madrid
La ira parece campar a sus anchas. El ladrido ultra acapara titulares y se envalentona en las calles. Son tiempos de palitroque en la tribuna, de bilis filofascista y de mascarillas que en realidad son bozales, porque esconden fauces y no bocas. Tiempos de discursos basados en el odio hacia las minorías y hacia colectivos oprimidos, y que defienden la hegemonía privilegiada de siempre.
Ante esto, no queda otra que armarse de sentido, desearle suerte a los equidistantes y defender el bien común. Porque de eso va, en esencia, el antifascismo, de no dar un paso atrás frente a los que pretenden inocular la intolerancia en una sociedad que asiste perpleja a la vuelta de ideas y comportamientos muy parecidos a los del fascismo clásico. Ecos totalitarios que aún hoy reverberan en nuestro país.
"Al fascismo no se le discute, se le destruye", nos legó Buenaventura Durruti. Una sentencia que no admite ambages y que, puesta en perspectiva, evidencia hasta qué punto queda mucho por hacer. No en vano el bicho sigue vivo, colea en debates radiofónicos y en carteles de metro, también lo hace desde la tribuna, tratando de sacar tajada de la pobreza y la marginalidad, buscando chivos expiatorios entre los más humildes.
Se impone ser contundentes. Pero cómo. Todo el mundo puede ser Antifa. Manual práctico para destruir el fascismo (Plaza & Janés), a cargo del periodista catalán Pol Andiñach, puede ser un buen comienzo. Una invitación a escrutar de cerca la ignominia fascista y emprender la lucha sin importar la edad, el tiempo o las posibilidades que se tengan. Una llamada, a fin de cuentas, a explorar el antifascismo desde la transversalidad.
"Los movimientos antifascistas se han dedicado, entre otras muchas actividades, a confrontar en la calles a la extrema derecha, el antifascismo de espectro completo aboga por complementar la acción directa e incluir en la lucha a otros colectivos sin importar la disponibilidad o la edad que tengan", apunta Andiñach. Una mirada inclusiva que persigue un único objetivo, a saber; ensanchar la base de antifa.
Se trata de abrir la puerta, de entender que cualquier camino es válido si el destino es combatir a un enemigo común. Para ello, Andiñach apuesta por un movimiento antifa mucho más extenso, transversal, interseccional y plural de lo que ha sido hasta ahora. Un movimiento capaz de aglutinar, con diferentes niveles de implicación, a todas aquellas personas que se consideren antifascistas, de tal forma que puedan encontrar su posición y su rol en la lucha.
"Militar en una organización de barrio es militar en el antifascismo, ayudar a mantener barrios unidos y cohesionados que fomenten la integración de personas sea cual sea su color de piel, orientación sexual o lugar de procedencia es, también, una forma de antifascismo, pues impermeabiliza mucho los discursos de extrema derecha", explica Andiñach a Público.
En ese sentido, Todo el mundo puede ser Antifa permite ampliar el foco, estirar un poco el término antifascista y nutrir, de paso, unas filas que, en tiempos como el que vivimos, conviene tener bien servidas. Tal y como explica el autor en el libro, antifascista es "toda acción que quebrante, entorpezca o sea disruptiva con una dinámica discriminatoria o un discurso de esencia fascista, el cual, sin la presencia de dicha acción, se hubiera podido seguir desarrollando con normalidad".
Criminalización y estigmatización
Y en plena campaña electoral en Madrid, con el 4 de mayo a la vuelta de la esquina, resuena de nuevo lo del "ni fascismo ni antifascismo", esa oda a la equidistancia que entonan alegremente tanto políticos de extremocentro como sus serviles tribunos. Un combo mediático e institucional que explica, en buena medida, cómo hemos llegado hasta aquí.
"Desde las posiciones más hegemónicas, nunca ha interesado que haya colectivos con conciencia de clase trabajando en los barrios, tanto los medios de comunicación como la clase política han tratado de deslegitimar a estos colectivos, lo que ha dado vía libre a esa falsa idea de que somos lo mismo", denuncia Andiñach.
Una confusión interesada que, explica el autor, responde también a una estrategia de "luz de gas" en la que la extrema derecha, intencionadamente, ha fomentado la banalización del término fascismo, "manoseando y desgastando el término", de tal forma que "si todo es fascismo, nada es fascismo".
En cuanto a la idoneidad o no de imponer un cordón sanitario a este tipo de planteamientos ultra, Andiñach se muestra favorable pese a que, lamenta, ha llegado demasiado tarde. "Hemos visto cómo desde la prensa se le ha dado bombo a todas sus salidas de tono, también hemos presenciado masajes televisados a sus representantes, veo bien que se les haga un cordón sanitario, no son partidarios del debate, no tienen voluntad de diálogo ni intención de construir. Hay mucho en juego".
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