Los parias de la música en 'streaming': cientos de miles de reproducciones a cambio de un euro
Con la música en vivo detenida hasta nuevo aviso y las ventas físicas estancadas, las miradas se dirigen a las plataformas de música en 'streaming', principales beneficiarias del parón y única vía de ingresos para una industria maltrecha.
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madrid,
Quién sabe qué sería de nuestros confinamientos sin música. Si, como dijo el filósofo de mostacho frondoso, "la vida sin la música es sencillamente un error, una fatiga, un exilio"; imaginen ahora el suplicio que sería habitar ese exilio sin una mísera tonada que llevarnos al oído. Con la música en vivo detenida hasta nuevo aviso y las ventas físicas estancadas −hasta el punto de que la asociación Promusicae ha cambiado su lista de los discos más vendidos por la de los más escuchados online−, las miradas se dirigen a las plataformas de música en streaming, principales beneficiarias del parón y única vía de ingresos para una industria maltrecha.
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Pero sucede que los datos no invitan al optimismo. En marzo, The Trichordist, un blog estadounidense especializado en derechos de los artistas, difundía unas tablas que evidenciaban el trato abusivo que las principales plataformas de música en streaming brindan a los creadores. Según estos datos, Spotify estaría pagando a sus autores del orden de 0,0031 euros por cada reproducción, lo que equivale a unas 312.000 reproducciones al mes para alcanzar estatus de mileurista. YouTube, por su parte, abundaría en la broma y para obtener esos mismos 1.000 euros, los tenedores de derechos tendrían que sobrepasar las 714.000 de reproducciones.
En la asesoría de comunicación digital para músicos Digital Surfers Agency entendieron necesario convertir a euros y difundir ese desmán 2.0, ya que −tal y como explica su fundadora, Maria Far− los datos listados dan buena cuenta de un drama que por lo general se oculta. "Después de cientos de plays el dinero que reciben no les da ni para cubrir los gastos derivados de la grabación de un single, la mayoría tienen un segundo trabajo que sustenta su vida artística y se ven en una situación en la que tienen que fingir cierto éxito; de hecho es habitual que nos digan: mira, tengo que publicar en redes que me va genial cuando en realidad estoy en la mierda…", apunta Far.
Un camino, el de la honestidad, que no es fácil emprender. Sobre todo cuando la presencia en estas plataformas se ha convertido en esencial, un escaparate del que nadie quiere apearse. "Es como entrar en una rueda que nunca se detiene −prosigue Far−, una rueda de números, estadísticas, followers, likes... Hemos de reflexionar si queremos tratar al artista como un mero número dentro de una biblioteca de contenido o si, por el contrario, se le debe tratar como lo que es".
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Jose Sánchez-Sanz, miembro de la sección de músicos de CNT, se muestra taxativo al respecto: "Somos nosotros los que le damos sentido a estas empresas, nosotros, los músicos, y a cambio recibimos una miseria". Una relación desigual entre el uso masivo de estas plataformas y la remuneración a sus autores que condiciona de lleno la actividad creativa. "Deberíamos quitar nuestros repertorios de sus listados pero, claro, de esa forma estaríamos desapareciendo de un escaparate masivo".
En efecto, una renuncia, quizá, demasiado grande. En especial si nos atenemos a que entre 2013 y 2018, el mercado digital ha pasado de generar el 40% al 71% de los ingresos en España, según el anuario de la SGAE a partir de datos de Promusicae, convirtiéndose en "el elemento más importante de la economía vinculada a la música grabada".
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"La música se ha convertido en mercancía"
Pepo Márquez, experto en marketing digital y streaming musical, además de músico de trayectoria dilatada (The Secret Society y Garzon, entre otras bandas), prefiere matizar −sin por ello eludir− la confrontación: "Este negocio no se montó para que los artistas pudieran vivir de lo que sacaban por reproducción, asumir esto es clave y creo que es una doble moral responsabilizar únicamente a las plataformas, para empezar porque hay otros actores en juego como los sellos discográficos, los agregadores, las empresas de telefonía y, cómo no, los artistas".
Una correlación de fuerzas que intervienen, junto a las plataformas, en el resultado final. Y el resultado, sobra decir, nos habla de precariedad, pero también de un cambio de paradigma en la música. "La música se ha convertido en mercancía, estamos ante un modelo que ha venido para quedarse y que, entre todos, tenemos que intentar hacerlo más justo". Y quizá ahí está la pregunta, en saber cuánto es más justo. "Es ridículo pensar que esto va de un 50-50, porque los que ha invertido millones de euros en i+D para desarrollar estas plataformas no lo van a permitir".
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En ese sentido, Márquez aboga por una reivindicación que venga desde las sociedades de autores, una labor de lobby que, apunta, "en España ha llevado a cabo la SGAE, actor que por su trayectoria se ha invalidado a sí mismo, pero que en otros países sí que han sabido ejercer presión frente a las plataformas y conseguir mejores condiciones para los autores". Con todo, queda trecho por recorrer, y ese camino pasa por entender hasta qué punto los autores son fundamentales: "Tenemos que saber jugar nuestra partida, como artistas tenemos que mejorar nuestras condiciones porque, a fin de cuentas, estas plataformas manejan unos contenidos sin los cuales no existirían".