Rebelión contra un gobierno criminal
‘Isla de perros’, una obra maestra del cine de animación, revela al Wes Anderson más político. Metáfora del mundo que intenta crear el infame Donald Trump, la película le valió el Oso de Plata al Mejor Director en el Festival de Cine de Berlín.
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MADRID,
“Yo no se la dejaría ver a mis hijos”. Jason Schwartzman, uno de los guionistas con Wes Anderson, Roman Coppola y Kunichi Nomura, de la deslumbrante y poderosa, la maravillosa Isla de perros, se refería, por supuesto, a ésta. Una historia política, de tiranos corruptos que levantan muros y expulsan del país a los ‘otros’, exiliados a la Isla Basura, con campos de refugiados, prisiones, donde no hay comida y solo pueden esperar la muerte.
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Primera película de animación que inaugura el Festival de Cine de Berlín, con ella Wes Anderson ganó el Oso de Plata al Mejor Director y con ella ha firmado una obra maestra. La humanidad, la emoción, la denuncia, la verdadera esencia de la amistad y también de la rebelión están aquí, en una película de animación en stop-motion (fotograma a fotograma) protagonizada por una pandilla de perros que conmueve profundamente, más que muchas películas de acción real, y en la que el cineasta texano no disimula su intención de retratar al infame Donald Trump y el mundo que está creando.
"Se fue haciendo cada vez más política"
“Queríamos hablar de un gobierno criminal y para buscar inspiración buceamos en la Historia, pero el mundo cambiaba a medida que escribíamos y la película se fue haciendo cada vez más política”, dijo Anderson en Madrid, en la presentación que hizo de la película en Filmoteca Española (Cine Doré) tras su paso por la Berlinale. A medida que el equipo de guionistas iba trabajando en la idea inicial, el presidente de EE.UU. iba embruteciéndose y radicalizando sus posturas y medidas reaccionarias contra los emigrantes, los negros, los desfavorecidos… y ello iba convirtiendo Isla de perros en la película política que es hoy. Un delicado y valioso alegato de la rebelión.
Deslumbrante en lo formal —el detalle en cada fotograma es un regalo—, la película presenta al corrupto alcalde Kobayashi, de la prefectura de Megasaki, líder de un grupo de adoradores de gatos, envuelto en una iconografía fascista, anunciando a los ciudadanos que todos los perros serán desterrados a Isla Basura, un vertedero gigante de donde ya no saldrán jamás. Un virus creado por los gobernantes ha infectado a todas las mascotas caninas. El pequeño Atari, pupilo del malvado alcalde, roba un Turboprop Junior XJ750 y cruza el río que le separa de la infecta isla dispuesto a encontrar a su adorado perro guardián Spots.
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Jauría de perros alfa
“Nadie se da por vencido aquí, no lo olviden. Jamás. Somos una jauría de perros alfa aterradores e invencibles”. A Chief (Brian Cranston) no se le ocurre mejor manera de animar a Rex (Edward Norton), Boss (Bill Murray), King (Bob Balaban) y Duke (Jeff Goldblum), perros civilizados, mimados por sus compañeros humanos antes de su destierro, que no tienen idea de qué es ser fiero y peligroso.
Con ellos y con el valiente Atari, las chicas de esta historia son Nutmeg (Scarlett Johansson), una perra de exposición, y Tracy Walker (Greta Gerwig), una estudiante de intercambio estadounidense, que reúne a todos los niños y jóvenes de Megasaki —pronunciándose con el puño en alto— contra los planes del alcalde Kobayashi y sus secuaces.
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Personas desechables
“La nuestra es una historia de perros privados de sus derechos, lo cual es tristemente una experiencia muy real para personas de todos los países y orígenes. Hay muchas personas en esta situación, personas desechables. Y también existe la demagogia del miedo, la clase de miedo que expulsa a todos los perros de Megasaki a una isla para defenderse solitos, algo a lo que también se enfrentan algunas personas. Creo que el tema es muy actual”, dice el actor Brian Cranston, que para preparar el personaje de Chief, el único perro callejero de la pandilla, se inspiró en Doce del patíbulo (Robert Aldrich, 1967), que contaba la historia de doce presidiarios enviados a una misión imposible en la Alemania nazi. "Estos hombres también eran 'deshechos'. No tenían esperanza alguna de futuro por lo que se arriesgaron”.
En Isla de perros —más de 130.000 fotogramas y unas 1.000 marionetas creadas a mano— está el cine de Ozu, de Kurosawa, de Seiju Suzuki. Rendido homenaje de Wes Anderson a los maestros japoneses, la película también tiene momentos para celebrar el cine de monstruos de los 50 y 60. “Sin duda la mayor influencia cinematográfica se debe a Kurosawa”, reconoce Anderson, que ha mirado muy especialmente al cine urbano del célebre cineasta, donde retrató el lado oscuro de la sociedad moderna, “las cloacas del crimen y la corrupción”, para trascenderlo con humanidad. Además, el director texano ha encontrado en el impresionante rostro del actor Toshiro Mifune, uno de los grandes cómplices de Kurosawa, el mejor modelo para su perverso malvado.
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La alegoría humana que es Isla de perros, el reflejo de la crueldad que manejan los gobiernos tiranos, la desgraciada existencia de los perseguidos… tal vez no son el mejor espectáculo para los niños, pero, contradiciendo a Jason Schwartzman, la hermosa aventura de un pequeño de doce años que se escapa para buscar a su perro es, gracias a la astucia y al arte de Wes Anderson, un precioso e inspirador cuento para el público infantil. Al fin y al cabo, ellos, los niños, conocen igual o mejor que nosotros la grandeza del corazón de los seres vivos.