‘El renacido’, la aventura épica y sádica de Iñárritu
Una solemnidad extenuante
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MADRID.- Entre la obra maestra y el delirio megalómano, si confiamos en las críticas internacionales, está la nueva película de Alejandro González Iñárritu, El renacido (The Revenant), una aventura épica y sádica a partes iguales, ambientada en el salvaje Oeste americano en 1823 e inspirada en una historia real, la del explorador Hugh Glass. Inmensa epopeya que se presenta como máxima favorita de los Oscar, con doce candidaturas, y que podría ser la definitiva para su protagonista.
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Con una fotografía apabullante de Emmanuel Lubekzi El Chivo, con la cámara tan cerca a veces de los actores que es imposible olvidarse de su presencia, El renacido está rodada cronológicamente en territorios casi vírgenes de Argentina y Canadá, aprovechando únicamente la luz del sol y de las hogueras. Con un arranque potentísimo, la película, que contiene algunos momentos verdaderamente espectaculares, está basada en la historia real de Hugh Glass, un trampero que luchó más allá de lo indecible por sobrevivir animado por su desmedida obsesión por la venganza.
Una solemnidad extenuante
Huyendo de los indios Arikara, el explorador es atacado por un oso pardo, que le deja muy malherido. Sus compañeros, aunque dispuestos a ayudarle, terminan por abandonarle pensando que pronto morirá, pero él, fortalecido por el recuerdo de su esposa, una mujer nativa, y de su hijo, luchará para sobrevivir y buscar venganza en el hombre que le traicionó, John Fitzgerald (interpretado por Tom Hardy).
Padecimiento y dolor que en manos de Iñárritu no tienen fin. Los tormentos a los que el cineasta somete a su personaje en esta ficción son tan excesivos, tan extravagantes, que resultan grotescos. Difíciles de comparar, excepto tal vez con la retorcida violencia y la saña de los personajes animados de 'Rasca y Pica' (Los Simpson) y sus chorros incesantes de sangre.
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Y es que el mayor enemigo de Alejandro González Iñárritu es Alejandro González Iñárritu y sus excesos, su ego incontrolable que le impide calcular riesgos. Abiertamente pretencioso, el cineasta —despojado absolutamente de sentido del humor— es de una solemnidad extenuante. Necesita tanto deslumbrar, impresionar, que termina ofuscado y firmando algunos momentos de pretendida profundidad, que no son más que insípidas reflexiones, insignificancias.
El comercio de pieles
Frente a ello, El renacido presenta algunas virtudes, como la de exponer la invasión en tierras de los nativos americanos. Pobladores de estas zonas durante más de mil años, los Arikara, por ejemplo, vivían como granjeros seminómadas y tenían una interesante cultura. Todo ello desapareció con la llegada de los europeos. “Era una época en la que muchos consideraban el territorio salvaje como un gran desierto espiritual que demandaba ser domesticado y conquistado por los hombres más duros”, explica el cineasta, que ha contado con 1.500 nativos americanos y miembros de las tribus aborígenes canadienses (las llamadas Primeras Naciones) en su película.
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Una película bendecida
Todo ello estaba en los objetivos de Iñárritu, que quiso acercarse a la naturaleza casi tanto como lo hicieran aquellos hombres y los nativos que poblaban esas tierras, y para ello no evitó algunas condiciones muy duras de rodaje. Situaciones a la que DiCaprio se lanzó plenamente entregado. Vegetariano, el actor llegó a comer carne cruda para la escena en que el personaje se alimenta del hígado de un bisonte, dejó que le enterraran en la nieve, caminó desnudo a 40 grados bajo cero y saltó a las aguas glaciales de un río. “Leo, tú eres el hombre, tú hiciste esta jodida película, amigo mío”, le brindó al recoger el Globo de Oro Iñárritu.