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Rafael Riqueni: “Dentro de unos años se demostrará que soy el mejor guitarrista de España y, probablemente, del mundo”

El tocaor sevillano se perdió en los callejones de la vida, pero logró regresar a los escenarios veinte años después, convertido ya en un mito de la guitarra flamenca.

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Rafael Riqueni (Sevilla, 1962) ha escrito la historia del flamenco contemporáneo con sus dedos. Maestro de la guitarra, nació en Triana, recaló en Lavapiés y se perdió en los callejones de la vida, de los que regresó veinte años después como un eccehomo sabio y quejumbroso, convertido en un mito del toque. Virtuoso con alma, no se ha prodigado en el estudio de grabación, pero sí en el estudio de los clásicos, categoría de la que ya forma parte tras ganársela a pulso. Recién aterrizado de California, acompaña a Estrella Morente en el festival Suma Flamenca de Madrid, donde la cantaora granadina lo colma de elogios, consciente de que Riqueni no es escudero, sino quijote.

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Escuchándolo, uno no ya no sabe si su guitarra tiene más de seis cuerdas o si sus manos, más de diez dedos.

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Yo tengo las mismas manos que todo el mundo, si no sería un extraterrestre. Esto consiste en saber darle a las cuerdas. Yo, por ejemplo, soy un desastre para hacer una maleta, pero la guitarra se me ha dado bien desde pequeño. El producto de esa genialidad, de ese don con el que nacemos algunos artistas, no es nuestro, sino que nos viene de Dios. Por eso tenemos la obligación de dárselo a los demás, porque no es de nuestra propiedad. Para llegar hasta aquí, hay que tener un don y trabajar muchas horas, siete u ocho diarias, durante toda la vida. Entonces, cuando llegas a mayor, nuestro arte es un disparate, claro.

Entonces, sin don no hay genialidad, pero sin esfuerzo, tampoco.

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Sin el don, las cosas se te ponen muy difíciles. No te quieres dar cuenta de que no sirves y sigues ahí, peleando contra algo que es implacable. La música no se casa con nadie y la guitarra, menos. Los que tienen esa mala suerte continúan intentándolo, luchando contra un gigante, y al final terminan cansados y vencidos. A veces, algunos se percatan de que no han nacido para eso y se meten a mecánicos o a ingenieros.

O sea, que uno nace guitarrista.

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Yo creo que sí.

¿Usted es de pocas palabras porque ya lo dice todo con la guitarra?

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Sí y no, porque la gente piensa que somos autosuficientes y que hablamos con nosotros mismos. Es decir, que nos sobra todo y que somos como Superman. Sin embargo, aunque tenemos nuestros momentos de soledad, incluso buscados, a veces necesitamos charlar con alguien, porque somos iguales que todo el mundo.

Pese a la ausencia de letra, usted cuenta historias con su guitarra, como sucede en Parque de María Luisa, ¿no?

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En realidad, yo no quería hacer ese disco. Me convenció mi mánager, Paco Bech, que además es mi mejor amigo. En Parque de María Luisa quería narrar una historia y que la gente, cuando pasea por allí, se sintiese como un niño al que su madre le está contando un cuento. 

Publicó ese disco más de veinte años después del anterior, Alcázar de Cristal. ¿Cómo vivió ese regreso por todo lo alto?

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Bueno, lo mío ha sido muy duro. Fueron muchos años y muy mal, no sé por qué... Si soy tan inteligente para algunas cosas —o sea, para la música, quiero decir—, ¿cómo pude ser tan torpe para equivocarme tanto en la vida? Gracias a Dios, salí de ese pozo, porque podría haber muerto en la calle. Y aquí estoy, acabo de llegar de Estados Unidos y vivo como un rey, porque no me falta de nada. Ahora bien, si en aquellos años malos alguien me hubiera dicho que daría conciertos en América, que Universal me publicaría un disco, que trabajaría con Estrella Morente, que protagonizaría un documental y que estaría en lo más alto de la guitarra de este país, le habría respondido que estaba loco.

Ese documental, Riqueni, lo dirige Paco Bech y acaba de ser estrenado en el festival In-Edit. También se ha hecho esperar, pero ha merecido la pena, porque usted sí que tiene una vida que contar…

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Hombre, yo creo que sí. Ha sido una vida rica y bastante interesante, aunque no es para contarle todo a la gente [risas]. Pero si se cuenta casi todo, no pasa nada, porque tampoco ha matado uno a nadie.

Fue una pena que, ya recuperado, tuviese que cumplir condena por un delito cometido años atrás. ¿Aprendió algo en la cárcel?

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En la cárcel, lo único que se aprende es a ser desconfiado y a no descuidarse ni un segundo. La convivencia diaria es muy dura.

¿Volver a Sevilla lo ayudó a reponerse de sus quebrantos?

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Sí, mucho. Antes de regresar a Sevilla, Paco me llevó a Huelva y estuve un tiempo con él en la sierra y en La Antilla. Luego me trasladó a la finca de un amigo, donde empecé a correr un poquito, a alimentarme mejor, a ponerme en forma... y ahí empezó todo.

Si usted es el mejor guitarrista flamenco, o uno de los grandes, ¿por qué los focos han apuntado hacia otros?

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En parte, porque he sido una persona muy problemática en un momento dado de mi vida. La gente que contrata no quiere problemas y yo quizás no estaba preparado para estar en ese sitio, porque había perdido el norte. Llegué a perder la confianza en mí mismo y, a partir de entonces, todo lo que vino fue negativo.

¿Lo achaca también a una cuestión mediática, relacionada con la imagen y la forma de vender su trabajo?

Un amigo mío, Manuel Molina, decía que la verdad es un arma muy poderosa. Esto no es cómo empieza, sino cómo acaba. Al final, dentro de tres, cuatro o diez años, se demostrará que soy el mejor guitarrista de España y, probablemente, del mundo. Hoy por hoy, no me da miedo ningún guitarrista, ya sea de jazz, de pop o de rock. Puedo tocar con cualquiera.

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