Rubén Lardín “Escribir es una perversión del acto de leer”
El periodista y escritor barcelonés Rubén Lardín publica ‘La hora atómica’, un dietario sincero, inflamable y desobediente
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MADRID, Actualizado:
Rubén Lardín (Barcelona, 1972) es un poco de todo y un mucho de nada. De repente, aparece con un libro bajo el brazo, un libro bello y raro. La hora atómica (Fulgencio Pimentel) puede leerse de varias maneras, pero escribirse sólo de una: desde las tripas o, por precisar, desde un poco más abajo. Es un dietario sincero, inflamable, desobediente y pornográfico, en el sentido de abierto y crudo, porque él es más erotómano que hombre de microscopio. Lardín, firma clásica de revista moderna, escribe en primera persona porque ésa es la forma de explicar el mundo, que siempre son los otros. Doctorando de sí mismo, no viene a decirnos que esto se acaba, pero casi. Las ratas ya han abandonado el barco y a bordo sólo queda la orquesta de sus teclas.
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¿Se puede escribir estando feliz?
Sí. Además, es una de las maneras de liberarte del acto de la escritura, algo ridículo física y hasta intelectualmente. Escribir gozoso y sin saber lo que va a pasar es lo que me da mejores resultados. En todo caso, yo no produzco obra. Tengo un par de libros que no he escrito, y éste es uno de ellos, porque son textos publicados en internet que se convirtieron en un libro. Ni feliz, ni triste: yo no necesito hacerlo. Siempre he considerado que escribir es una perversión del acto de leer. Para mí, lo natural es la lectura.
Parece que le quita importancia a la exigencia de haber escrito un texto semanal para su extinta revista digital El Butano Popular.
Para mí el libro es un objeto sagrado, por lo que ver aquellos textos publicados me plantea un conflicto. No los escribí con el respeto que se merece el formato, aunque quizás eso esté bien. Sin embargo, hay gente que me ha comentado que los relatos no le habían funcionado en internet, pero sí en papel, supongo que por una cuestión de respiración.
¿Sin estilo no hay escritura?
Sin estilo hay redacción. Yo escucho la musiquita.
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Pesa más el ritmo que el adjetivo, ¿no?
Y pesa más la música que la verdad. No puedes deshacerte de ella nunca, tienes que bailarla. Y también que falsear la realidad, mal que te pese, en busca del pum, pum, pum.
Cuando escribe sobre cine o sobre sí mismo, en realidad está escribiendo sobre todo lo demás. Supongo que le parecerá detestable la categoría literatura del yo.
El yo es el único lugar donde puedo abismarme para buscarlo o encontrarlo todo. Maltrato el yo para poder hablar de todo lo demás. Cuando uno escribe, siempre hay vanidad.
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Ante la hoja en blanco, incluso le espolea no saber sobre qué va a escribir.
Para mí es lo más estimulante. Hacer el diarismo de la nada o de la costumbre, aunque hay tics que siempre terminan saliendo. Yo me quiero sentir más físico, pero escribir me hace sentirme ridículo. Y encubro esa vergüenza tirando de chulería o de una sinceridad que puede llegar a ser atroz. Me parece ridículo estar encerrado en casa escribiendo. Hay algo de neurosis en ese acto de vivir sentado que no puede ser saludable.
¡Qué Barcelona la suya!
No soy consciente de estar haciendo un retrato de mi ciudad. En este libro he dejado de salir de noche, porque esa Barcelona ya no me pertenece. Me imagino que todo va a peor: las Ramblas o la Gran Vía de Madrid, apestosas y repugnantes, ya no son nuestras.
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Y si no fuesen prohibidos en Catalunya, tampoco.
Ni siquiera me hubiera acercado a ellos. Fue por ensalmo: compré una entrada para ver a José Tomás, que no sabía ni quién era, y entendí toda esa mierda que me habían intentado inocular y que había rechazado hasta entonces.
Lleva años advirtiendo de la perversión del lenguaje y de los peligros de lo políticamente correcto. ¿Esto ha ido a peor?
Sí, pero no sólo el lenguaje. Es peligrosísimo, demencial y muy loco que se exija el castigo moral dentro de la ficción. Esto no puede seguir así, porque el moralismo lo impregna todo. Hay cosas de las que prefiero no hablar, pero creo que el tema de los micromachismos está haciendo daño, cuando en realidad quienes los denuncian persiguen otro objetivo.
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Escribe sin tapujos, algo que no podría hacer en un medio convencional, porque ciertos contenidos generarían rechazo y las redes sociales lo amplificarían.
¿Pero cómo vas a escribir, tío? Para que sea nutritivo, hay que escribir sin norte, como una labor de zapa, a ver qué encuentras. No queda otra que ir de frente para dar con algo de valor.
En La hora atómica escribe que el iPhone es el chupete del hombre contemporáneo.
Por ese rollo físico de llevárselo a la boca todo el tiempo. Si tienes que estar al tanto de si me gusta o no me gusta, ya no puedes escribir, porque vas a estar intentando gustar siempre.
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¿Logrará hacerse viejo sin ser adulto?
Es complicado... Ya detecto cositas, me fatigo, me aburro y tengo que recabar entusiasmo para hacer algunas cosas. Pero lo intentaremos, ¿no?
Ya que para usted escribir no es un trabajo, sino otra cosa, ¿en qué le gustaría ocupar su tiempo para poder pagar las facturas?
No lo sé, dejé de pensarlo hace años. De niño quería dibujar. Incluso estudié en una escuela de artes y oficios para ganarme la vida con eso, aunque en realidad jamás he sabido cómo ganarme la vida. Luego empecé a escribir sin querer.
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Pero piensa que con reglas no hay vanguardia.
La vanguardia, precisamente, consiste en romper las reglas. No obstante, éstas pueden terminar sedimentándose y entonces te ganan para la causa. O estás como una comadreja huyendo de ti mismo todo el tiempo o acabas integrándote.
¿Qué cineasta hay ahora?
Nacho Vigalondo me parece un tío con muchísimo talento. Curioseo todo y el cine negro actual está muy bien. En cambio, el cine social español me parece repugnante, no por moralista, sino por discursivo, sentimental y chungo. La comedia quizás ya me la sé, pero excepto con el género social, no tengo ningún problema con el resto.
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Ha dejado de fumar, pero sigue teniendo el mechero a mano…
Los malos ratos los he pasado con canciones, películas y dibujos. Todo lo demás te falla, e incluso el sexo se acaba.
Siempre esgrime que es un autodidacta. Aunque tener una licenciatura o un grado no tiene por qué significar nada, ¿ha sentido alguna vez cierto complejo por no haber estudiado?
Suplo mi inseguridad con insolencia y, de paso, ataco a la autoridad, algo muy saludable. A esta edad, pienso que me gustaría haber estudiado todas las carreras, empezando por Gemología. Ahora bien, en su momento nunca estudié para un examen, porque no he sabido hacerlo. No me siento orgulloso, es que era así.
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¡Ha traducido a Robert Crumb!
Sí, ocasionalmente. Es que también soy un farsante... He traducido del inglés, del francés y del italiano, pero no sé ni inglés, ni francés, ni italiano [carcajadas]. Los he aprendido leyendo, no los hablo.
¿Ve series?
No. Cuando me interesa alguna, veo sólo dos capítulos y me digo: “Es muy bonita y ya me la sé”. Es una hipoteca de tiempo muy grande. Eso sí, intento ver una película todos los días. Prefiero el estímulo insólito de un filme, porque el motor de una serie siempre va a ser generarte una adicción.
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¿Dónde quedaron los fanzines?
No tengo ni idea. En internet no hay tu tía por la censura: imagínate subir una teta a Facebook. Sin embargo, existen más fanzines de esteta que nunca, como puedes comprobar si vas al Gutter Fest o al GRAF. Pero no sé dónde están los de contenido irreverente.