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Penes ubicuos, esclavas y burdeles: así eran el sexo y la prostitución en Pompeya

Los relieves y grafitis también reflejan la presencia de jóvenes prostitutos en los lupanares. Rubén Montoya narra en un libro la historia de la antigua ciudad romana a partir de sus objetos.

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Rubén Montoya describe en su libro el sexo y la prostitución en el Lupanar Grande de Pompeya. — Archivo

madrid,

Penes por aquí y por allá, pintados o esculpidos en piedra, en las paredes y en las calles. Señales que indicaban dónde se encontraban los burdeles en Pompeya, pese a que hoy solo queda el testigo del Lupanar Grande, repleto de imágenes y grafitis eróticos presididos por una representación del dios Príapo. Esas pintadas, obra de los hombres que frecuentaban el local, evidencian que las personas obligadas a ejercer la prostitución eran esclavas, aunque una quinta parte eran "mujeres libres", entre comillas, porque "serían tan pobres que dependían del negocio del cuerpo —y de la explotación que conllevaba— para ganarse la vida".

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También había prostitutos —jóvenes y esclavos— que ofrecían sus servicios a hombres y debían acicalarse para mostrar una apariencia juvenil y afeminada, si bien sus huellas no son tanto iconográficas como literarias, como reflejan las inscripciones "Verás quién llora por Africano", las ambiguas "Plácido se folló a quien él quiere" y "Escordopordónico aquí folló bien a quien quiere" o las explícitas "Quiero follarme un culo" y "Cuando me pagues, Batacaro, te penetraré analmente", pues el verbo pedicare significa precisamente eso, mientras que futuere alude a la penetración vaginal.

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"La prostitución era un instrumento al alcance de los hombres libres para canalizar sus deseos y mantener así el orden de la familia y el respeto a las mujeres y a la paternidad", escribe Rubén Montoya en Pompeya. Una ciudad romana en 100 objetos (Crítica), donde reproduce lo que le dijo Catón el Viejo a un joven que salía de un burdel: "Bien hecho, señor, porque tan pronto como la lujuria inmunda hincha las venas, es bueno que los jóvenes vengáis aquí y no machaquéis a las esposas de otros hombres". En cambio, ejercer la prostitución y hacer negocio a costa de personas explotadas no estaba bien visto, mientras que "los clientes no experimentaban ningún tipo de consecuencia".

Era, sin embargo, una práctica generalizada y legal. Y, aunque a ojos de hoy podríamos reprochar la doble moral de las clases privilegiadas, entonces no estaba mal visto que un hombre casado mantuviese relaciones sexuales con su esclava. Algunos frescos también evidencian cómo las élites contrataban a prostitutas para que acudiesen a las fiestas que celebraban en sus casas, decoradas con imágenes eróticas y provistas de mirillas en las paredes para los voyeurs de la época. Un grafiti en la entrada de la Casa de los Vettii y una escena sexual en una habitación recóndita podría sugerir que en algunos hogares también podrían ser usados como lupanares.

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Relieve con una escena de prostitución, procedente de un bar de Pompeya. — MANN

"Son suposiciones", deja claro Rubén Montoya, doctor en Arqueología Romana por la Universidad de Leicester. "Hay espacios donde se podría haber ejercido la prostitución, porque se han hallado estancias pequeñas con camas y baños individuales cercanos a las termas, pero son teorías, al igual que la de las casas particulares. No debemos forzar la evidencia, porque algunas escenas sexuales podrían remitir a una moda de la época, lo que sería un bodegón actual", explica a Público el autor del libro. "Por ello, podemos decir con certeza que el único prostíbulo confirmado es el Lupanar Grande, cuya planta superior, derruida, podría haber sido habilitada como apartamento, hospedaje o prostíbulo para clientes exclusivos".

Rubén Montoya narra la historia de Pompeya a través de cien objetos. Uno de ellos, el relieve con una escena sexual procedente de un bar pompeyano, le da pie para describir el sexo y la prostitución en la ciudad romana. "Esa imagen nos da la clave de que iba más allá del lupanar y de que alguna mesonera también podría ofrecer servicios sexuales", razona el arqueólogo, quien asegura que "en la misma habitación se encontró otra escena de carácter sexual que fue destrozada porque escandalizó a los excavadores". Una destrucción que recuerda a los Príapos castrados por el catolicismo.

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El relieve, tras permanecer oculto durante años, hoy se expone al público en El gabinete secreto del Museo Archeologico Nazionale di Napoli. "Un hecho que representa cómo la sociedad ha ido recibiendo este legado, primero desde la prohibición y el escándalo, aunque la forma de abordar los desnudos ha estado ligada a la progresión social", explica Rubén Montoya. Por eso, insiste el autor de Pompeya. Una ciudad romana en 100 objetos, tampoco se puede hablar de homosexualidad o heterosexualidad en el mundo antiguo, porque "estamos condicionados por el sesgo de nuestra época". Pese a que hoy se impone poner etiquetas, añade, "la realidad era completamente distinta".

Rubén Montoya, autor del libro 'Pompeya. Una ciudad romana en 100 objetos'. — Crítica

Entonces, las relaciones sexuales estaban completamente jerarquizadas. "Un varón podía tener relaciones con todos sus inferiores, porque todo giraba en torno al hombre y la mujer estaba supeditada a él. De hecho, si estaba casado y practicaba sexo con su esclava, no se consideraba una infidelidad", afirma Rubén Montoya. "En cuanto a los prostitutos, podrían ofrecer sus servicios a mujeres. No en los burdeles, sino probablemente en otros espacios, como las casas de las propias señoras", añade el arqueólogo, quien subraya que el hallazgo de cuchillas y rasuradores, para "cuidar su cuerpo y mostrar una apariencia afeminada o de efebo", podrían indicar que ofrecían sus servicios a un público masculino.

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No hay pruebas iconográficas, pero sí literarias. Así, Plauto alude al dueño de un esclavo atemorizado ante una penetración dolorosa. "Los abusos físicos, sexuales y psicológicos que las prostitutas y prostitutos sufrían durante su jornada eran continuos", escribe el autor del libro, quien localiza los burdeles en callejuelas escondidas, poco transitadas y mal iluminadas, caso del Lupanar Grande, ubicado cerca de las Termas Estabianas, un detalle geográfico que proporcionaría un retrato robot del putero: hombres de paso y residentes que frecuentaban los baños. "Aunque pueda parecerle un tanto extraño al espectador moderno, en la antigua Roma el sexo podía comprarse en cualquier parte de la ciudad".

Así, algunas mujeres ofrecían sus servicios fuera del burdel, del mismo modo que dentro también se servía vino y se ofrecían masajes, depilaciones y cortes de pelo. En un banco cercano a la Puerta Marina, una pintada informaba: "Si alguien se sienta aquí, que lea esto primero de todo: si alguien quiere follar, que busque a Attice: cuesta cuatro sestercios". Y los frescos numerados de las Termas Suburbanas, que representan diversas posturas y prácticas, podrían evidenciar que allí también se practicaba la prostitución o, simplemente, eran "un juego memorístico para los clientes de este establecimiento, de modo que pudieran recordar dónde habían dejado su ropa antes de entrar en las salas de baño".

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Cama de piedra en una estancia donde se ejercía la prostitución en Pompeya. — Rubén Montoya

En la zona norte del patio porticado de las Termas Estabianas, "encontraríamos una letrina y un conjunto de baños privados individuales que, según algunos investigadores, eran espacios en los que se ofrecían servicios exclusivos o incluso lugares donde los clientes podían recibir a prostitutas", escribe Rubén Montoya, quien interpreta que otro de los objetos que describe en su libro, un brazalete procedente del complejo de Moregine, podría haber pertenecido a una prostituta. Si nos atenemos a la inscripción grabada en el interior, quizás fue el regalo de un dominus a una de sus siervas, pues una de las actividades ejercidas por las esclavas era la prostitución. Sea como fuere, "nos invita a reflexionar sobre uno de los engranajes clave de la sociedad romana: la esclavitud", reflexiona el autor.

Si la inscripción en el brazalete da lugar a diversas interpretaciones, los grafitis del Lupanar Grande son explícitos: "Mola [es] la folladora", "Aquí me follé a muchas mujeres" o "Sineros, follas bien", una pintada escrita en griego que refleja —más allá de "la opinión de los clientes tras recibir un servicio, la presencia de algún cliente regular o incluso la relación que algunas prostitutas establecieron con alguno de sus clientes", en palabras de Rubén Montoya— que en el año 79 después de Cristo en Pompeya se hablaba, además de latín, griego y osco.

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