Pilar Palomero revela en 'Los destellos' lo que nos queda en la vida tras la muerte
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madrid,
La vida son destellos "de recuerdos, de vivencias, de experiencias…". Que al final el recuerdo es lo que nos queda y que la muerte a veces nos hace sentir más vivos que nunca es lo que la cineasta Pilar Palomero cuenta en su nueva película, Los destellos. A competición en la reciente edición del Festival de San Sebastián, el filme le ha valido a su protagonista, Patricia López Arnaiz, la Concha de Plata a la mejor interpretación.
Adaptación al cine de un relato de Eider Rodríguez, de su libro Un corazón demasiado grande, es la historia de una mujer, Isabel, que acepta cuidar a su exmarido, Ramón, con el que no tenía contacto desde hacía quince años, porque su hija Madalen le ha pedido esa ayuda cuando él está muriendo. Antonio de la Torre y la debutante Marina Guerola dan vida a estos otros personajes de la película, un trabajo que revela a una cineasta mucho más madura, que ha asumido el riesgo de contar esta historia al ritmo de la vida y de la muerte y que ha logrado capturar la belleza de esos destellos.
La película surgió del relato de Eider Rodríguez, ¿qué había en él que le interesara especialmente?
Cuando lo leí, encontré cosas que me entusiasmaron. Lo primero fueron los personajes, era una serie de personajes muy contradictorios, que es donde yo veo la chicha para explorar. En el relato veía la posibilidad de hablar de dos cosas que me interesan mucho como cineasta y como ser humano, una es lo complejas que hacemos las relaciones cuando debería ser fácil y otra es los cuidados mutuos, sobre lo importante en momentos de tanta vulnerabilidad de dejarse acompañar, saber acompañar, dejarse cuidar, cuidar. Era una oportunidad de hablar sobre temas que ya están en todos los cortometrajes que he hecho, el paso del tiempo, lo que perdura, lo que desaparece…
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…Y la maternidad otra vez, ¿no?
Sí, es verdad que entronca mucho con las anteriores películas, así que entiendo que tiene que haber algo en mí que me atrae de esas historias de madres e hijas, creo que ya es evidente. Pero yo siento la película como la historia de gente que cuida de otra gente y esto me interesaba mucho.
En la película aparecen cuidadores profesionales, el equipo de paliativos, pero también estas dos mujeres. ¿Es una manera de pedir la reflexión sobre el papel de la mujer como cuidadora y la ausencia del hombre en ese rol?
Tengo que decir que me daba mucho miedo que fuera una película sobre una mujer cuidadora. Ha habido un esfuerzo de transmitir la idea de que Isabel cuida, pero al final todos cuidan de todos. Y me parece muy importante dejar claro que esta mujer no tiene ninguna gana de cuidar a este hombre, pero lo hace por humanidad. No quería que fuera una historia de dos que se reencuentran y se reenamoran… Y era fundamental para mí que apareciera esta escena de paliativos, son médicos se paliativos de verdad. Ese doctor y su equipo poseen una humanidad y un conocimiento de la vida que yo creo que es superior al que tenemos el resto de la gente. Creo que esa proximidad que tienen a la muerte les hace ser personas que están con los pies muy en la tierra y muy humanas. Cuando propuse a Pablo (el médico de paliativos), que no es actor, hacer la película, y le hice la sinopsis, me dijo que en su vida laboral, en el 95% de exparejas que había visto en esa situación, las que cuidaban eran las mujeres. Le dije que se guardara esa frase para meterla en la película, pero luego no hubo espacio para ella, porque tampoco quería hacer algo didáctico.
Esta película es también una mirada a la muerte, a la que usted quita todo romanticismo.
Es otra de las cosas que tenía el relato, que también me permitía expresar o reflejar todo lo que yo sentí cuando perdí a mi padre. Es un poco el desconocimiento, de repente hacer frente a algo de lo que no queremos hablar, que lo apartamos, y que cuando sucede es una bofetada a todos los niveles. También podía mostrar todo lo que el duelo me produjo y esa contradicción con la que me enfrenté cuando vi cara a cara a la muerte, que me sentí más viva que nunca. Para mí esto era muy importante que estuviera en la película. La muerte te posiciona en la vida de otra manera, coloca las cosas en su sitio. A mí me hizo ser muy consciente de lo bueno que son los destellos, de que al final nuestra vida es pequeñas notas de recuerdos, de vivencias, de experiencias… y que es importante reivindicarlas. Por muy pequeñas y muy insignificantes que parezcan, al final son las cosas con las que nos quedamos, el recuerdo, lo que nos queda.
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¿Quiere decir que ha hecho también un viaje más personal con esta película que con las otras?
Sí, no voy a negar que en todo este proceso de escritura ha habido una búsqueda personal de entender. No lo quiero romantizar, porque la muerte no es bella, pero en ese proceso de duelo tiene sentido intentar encontrar algo de belleza. Es algo que me pasó a mí y es un recuerdo que he tenido muy presente mientras escribía el guion. Cuando murió mi padre, después del funeral, ese momento en el que te preguntas ¿y ahora qué?, recuerdo estar tomándome un café en una terraza y de repente ser muy consciente de todo, sentir mucho el calor del sol, sentir mucho el sabor... Son sensaciones y emociones que son muy difíciles de expresar, por eso para mí era un reto hacer una película sobre ello. Lo que he intentado es decir que la vida es esto ¿no? Y quería hacerlo de una forma que no fuera ni infantil ni simplona.
La película la rodó en el pueblo de su abuelo, ¿cómo la ayudaba estar en ese paisaje conocido?
Fue la primera decisión que tomé. La historia tenía que suceder en Horta de Sant Joan. Es la forma en la que yo tengo que trabajar, yo necesito escribir muy bien desde lo que conozco. Todos los cortometrajes que he hecho en mi vida los he robado allí, en Horta. El guion lo escribí pensando en esos lugares, es un sitio que me lleva a mi familia, me llega, me inspira y lo conozco muy bien. Son lugares que tienen un significado para mí y que pensé que podía trasladar ese significado a los personajes. Muchos elementos de la película nacen ahí… los fósiles, por ejemplo. Mi padre coleccionaba fósiles que encontraba por allí y yo quería incluirlo en la película, son cosas que nacen de la realidad y siempre aportan, aunque el espectador no lo sepa. La realidad siempre va a ser mejor a lo que nos inventemos, como decía Rafael Azcona. Para mí esta era la manera de hacer mía la película y también de intentar transmitir emociones muy complejas.
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Es un retrato muy realista, ¿cree que esta película puede ayudar a algunas personas a pasar mejor el duelo?
He dado muchas vueltas a eso y también sé que se ve la película de manera distinta si has vivido un duelo o si no, pero creo que es una película que puede reconfortar un poco. He puesto mucho esfuerzo en el sentido de que a través de la muerte se hable de la vida. El reto para mí es sobre todo hablar de la vida a través de la muerte, porque esto es lo que yo viví. Cuando me ocurrió a mí yo acudí al cine y a la literatura buscando consuelo. Me acuerdo de leer La muerte de Iván Ilich. Buscas respuestas, buscas compañía, porque es algo muy solitario y, de hecho, solamente me reconfortaba hablar con gente que ya lo había vivido. Me da miedo que la película sea entendida como una película sobre la muerte, en el sentido negativo, porque es lo contrario. Es una lástima, pero no podemos hablar de la muerte claramente, a mucha gente le incomoda, somos muy antinaturales.
Además, usted ha asumido otro riesgo, el de contar la historia al ritmo de la enfermedad y de la muerte.
Quería arriesgarme en la película a todos los niveles. Sentía que la película necesitaba un lenguaje diferente, un trabajo de cámara distinto y un tiempo muy pausado, de darte tiempo de estar presente. Es una invitación a quien vea la película a que esté presente en esos momentos junto con los personajes. Y, efectivamente, eso requiere de ese ritmo. Para mí era importante arriesgar para sentir que crezco, que evoluciono como cineasta.
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¿La apuesta era contar el relato desde la mirada de ella?
Sí. Por eso hay tanto coche, es una cuestión geográfica, quería ser muy realista con cómo es la vida en el campo, a un par de kilómetros del pueblo, donde ella vive, porque eso implica tener un coche. No quería idealizar el pueblo, así es como he intentado plasmarlo. También se ve por cómo vamos mostrando a Antonio, a través de los ojos de Isabel. Para ella es un fantasma de su pasado, una persona que tiene ahí en el recuerdo, y nosotros le vemos como ella le ve a él, casi a oscuras, descubriéndolo poco a poco. Esto era otra apuesta de lenguaje y de cómo ir presentando los personajes.
Trabaja por primera vez con actores profesionales ¿cómo cambia la experiencia?
Los actores profesionales tienen una capacidad de modular las emociones que es fascinante. En esta película he intentado coger lo mejor de cada cosa, lo mejor de poder improvisar y luego también el talento natural que tienen para convertirse en otras personas. Quería coger muchas cosas de las que había aplicado y aprendido en el rodaje de La maternal, quería que estuviéramos abiertos a que ocurrieran cosas y, de hecho, ocurrieron. No hicimos ensayos como tal, hicimos unas convivencias, muchas improvisaciones, hablar mucho de qué es lo que les había pasado a los personajes, aunque no estuviera en la película. Y luego, la verdad, es que los actores se han puesto en mis manos.