Sin noticias de mamá
La novela retrata las reglas de un mundo implacable y solitario, en el que la figura de la madre está en peligro de extinción
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Despierta cuando el frío y la oscuridad son los dueños de la noche. Alarga la mano y siente que su hijo todavía duerme a su lado. No hay nadie más. Ni se le espera. Son ellos dos, padre e hijo en medio de un paisaje arrasado por lo que parece haber sido un holocausto nuclear. En el arranque de La carretera (Mondadori) Cormac McCarthy señala lo que ya había subrayado años atrás en la trilogía Todos los hermosos caballos, En la frontera y Ciudades de la llanura: un mundo eminentemente solitario y masculino.
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McCarthy hace de la épica drama obligando a sus personajes a aprender a ser héroes movidos por la supervivencia, en medio de un accidente necesario y fatal. La ausencia de la presencia femenina no hace de esos mundos algo mejor, como pasa en El niño perro, de la escritora australiana Eva Horning, que acaba de publicar Salamandra.
Así como McCarthy dejó planteado en esos cuatro libros una defensa desesperada del individuo ante un entorno agresivo, Eva Horning descubre a un Mowgli moscovita, que ha vivido entre perros callejeros desde los 4 años, abandonado por su madre, tratando de defenderse de una ciudad que no le aceptará jamás. También esta novela es implacable: no hay más salida que la extinción.
Bajo la amenaza de ser castigado y encerrado en el armario, Horning lanza a su personaje a las calles después de que hayan pasado varios días y su madre haya desaparecido de la casa en la que viven. "Romochka se hallaba completamente solo", sitúa al protagonista, hasta que en el extrarradio, entre edificios abandonados y solares desangelados, la matriarca de una jauría de perros le encuentra. "No creo que las relaciones entre madres e hijos necesiten romperse en la literatura, pero es cierto que hasta la figura de la madre más dura y terrible de todas hace grande a una novela. De hecho, la ausencia de una madre es un relato en sí mismo", explica la autora a este periódico.
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Bértolo: "Hoy se pide el matricidio para acabar con los lazos y los afectos"
Las intenciones de Horning son evidentes: demostrar el salvajismo humano y el cariño animal, pero donde no es tan obvia es en la valentía con la que entra a describir la relación del niño con los perros y la ciudad. Sí, el niño es amamantado por la perra, muerde a sus hermanos, lame sus heridas y lucha con otra jauría para defender su territorio. La ferocidad humana huele peor que el hambre animal, a pesar de que contemos con el habla para dulcificar el bocado: "Los perros hacen lo que tienen que hacer para sobrevivir. Los humanos también. Los perros se vuelven salvajes contra los forasteros y los humanos cuando la vida crece en desesperación. El salvajismo puede tomar muchas formas, como el lenguaje. La lengua puede ser tan salvaje como los dientes en sus efectos", cuenta Horning.
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Solo en un par de ocasiones la autora hace que su personaje recuerde a su madre, dando a entender que es prostituta, toxicómana y crea para él dos nuevas madres suplentes: una le da de comer las sobras del restaurante para el que trabaja, la otra es una psicóloga que quiere estudiar su caso. La primera le traiciona con la policía, la segunda no es más que una farsante.
"No es que ahora nos atrevamos a matar a la madre, es que estamos obligados también a hacerlo: el parricidio ya no es suficiente, se requiere también el matricidio porque hoy ese contexto económico que llamamos vida nos exige que no mantengamos lazos ni raíces ni afectos. Abandona padre y madre y sígueme', dijo el nazareno y hoy día eso mismo está escrito en el frontispicio de todas las empresas", es el análisis del editor Constantino Bértolo, que acaba de publicar el libro de la argentina Mercedes Álvarez, bajo el título Historia de un ladrón, en Caballo de Troya.
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Álvarez ha creado un personaje que se feminiza y aprende a amar
Un padre y un hijo suben a una camioneta, en la que "siempre había olor a querosén", camino de cumplir con su cometido: el primero, formar parte de un atraco, el segundo, quedar al amparo de un ladrón después de haber sido abandonados ambos por la madre. Largas carreteras, silencios, desolación e intemperie, una complicidad autosuficiente en marcha y una prosa tan seca como los márgenes del asfalto, han terminado por recordar a McCarthy. De hecho, fue Bértolo quien descubrió al norteamericano a los lectores españoles cuando dirigía Debate en los noventa.
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"Yo no veo semejanzas entre la novela de Mercedes y La carretera, porque son tan semejantes que me parece demasiado evidente", añade Bértolo que critica el mundo varonil y viril que exalta McCarthy en sus novelas. "Quizá por eso nos gusta tanto, porque tenemos nostalgia del paraíso machista perdido".
Al respecto, la propia autora de Historia de un ladrón declara que ha construido un hombre "que se femeneiza y aprende a amar, por primera vez en su vida, a un hijo que acepta como tal sin tener ninguna prueba definitiva de que es su hijo". Aunque la madre haga acto de presencia al final, es más un recurso narrativo limitado a la sorpresa, porque la única figura femenina que aparece, la tía que se hará cargo del niño, será una falsa madre: "El padre es la madre, pero claro, resulta que la figura de la madre es irreemplazable".
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Precisamente, esta visión es la que Elizabeth Smart (1913-1986) arrastra hacia la amargura al narrar su figura de madre en el libro Los pícaros y los canallas van al cielo (Periférica). La tercera mujer escritora que borra las huellas de la madre en su relato lo hace desde la autobiografía. "Quién puede desertar si tiene una balsa llena de niños en el océano", se pregunta para incidir poco después que "el útero es un equipaje difícil de manejar".
"La ausencia de una madre es un relato en sí", explica Horning
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Detrás de todo este rencor y destrucción de la figura materna se encuentra su relación con el poeta George Barker: si En Grand Central Station me senté y lloré contaba su pasión por ese hombre, casado, del que se enamoró antes de conocerlo personalmente, y con quien tuvo varios hijos de los que se ocupó sola, en la novela a la que nos referimos, desmenuza, 40 años después de conocer a Baker, todas las obligaciones que como madre han acabado con la mujer que a los poco más de 20 años desaparece para convertirse en "una chica joven que usurpa el lugar de la esposa".
"Y así, en el siglo XX, nace el hijo de un hombre, mientras sobre el alarido de la agonía las mujeres piden un tiempo muerto para ir a tomar una taza de té", insiste la escritora. Para su editor, Julián Rodríguez, es una autora mucho más moderna del mundo que está narrando por la vehemencia de sus textos.
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"Sylvia Plath, coetánea suya, fue mucho más tradicional en la idea de maternidad. Smart es una madre artista, que abandona sus labores para ocupar otros papeles como el del padre. Ella quiere disfrutar de la noche, y sus hijos le estorban. De hecho, en el propio libro ni siquiera da sus nombres cuando habla de ellos", comenta el editor. Sólo el prisionero entiende el significado de la libertad, sólo la novela absorbe con tanta abundancia los cambios de roles sociales de la cultura a la que mira.
Muerte al hijo
“En una cultura tan machista como la nuestra donde la madre-mujer (es decir, la mujer ya domesticada) siempre desempeñaba una función “no-viril”, no importante, la necesidad de matar a la madre parecía algo fácil de llevar a cabo”, explica el editor Constantino Bértolo. Sin embargo, añade, ahora las mujeres-madres no van a permanecer pasivas. “Es más, ese contexto económico que llamamos vida les está exigiendo a ellas no sólo la castración del macho, sino también que den muerte al hijo. Y esto sí que es nuevo. Esto sí que podría transformar la estructura y la sintaxis de las narraciones literarias dominante”.
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Mujer orquesta
“En la literatura norteamericana hay un desencuentro vital con la madre que siempre acaba resolviéndose en un reencuentro. En Francia, la novela es mucho más crítica y menos benevolente con la figura de la madre. En la actualidad, la madre se ha convertido en una madre orquesta, que ocupa el papel de la madre y el padre”, recuerda Julián Rodríguez para quien las revoluciones industriales alteraron el papel de la maternidad y la novela es capaz de reflejarlo.
Prosa seca
“El lenguaje de este libro surgió mientras escribía, y tuve que ser consecuente con él. La novela me exigió desnudez, una prosa simple y mayor exposición que en mis libros anteriores”, confiesa la poeta autraliana Eva Horning, autora de ‘El niño perro’. Mercedes Álvarez también emplea esa voz seca para contar la relación entre el padre y el hijo en ‘Historia de un ladrón’. Por eso el relato “podría considerarse desolador en muchos momentos, pero creo que también tiene momentos de ternura”. Por último, la más cruel de todas ellas, Elizabeth Smart, se muestra más florida en imágenes, pero sin ofrecerse ni una sola escapatoria u oportunidad como madre y protagonista de su autodestrucción.
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Indefensión
“Él es muy humano en su pena y desesperación sobre lo que debe hacer”, apunta Horning sobre su personaje, abandonado y tomando decisiones con apenas 11 años de edad, que afectan a la vida de sus hermanos cachorros. “El mundo en el que él entra, tras abandonar su vida como perro, es terrible”. La sequedad de la esperanza es implacable.