Estas nazis podrían ser tus encantadoras vecinas
El movimiento 'tradwife' ha calado en Estados Unidos: esposas tradicionales, sumisas, ultras y racistas, como las protagonistas de la película 'El club del odio', de Beth de Araújo.
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madrid,
Beth de Araújo podría haber escogido como protagonistas de su ópera prima a unos fornidos skins o a unos rednecks patrioteros. Sin embargo, para denunciar el auge de la ultraderecha y el supremacismo blanco, eligió a unas mujeres aparentemente inofensivas, populares en su comunidad y buenas esposas. Su perspectiva, además de un acierto, amplía el espectro de aquellos que quieren que América vuelva a ser grande, profundizando en la cotidianidad del horror, antesala de un terror sistémico que nos remite al pasado.
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De alguna manera, aunque no lo pretendiese, la directora pone el foco sobre un colectivo femenino invisibilizado, que en ocasiones opta por un deliberado camuflaje para difundir su doctrina. Un híbrido entre las tradwifes, esposas tradicionales, sumisas —a sus maridos— y ultraconservadoras, y las Karen, amas de casa blancas racistas. Precisamente, la idea de El club del odio surgió cuando una mujer denunció a la policía que un afroamericano la estaba amenazando en Central Park, algo falso, como probó un vídeo que había grabado el hombre.
La película comienza con una escena que recuerda vagamente aquellos hechos: Emily, una maestra de primaria sonriente y manipuladora, carga contra una trabajadora migrante mientras le hace carantoñas a un niño de anuncio. Una mujer sofisticada, con dos caras, que encierra un monstruo en su interior. Amable con los suyos y despectiva con los demás, convoca una reunión en unas dependencias parroquiales, donde anima a las presentes a fundar el club Hijas de la Unidad Aria mientras comen una tarta decorada con una esvástica.
Beth de Araújo, de padre brasileño y madre sinoestadounidense, solo tenía que bucear en su pasado y mirar a su alrededor para inspirarse, pero además observó los perfiles en redes sociales de esas mujeres que optan por una vida tradicional. "Me di cuenta de que todas las que tenían más seguidores y eran tendencia eran blancas, muy guapas, sofisticadas y con formación universitaria", ha declarado la cineasta, criada en San Francisco, a IndieWire. Con un rostro amable, advertía, inoculaban un ideario pernicioso a la sociedad.
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La maestra, trasunto de una profesora de primaria que dio clase a la directora, tiene claro que el lobo debe disfrazarse con piel de oveja. Y la propia Araújo también fue consciente de que, para enfatizar su denuncia, debía humanizar el odio, de manera que el desarrollo de los acontecimientos resulta más sorprendente. Tras ser expulsadas de la iglesia por el pastor, trasladan la cita a su casa. De camino, se encuentran con dos hermanas de origen asiático en una tienda y comienzan a humillarlas. El resto es spoiler y ensañamiento.
Nazis, racistas y homófobas
Volvamos al principio: el grupo acusa a los migrantes de quitarles el trabajo y de transmitir enfermedades, un discurso plano y hueco que entronca con algunas proclamas de Donald Trump. No todas son ricas, ni siquiera nazis, pero han canalizado sus frustraciones personales a través del odio al extranjero, que a su juicio amenaza sus valores occidentales reaccionarios. La imposibilidad de tener hijos alienta, por ejemplo, el rencor de Emily, quien llega a recurrir a su homofobia como arma arrojadiza contra su marido.
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Tampoco son perfectas, porque una de ellas ha pasado por la cárcel y el propio hermano de la maestra está preso por violación. Otra es hija de un líder del Ku Klux Klan, aunque para ellas el pedigrí debería sumar y no restar. Sin embargo, el culpable siempre es el diferente. Araújo se documentó y analizó su estrategia: "Descubrí que ha habido un rebranding de las mujeres de extrema derecha para tener la apariencia de personas inteligentes, sofisticadas e influyentes en Instagram, de modo que puedan llegar a todo el mundo de una manera más efectiva", ha declarado a Filmmaker.
La distribución de El club del odio (en inglés, Soft and Quiet) corre a cargo de Blumhouse, productora de películas de terror como La purga, pero cabría preguntarse si esta cinta se encuadra en el género. No cabe duda de que es un filme incómodo, rabioso y perturbador. También una denuncia sin tapujos del discurso del odio, de ahí que exponga con crudeza una realidad que permanece agazapada tras el porche de la casa de enfrente. ¿Terror doméstico? Las protagonistas, sin duda, meten miedo en casa propia y ajena, con unas cotas de sadismo imprevisibles.
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La acción del filme, rodado en plano secuencia y que puede verse en Filmin, se desarrolla durante una jornada en un pueblo cualquiera de Estados Unidos. El mensaje de la directora, no obstante, es universal: tu encantadora vecina podría ser una reaccionaria que, en el momento menos pensado, sería capaz de cometer una atrocidad inimaginable.