Larraín: “Miro a Neruda con amor infinito, con pasión y con compasión”
El cineasta juega con los conceptos nerudianos de la creación para retratar al poeta en su película ‘Neruda’ como un burgués arrogante, comunista, sensible, comprometido y a veces un poco grotesco. Luis Gnecco y Gael García Bernal son los protagonistas.
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MADRID.- La huida de Pablo Neruda de Chile, en 1949, tras haber acusado al gobierno de González Videla de traicionar a los comunistas del congreso, sirve de magnífica excusa a Pablo Larraín -un director que se consolida con cada nueva obra como uno de los más interesantes del panorama internacional- para jugar con los conceptos nerudianos de la creación, provocar la reflexión sobre el genio artístico, el compromiso del arte con la política y, por supuesto, hacer ‘su’ retrato del poeta y del país que vive marcado por sus huellas infinitas.
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Creo que en algún momento ha dicho que esta película es un homenaje que hace usted a Neruda. Yo no he visto el homenaje, he visto la importancia de la figura, la influencia en la vida chilena, su presencia…
Seguro que lo he dicho en algún momento, pero la verdad es que no. Yo no hago cine homenaje, no puedo filmar una estatua, solo intento con el cine comprender la complejidad de la humanidad. Pero sí es verdad que miro a Neruda con un amor infinito, con pasión y también con compasión. Chile es un país de poetas e historiadores. Muchos novelistas e historiadores desde su arte maravilloso han retratado el país, pero la paradoja es que Neruda lo hizo desde la poesía. Es como un historiador desde la poética. Además, es verdad que Neruda está en todas partes en Chile. Con la película no tenía ninguna intención de investigar sus poemas de amor, sino los poemas de furia, el Yo acuso del Canto general.
Con lo cual, una vez más, está haciendo cine político, pero más allá del sentido en el que Costa Gavras dice que todo el cine lo es.
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Es que es verdad que todo cine es político, con cualquier película estás descubriendo un pedazo de este mundo y eso siempre es una mirada política. La película es política, pero yo no soy como Neruda que quería transformar algo, quería que la gente cambiara su manera de ver el mundo. Neruda luchó porque llegara al poder Allende. Así que yo más que un cine activista lo que intento es encontrar algún problema que tenga un filo peligroso. Soy como un niño con una bomba. Pero sí, el cine es un acto profundo político y filosófico.
La película indaga en el genio artístico del poeta y hace un juego de la creación dentro de la propia historia. ¿Buscaba la reflexión acerca de ello?
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No quiero quedarme en el cinismo de que controlo todo lo que pasa en la película. Ya te digo, lo que quiero es fabricar un accidente. Hay cosas en la película que controlo como un cirujano y otras que no. Me comprometo mucho con la preparación de la película para que, finalmente, sea aquello que no controlo lo que defina la película. Es el caso de esta reflexión sobre el genio artístico.
Prepara la película, pero no ensaya ni dibuja escenas, ¿no es así?
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Sí. Admiro muchísimo a los hermanos Coen, que dibujan cada plano antes de rodarlo. Yo no puedo hacer eso. Es verdad que no dibujo, no ensayo, ya ni siquiera leo con los actores. Ruedo y luego organizo en montaje.
Hay gente que si no ‘entiende’ una historia en una película se irrita. Usted no hace películas fáciles. Esta no lo es. ¿Piensa en esos espectadores cuando se pone con un proyecto?
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El subcomandante Marcos dijo: “Hemos venido a traer un problema y a cargarlos con él”. A veces voy a ver películas que me las dan digeridas y pienso, ¿para qué he venido? Yo intento provocar un accidente donde el espectador se tope con algo que tiene que terminar él. Cuando hago mis películas confío muchísimo en la inteligencia del espectador.