el precio cada vez más elevado de las consumiciones, cobrar un porcentaje de la venta del merchandising a las bandas, echar al público y al grupo del local a las 11 de la noche porque hay que barrer y abrir de nuevo para el pase de discoteca", continúa.
"Un promotor me decía: una cosa es una sala de conciertos y otra una discoteca con escenario. En muchos casos, la sala de conciertos ya no es ese espacio en el que pasar la noche viendo el concierto y charlando hasta las tantas, sino un espacio en el que consumes el concierto y te echan a los diez minutos de acabar el show".
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Algunos de los aspectos que comenta Cruz no son completamente nuevos. Yo mismo recuerdo, hace veinte años, cómo en la desaparecida sala Aqualung, en Madrid, se impidió hacer un bis al grupo estadounidense Chk Chk Chk porque sobrepasaría el horario estipulado.
El propio vocalista, Nic Offer, tuvo que salir al escenario a pedir disculpas al público explicándole que la sala no les permitía tocar más tiempo, ante el abucheo y la indignación general (el concierto no había llegado ni a la hora y media de duración).
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Ese tipo de situaciones provocaban un divorcio general de las salas con artistas y fans. De hecho, un personaje muy activo dentro de la escena musical madrileña de entonces, Emil Bange, me comentó acto seguido que no pensaba volver a pisar esa sala nunca más, y lo mantuvo. Pero otras de estas controvertidas estrategias de supervivencia sí son más recientes.
La "uberización" de las salas
Abel Hernández es un músico madrileño. Entre 1996 y 2005 formó parte de Migala, un grupo de indie rock que hizo giras nacionales e internacionales, gozó de excelentes críticas en EE UU e incluso llegó a oficiar como banda de directo del músico de culto estadounidense Will Oldham. Tras la disolución de Migala, inició su propio proyecto en solitario con el nombre de El Hijo.
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Él dice que no quiere trazar una mirada nostálgica sobre el pasado, aunque lanza lo siguiente: "Ya no sé si soñé esto pero, cuando yo empecé, las salas no te cobraban alquiler, te invitaban a beber o incluso a comer y te daban un porcentaje de la barra. Las condiciones que hoy se han convertido en lo normal a la hora de intentar montar un concierto habría sido considerado un abuso ridículo hace 10-15 años y algo digno de otra cosa hace 20-25".
Y añade: "Recuerdo bien cuando salas pequeñas de lugares como Madrid pagaban a una persona para que hiciera la programación mensual, alguien que cuidaba de que una sala tuviera una línea, y a los músicos que eran programados no sólo no se les cobraba, sino que se les remuneraba por tocar".
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"La programación de esas salas hoy ha cambiado por la libre competencia: quien reserve antes y ponga más pasta, toca. Esto es: se ha producido una uberización de las salas de conciertos", continúa.
"Últimamente, –prosigue Hernández- incluso esas salas pequeñas han visto que su negocio puede ampliarse haciendo castings, como si fueran multipropietarios que especulan alquilando pisos a los músicos que desean tocar, seleccionando en función no de su propuesta musical sino de cuánta gente les sigue en redes y plataformas".
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Todo ello desemboca, según el artista, en que "impide el ejercicio de cualquier música disidente, y afecta a los músicos que empiezan o tienen una propuesta complicada. Es el mismo panorama ideológico del macrofestival aplicado a la sala".
"Se nos dirige a todos como ovejas hacia un cercado determinado. Las propuestas terminan por ser muy conservadoras, no solo ideológica, sino musicalmente, y eso es porque no hay espacios donde se pueda tocar sin comerse un marrón económico", sostiene.
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El madrileño, que también impartió varias asignaturas durante siete años en un Grado en Creación Musical en la Universidad Europea, ha percibido en el contacto con sus alumnos un cambio en el sistema de valores predominante.
De ahí esboza la siguiente reflexión: "Todo esto es solo una parte del papel que ocupa la música popular dentro del sistema y de cómo el capitalismo nos penetra y atraviesa nuestras vidas".
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"Triunfa la ética del pensamiento mágico del emprendedor, del inversor, del ganador único. Hay una naturalización de la búsqueda del éxito, y una de esas vías es crecer más que los demás en visibilidad, como plantas en la selva que tienen que buscar la luz para poder hacer la fotosíntesis", explica.
Y pone un ejemplo: "Las plataformas, con magia negra, han conseguido crear un consenso sobre las playlists y el número de reproducciones como valor de cambio, pero eso no se corresponde con la realidad. A lo mejor un artista que tiene 300.000 oyentes mensuales no consigue llevar a 120 personas a una sala de Madrid", concluye Hernández.
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Hay también una visible diferencia entre las salas de las grandes capitales y las de provincias, en las que cada vez es más habitual ver cómo las programaciones se llenan con bandas tributo.
Eso denota un acomodamiento del público mayoritario, que siempre va a preferir escuchar versiones peores de canciones que conoce que arriesgarse a ir a ver a un artista nuevo. Muchos de estos músicos emergentes, sobre todo los que no tienen demasiados seguidores, ya no ven las salas como un espacio que les permita desarrollarse.
Es el caso de la madrileña Teresa de la Gándara, artista de pop electrónico y urbano que se presenta con el alias de Green T. Ha publicado siete singles desde 2020 y, actualmente, tiene 817 oyentes mensuales en Internet.
"Digamos que yo soy un pequeño brote y hay artistas a los que se considera dentro de lo emergente que ya son más bien plantas jóvenes capaces de dar flor. Obviamente, a la hora de programar vas a preferir apostar por una planta con flor, hay muchas más esperanzas de fruto", explica la artista, que en 2022 ofreció tan solo cinco conciertos en salas.
Green T manifiesta que le gustaría tocar más y que su principal limitación es la económica, ahora más lastrada por el endurecimiento de condiciones de las salas.
"Ya antes de la pandemia me consta que se exigían cifras muy difíciles de recuperar a artistas y bandas emergentes, de hecho, tuve un grupo en 2018 y nunca llegamos a tocar en salas por esto mismo", revela.
"Y ahora, como no tengas a mucha gente dispuesta a pagar por verte, es muy difícil montar un concierto por cuenta propia, especialmente si no te puedes permitir estirar el bolsillo y que caigan unas cuantas monedas fuera", cuenta.
"Las salas achuchan mucho: la barra ya nunca se reparte, los alquileres son más altos, a veces te piden porcentajes de ventas de merchan… También he ejercido de road manager para otros artistas y ha habido que hacer grandes cribas para encontrar unas condiciones razonables en salas", explica.
"Por ello, romantizo un poco una época, que me ha sido descrita, en la que la gente entraba a las salas a ver qué había y los garitos siempre estaban llenos, pero es evidente que las maneras de consumir cultura, porque ahora es más un producto de consumo que otra cosa, han cambiado mucho", concluye Teresa de la Gándara.
Desde la perspectiva del público se acusan otros males que repercuten directamente en él, tal como atestigua Blanca Orcasitas, asistente habitual a conciertos que ya apareció en la primera parte del reportaje: "Los precios de las entradas y consumiciones están subiendo como todo, pero para algunos grupos es bastante exagerado, sobre todo los más grandes, aunque sabemos que eso no está pasando solo aquí".
Hay otro tema que le resulta preocupante: "Hasta que no se vivió la desgracia de Madrid Arena, los aforos eran demenciales. Yo he llegado a estar inmovilizada durante un concierto de lo llena que estaba la sala, pero desde que se revisó este aspecto es verdad que pasa menos".
"Pero esta mejoría no quiere decir que no pase. Sigo viviendo conciertos donde el recinto estaba claramente sobreaforado. Recientemente me pasó dos veces en la misma sala, Shoko, en Madrid, con Marc Almond y con The Stranglers", denuncia.
Además del riesgo para la seguridad que ello conlleva, esta veterana asistente a conciertos pone el dedo en la llaga sobre otro aspecto: "Hay salas que no tienen la misma visibilidad desde todas partes y, si llegas justo, corres el riesgo de no ver ni escuchar bien. No sé, yo espero que cuando pago una entrada pueda ver igual de bien desde cualquier zona".
También incide esta espectadora en algunas mejoras, como que cada vez haya más conciertos diurnos y con horarios familiares. "Una cosa en la que hemos ganado es que la gente puede ir con sus hijos a los conciertos. Antes era impensable y ahora me parece increíble poder ver actuaciones con niños pequeños a un lado y personas de 70 años al otro, por ejemplo", narra.
"Por cierto, el edadismo es un tema en el que creo que estamos abriéndonos también. ¿Soy yo o antes parecía que la gente de 40 para arriba no podía ir a conciertos y festivales?", reflexiona Blanca Orcasitas.
Maniobras de funambulismo
De lo escrito hasta ahora se induce un aumento de lo tiburonesco entre los propietarios de las salas de conciertos, pero no siempre tiene por qué ser así. La situación, por lo general, les ha llevado a hacer prácticas aceleradas de funambulismo para alcanzar un equilibrio.
Isaac Vivero, portavoz de la Asociación Estatal de Salas Privadas de Música en Directo (ACCES), afirma que, quien monta una sala lo hace siempre por motivos vocacionales.
"No conozco a ninguno que no sea un apasionado de la música. Los que nos dedicamos a esto no lo hacemos por ganar dinero, porque con otra actividad se le podría sacar un rendimiento superior", sostiene.
Varios de los programadores con los que hemos hablado en la primera parte, de hecho, son también músicos y sufren los mismos problemas para tocar que estamos abordando.
Es el caso de Álex López Allende, que compagina su labor en la sala Dabadaba con ser batería del grupo Kokoscha. Reconoce que han tenido que subir el alquiler del recinto, "aunque en nuestro caso no representa ni el diez por ciento de los eventos que acontecen en Dabadaba, ya que la gran mayoría son producciones propias".
"Nunca se nos ha pasado por la cabeza cobrar porcentaje del merchandising –añade-, aunque sí hemos ido subiendo precios en la barra, y las entradas siguen siendo apuestas: cuántas necesitamos vender para cubrir versus qué precio puede percibir la gente como justo vs. cuántas personas están interesadas en este artista".
Al otro lado del espejo, reconoce que Kokoshca lo tiene más difícil que antes para salir de gira. "Para grupos de nuestra liga, de público más o menos estable, los cachés no suben, y la gasolina para cruzar el país, o los hoteles donde dormir, sí se han disparado", afirma.
Esteban Ruiz, uno de los responsables de la sala X de Sevilla, también es componente del grupo I Am Dive y cabecilla del sello WeAreWolves. Él cierra los conciertos de todos sus artistas.
Al preguntarle si es más difícil tocar ahora que antes de la pandemia, responde que "rotundamente, sí. En Sala X nos esforzamos por seguir haciendo huecos a bandas que venden pocos tickets o que son poco conocidas pero la escena se ha vuelto muy hostil para las bandas más pequeñas y parece que las propuestas que encuentran un hueco en el circuito de salas son cada vez más homogéneas y de contextos más similares".
"Siempre ha sido un negocio en el que tener contactos era importante, pero ahora parece que vamos un escenario en el que cada vez menos agentes tienen más poder sobre todos los aspectos del negocio y esto es un peligro para la escena, sobre todo para la independiente, tal vez porque nos hacemos viejos y no tenemos TikTok", añade.
La coordinadora de estrategia internacional de Rocknrolla Producciones y Eventos Culturales (empresa gestora de Sala X) es Erica Romero Pender, una persona más joven que formó parte de los grupos Terry vs Tori y Martes Niebla y, en la actualidad, acaba de arrancar una nueva banda, Magic Gardening Club.
"Es difícil mantener la motivación por salir de gira o directamente por tocar, cuando la situación para artistas independientes es tan desfavorable en ese sentido. Para que las pequeñas salas y las pequeñas artistas podamos coexistir con los festivales y la música de tendencias, creo que hay que inventar nuevas formas de crear audiencias que de verdad puedan interesarse por tu música", argumenta.
"Yo personalmente no tengo ningún interés por tocar en un espacio donde no venga público a verme, y de la misma forma, entiendo que para las salas sea más fácil programar algo que ahora mismo tenga miles de escuchas en Spotify", explica.
"Creo que ahora las tendencias musicales son más heterogéneas, lo cual es algo positivo, pero ha sido a precio de perder la mayoría de escenas. Esas comunidades musicales eran necesarias para poder mantener ecosistemas independientes que se sostuvieran por sí mismos, para poder ir a tocar a una sala de otra ciudad u otro país y que la escena local fuese a verte sin necesidad de conocer tu música de antemano".
"Con Magic Gardening Club, preferiremos dar conciertos muy concretos que tengan sentido en el contexto actual, aunque eso signifique tocar poco", reflexiona.
Otros escenarios posibles
Parece que se ha instaurado un modo hegemónico de gestión de una sala, pero no tiene por qué ser el único. Según Teresa de la Gándara, "en escenitas más pequeñas y locales, se hacen eventos por amor al arte; de eso no vive nadie, pero apuestan constantemente por talento desconocido y suelen ser eventos muy interesantes: un mercadillo con artesanías, un acústico en directo, una pequeña representación, ropita de segunda mano o confeccionada a mano, algo de comida casera y por supuesto, bebidas, todo por el módico precio de una entrada de 3 a 5 euros. Hay promotoras que empiezan siendo colectivos que hacen este tipo de eventos y según crecen van mutando".
"Al final es una cuestión de rentabilidad y recursos. Si acabas dedicándole mucho tiempo vas a querer rentabilizarlo, si consigues un patrocinador va a querer mucha exposición, si quieres mucho público necesitas a alguien que te lo traiga...",prosigue.
"Estas promotoras suelen seguir apostando por proyectos en los que creen de verdad, pero acaban dependiendo de poder compensarlo con proyectos algo más grandes (no por ello menos interesantes). Creo que depende de los aumentos que lleve el microscopio, en una vista más general cada vez hay menos atrevimiento por lo emergente, pero si miras más de cerca, lo emergente sigue vivo y buscando vías para su supervivencia", sostiene Green T.
Incluso es posible hacerlo en la España vaciada. Un ejemplo es A Arca da Noe, en Vilar de Santos, un municipio de apenas 700 habitantes en la provincia de Ourense. Lleva nueve años en funcionamiento, con un aforo de 50 personas que, cuando es menester, se amplía sacando el escenario a una plaza contigua, a una carballeira y otros espacios cedidos por el ayuntamiento (que, desde hace muchos años, es del BNG).
"Programamos un poco de todo, cantautores, música tradicional y del mundo, rock, jazz...", explica Noemi Vázquez Nogueiras, la única responsable de A Arca "junto a gente que colabora".
La sala, dice, "es una especie de centro social. Tenemos un público fiel, de unas 30 personas, pero, dependiendo del artista, puede venir gente de los alrededores, de la provincia e incluso del norte de Portugal. Buscamos un contacto intergeneracional y diverso. Hacemos unos 100 conciertos al año, además de mercados de cultura local y artesanía".
A Arca ha conseguido también fiderlizar a su público, porque "el ambiente es muy próximo entre los grupos y la gente, y eso gusta a los músicos".
Afirma Noe que muchos artistas quieren repetir o incluso hacen correr el boca a boca para que otros se ofrezcan a tocar en el local. "El otro día, unos holandeses que vinieron quedaron encantados, les gusta esa parte de tocar como en casa, a veces incluso lo hacen a pie de suelo", apunta.
Por su sala han pasado no solo grupos minoritarios, sino casi todas las figuras importantes del folk, artistas de prestigio internacional como Alasdair Fraser o incluso grupos pujantes del rock independiente como Los Estanques y Anni B Sweet, que tocaron el pasado 25 de junio. Lo hicieron a las 13.30h, y, a continuación, hubo una comida popular, práctica que suelen realizar en alianza con productores locales y distintas asociaciones y colectivos.
"Nos parece fundamental crear una red entre las personas", asegura Noe, constatando que la rentabilidad de un proyecto como este es complicada. "Las dificultades económicas siempre están ahí, es una supervivencia permanente. Yo no vivo de A Arca, porque además no está en el centro de una gran ciudad, así que voy manteniéndome a base de hacer sustituciones como profesora", indica.
Algunas iniciativas con paracaídas institucional
El concierto de Los Estanques y Anni B Sweet solo pudo ser posible gracias a la pertenencia de A Arca da Noe al proyecto #culturadesala, un ciclo de conciertos impulsado por ACCES en colaboración con el INAEM y el Ministerio de Cultura, en el marco del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, financiado por la Unión Europea, NextGenerationEU.
Esta iniciativa se suma a programas similares que ya llevan años en funcionamiento, como GPS (Girando Por Salas) o Artistas en Ruta, donde la financiación pública consigue rebajar los costes a los músicos seleccionados para que puedan mostrar sus propuestas por locales de todo el Estado.
Además, en los últimos años han surgido nuevos modelos de festival o ciclo en salas de un lugar determinado. Es el caso de Oviedo Ciudad Sonora, que lleva tres ediciones programando conciertos gratuitos, además de charlas musicales y talleres, en todas las salas de la capital asturiana en los meses de noviembre y diciembre.
Y el año pasado surgió en A Coruña el festival Tándem, que, durante cuatro días y en diferentes salas de la ciudad gallega, ofreció la oportunidad de ver numerosos conciertos con un atractivo añadido: en todos ellos, se juntaba a dos grupos o artistas diferentes en el mismo escenario, dándoles vía libre para que se mezclasen como ellos quisieran. En ambos casos, la financiación corría a cuenta de los ayuntamientos de esas ciudades.
Otra iniciativa interesante es Scenergies, "un proyecto de colaboración internacional entre pequeñas salas de música de cinco países europeos, con el objetivo de atajar sus dificultades a través de la identificación y transferencia de buenas prácticas", explica Erica Romero Pender, que fue una de sus artífices.
"Surgió ya antes de la pandemia para valorar el papel de las pequeñas salas en el tejido musical y asegurar su relevancia y sostenibilidad", añade.
Afirma Erica que "ha sido una gran experiencia de la cual hemos aprendido mucho, sobre las dificultades que tenemos en común las salas pequeñas, sean del país que sean, y de iniciativas que sí que funcionan y de las que podemos aprender, en temas como la creación de nuevas audiencias, la sostenibilidad medioambiental, igualdad de género y diversidad, o la promoción de nuevos talentos".
"La red del proyecto sigue en activo y estamos planificando nuevas iniciativas con la participación de más salas. Al final la idea es crear comunidad para poder afrontar los retos en común y poder subsistir en un contexto complicado para los espacios independientes", relata.
La también integrante de Magic Gardening Club apunta que "fue curioso ver cómo muchas de las dificultades de nuestras salas eran compartidas por países tan dispares como Macedonia del Norte o Bélgica".
Y pone un ejemplo: "La falta de personal (especialmente de personal técnico) para volver a la actividad tras la covid, ya que muchos y muchas dejaron el sector, y el que ha quedado está sufriendo de muchísimo agotamiento".
"Pero también hay diferencias importantes. En España, un 90% de las salas son privadas con ánimo de lucro, pero en Francia por ejemplo, este modelo apenas existe, la mayoría son espacios públicos y sin ánimo de lucro", explica.
"Por tanto, en España se reciben muchos menos fondos públicos que en otros países (el 93% de los ingresos aquí son de ventas al público), y esto afecta también a cómo se programa y qué funciones acaban desarrollando las salas", cuenta.
"Por ejemplo, aquí la diversidad en las actividades se centra alrededor de la restauración y en otros países europeos, se incluyen más actividades multidisciplinares, como funciones sociales y educativas", asegura.
La batalla por los fondos públicos
A la hora de preguntar qué se podría hacer para que este circuito goce de mejor salud, prácticamente todas las voces consultadas hacen hincapié en la necesidad de una mayor inversión pública para hacer frente a los rigores del mercado.
"Si todos los millones y millones de euros que las distintas administraciones han soltado alegremente durante décadas para que se organizasen macrofestivales de tres días se hubiesen destinado a fortalecer un circuito de salas y bares con escenario, otro gallo nos cantaría", afirma Nando Cruz.
Abel Hernández opina que "a los de abajo y a la clase media del pop, las opciones que nos quedan son escasas y apenas pasan por circuitos alternativos, y sobre todo porque exista un tejido de ayudas públicas bien entendidas y gestionadas: es decir, no subvenciones como las que hoy se utilizan para lubricar los engranajes del libre mercado, sino que se enfrenten a esas reglas".
"En este terreno hay mucho que imaginar y que pensar: sitios gratis para ensayar y experimentar o laboratorios de tecnología musical, salas y eventos gestionados desde lo público... Tal clase de apoyos quizá podrían paliar la situación de gente que hace música fuera de las corrientes principales, no creo que para vivir sólo de hacer y tocar su música, pero al menos sí para que ésta exista", concluye.
Para Isaac Vivero, "convendría implementar una política común desde el Gobierno, a nivel estatal, para poner en valor las salas. En Murcia pusimos una plaquita en la fachada de cada una con el título 'espacio cultural' y el logotipo del Ministerio de Cultura".
"Estos espacios necesitan visibilidad y reconocimiento, porque en muchos ámbitos se nos mete en el mismo saco del ocio nocturno, cuando somos más parecidos a los auditorios y los teatros. Es normal que se exigan unas condiciones, como una buena insonorización de los locales, pero también se podrían crear ayudas o créditos para costear esas inversiones", añade.
Según Teresa de la Gándara, "creo que hay que reinventarse muchísimo y generar eventos más completos para conectar mejor con las diferentes subculturas. Ya hay bastantes promotoras haciendo un muy buen trabajo en este sentido, pero creo que hacen falta unos cuantos empujoncillos para considerar revitalizadas a las salas. Y opino que a ellas les vendría mejor otro tipo de medidas que no achuchen tanto a todo el mundo".
"Estructuralmente tenemos que cambiarlo todo", lanza Álex López Allende. "Nos falta europeizarnos, convertirnos en tejido cultural reconocido y apoyado como tal por las instituciones. Esto pasa primeramente por demostrar que somos ese actor cultural y no simples espacios hosteleros alquilables", sostiene.
"Tiene que ver con transparencia y prácticas justas, respeto al artista y al público. Y después, demostrarle a la sociedad y las instituciones el valor social de estos espacios", concluye el programador de la sala Dabadaba de Donosti.