Una poeta a ras del suelo
La asturiana Olvido García Valdés publica Esa polilla que delante de mí revolotea, un volumen que reúne toda su poesía
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La poeta Olvido García Valdés (Santianes de Pravia, Asturias, 1950) tiene un rostro relajado, acogedor, que acompaña a una mirada que no rehúye otros ojos. García Valdés mira de frente, a lo material, a lo que existe y no es ningún tipo de ensoñación etérea.
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Lectora voraz de los escritores naturalistas del XIX, García Valdés reconoce que han sido éstos quienes le han enseñado "la precisión, la atención en la mirada, la desnudez en la mirada". También se detiene en filósofos como María Zambrano para explicar su concepción de la poesía: "Cuando hablo de la soledad, me refiero a que el poeta no crea, sino que trabaja sobre lo que ocurre, y lo que ocurre es que estamos solos, y así vamos a estar siempre". Por muchas redes sociales que existan o por muchos nombres que tengas apuntados en tu agenda del móvil. "Yo tengo un gran sentido de lo colectivo y soy muy sociable, pero eso no tiene nada que ver con el hecho de que en realidad estemos solos", apostilla.
La adolescencia es donde uno suele percibir por primera vez esta soledad, entiende García Valdés. "De ahí que te pongas a escribir, para agarrarte a algo. Por eso también llegas a la poesía. No lo haces porque leas a otros poetas, sino porque la necesitas en tu vida como compañía", señala. En el libro que reúne toda su obra también se encuentran algunas notas escritas muchas veces en los márgenes de los poemas. Son reflexiones que describen muy bien la arquitectura que tienen sus composiciones. Uno de sus pilares es el de la transparencia, la verdad-muy ligado a toda esa poesía a ras del suelo-. Es una poeta que huye del artificio, como busca a toda costa la quietud y asir lo que se nos escapa de la vida.
"Es que las cosas no son ni blanco ni negro y, a pesar de que esa cosa del mundo es totalmente real, también hay una sensación de irrealidad en la vida, que intento poner en orden", reflexiona.
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Por Carlos Pardo
Olvido García Valdés es sobre todo un ritmo, una manera muy peculiar de demorar el sentido de la frase de un verso a otro, de pasearnos por la extrañeza de la realidad sin que el poema desemboque en una conclusión. Por eso causa perplejidad que una autora de aventura tan personal sea una de nuestras poetas más leídas.
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El vaivén de las modas la ha convertido hoy en referente de la experimentación poética, aunque en su caso, la conquista del centro venga acompañada de incomodidad y alergia al espectáculo. La misma incomodidad que da a sus versos esa aspereza y esa intimidad con lo pequeño. Esa polilla que delante de mí revolotea. Poesía reunida (1982-2008), muestra que, desde el temprano La caída de Ícaro hasta Y todos estábamos vivos, la suya es una beligerante defensa
del riesgo.
Si sus compañeros de aventura volcaron críticas a los clichés de la poesía más satisfecha en la revista El signo del gorrión, ella prefiere incorporarlas, como notas de lucidez, en sus propios poemas. Decir que su escritura es fragmentaria no le hace justicia, pues su poesía es sobre todo musical, de una música cortante e imprevista. Un acompañamiento del dolor: “Quien / convalece canta, canturrea / su canción para sí, no la oye sino que canta, / le sirve para orientarse, la voz / humana, de quien convalece”.