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BARCELONA.- Entrar en su piso es entrar en su estudio. O al revés, porque están fusionados. Una cosa u otra, todo forma parte de su universo pictórico. Cada rincón de la casa está repleto de su esencia: en las paredes, pasillos y habitaciones; en las flores que decoran los muebles, en las fotos con recuerdos distribuidas por las esquinas o en los cientos de sobres con sus encargos. Está volcada en ellos al cien por cien, como en todo lo que hace. Y es así porque es una artista honesta desde que se levanta hasta que se acuesta. Y porque deposita dosis de conciencia en cada trazo, en cada pincelada y en cada aliento que dibuja en sus letras…
Mientras atiendo una llamada, Paula desaparece y, cuando termino de responder, me avisa desde la cocina. Y allí está… con las manos marcadas de tinta, con mil cosas y tareas en la cabeza, pero con la invitación de una infusión, a la vez que medita cada respuesta por el filtro de lo que siente y piensa.
Veo que, en su caso, no separa el estudio del hogar…
Hubo un momento en el que pensé que era un error y debía separar vida privada de trabajo, aunque en realidad me cuesta considerar “trabajo” a lo que hago. Al final, he visto que mi yo natural lo mezcla todo porque es mi manera más natural de comunicarme. Intento que todo esté conectado. Hay un espacio algo más caótico donde pinto al óleo pero, normalmente, cuando trabajo con acrílicos, acuarelas o grafitos lo hago en el comedor, en la cocina o en otra de las habitaciones.
Este 2015 le deja dos viajes importantes, México y Chile. ¿Eran una obligación profesional o una evasión buscada?
Nada de lo que hago lo vivo como una obligación porque sé que tengo la suerte de vivir de lo que me gusta. México surgió gracias a la invitación de un festival de cine de género, el MIC. A Chile quería volver porque considero Santiago como un refugio. Viví allí cuando estudiaba. Recuerdo cuando pedí la beca Promoe. Solicité irme al lugar más lejano de Valencia y, entre las posibilidades que me ofrecieron, una era Santiago de Chile. Era la primera vez que cruzaba el Atlántico, con veinte años, sola, a otra cultura…
Un aprendizaje acelerado…
Sí, aprendí mucho como profesional y también en el plano personal. Hay un espacio que adoro, el Taller 99, un taller de grabado que inauguró Nemesio Antúnez y que ahora dirige Rafael Munita. Cuando llegué por primera vez a ese taller no quería salir. Quería encerrarme en él de nuevo para preparar mi última exposición, la que hicimos a cuatro manos la periodista María Leach y yo. Habla de un duelo por la muerte a destiempo y quise volver a técnicas como el óleo o el grabado, que exigen tiempos de espera y paciencia y en las que me encuentro muy cómoda. No sé cómo sucedió, pero un profesor de la UPC de Chile supo que estaría en Santiago y me contactó. Y ese viaje, que era para desaparecer temporalmente en el taller o viajando, acabó con mucho trabajo, con un mural enorme, firma de libros, charlas… Creo que al final ha sido uno de los viajes más emotivos e intensos que he hecho por el reencuentro con el pasado y por todo lo nuevo que me ha aportado.
Y si viajamos hacia atrás… ¿cómo gestionó Paula Bonet su boom en la carrera?
En 2010 empezó todo a encaminarse hasta este boom que comentas. En 2012 sí tuve que parar y observar desde fuera lo que ocurría porque estaba dentro de un torbellino en el que dudaba si quería o no estar por la proyección que tiene ahora el campo de la ilustración, porque muchas veces, ese boom, hace que nos alejemos de lo que realmente significa nuestro trabajo. No todos somos ilustradores. Por un lado es positivo que nos hayan metido dentro de ese saco. Pero, otras veces, no porque no nos sentimos del todo cómodos al mostrarse únicamente una cara de nuestro trabajo, porque muchos de nosotros somos también autores.
¿Prefiere, entonces, que la denominen “pintora”?
Sí, porque me formé en pintura y grabado y es lo que siempre hice hasta el 2010. Y todo lo que he hecho con mis dibujos ha estado muy vinculado a lo que hice cuando pintaba. Me cuesta mucho, por ejemplo, ilustrar el trabajo de otro o participar en una campaña publicitaria.
Ese despegue en su carrera llevaba mucho trabajo detrás.
Yo llevaba toda la vida pintando al óleo, montando mis dossiers, acudiendo a galerías, participando en concursos de pintura… y no me podía quejar. Y antes de decidir dedicarme a la pintura en pleno, estuve en academias de pintura, estudios de diseño gráfico, comedores escolares y en varios institutos de secundaria. De pronto, tengo unos dibujos que salen de una situación muy íntima y nada pretenciosa y conecto con un público con el que nunca lo hice. Fue normal estar un poco aturdida.
Cuando antes ha comentado que no ha desarrollado campañas publicitarias, ¿se debe a que no quiere que asocien su nombre con una marca?
Por una parte sí, porque me ha costado años de trabajo saber cómo me comunico. Creo una serie de dibujos de un modo concreto y he tardado mucho en llegar a ello. No lo quiero regalar a una marca. Quizás más adelante sí me sentiré preparada para ello, pero ahora mismo me cuesta mucho dar el paso.
Tiene muchos seguidores en las redes sociales. ¿Entiende las críticas que se pueden hacer a estas redes?
No sé si critican tanto las redes o lo que incluyen, como esa asistencia continua a fiestas para promocionar un producto, o posar en el photocall… Yo creo que es lo que me molestaría si fuera seguidor de alguien que me comunica algo a través de sus imágenes. No me habrás visto en un photocall o fiesta guay, no estoy a gusto. Yo lo respeto y no es que no me parezca bien. Pero no lo quiero para mí, porque lo veo más como una moda que se está explotando. Y si la gente fuera objetiva y lo viera desde fuera a nadie le gustaría ser una moda.
Las modas pasan y usted busca una trayectoria a largo plazo.
Yo creo que lo mío es una carrera de fondo pero si alguien me quiere asociar a una moda está en su pleno derecho. Antes no me hacía nadie caso, y ya pintaba. Y si dentro de quince años nadie me hace caso, yo seguiré pintando. Yo no dibujo porque lo que hago tiene repercusión. Sin repercusión los dibujos los habría hecho igualmente. A lo mejor, no habría hecho Amnistía Internacional, porque no tendría visibilidad y los de Amnistía no me habrían conocido. Seguramente tampoco habría podido colaborar con Greenpeace o Médicos Sin Fronteras. Las redes me sirven para conectar con creadores que admiro. Por ejemplo, sin esta proyección en redes, Christina Rosenvinge no sabría quién soy y no me habría encargado el arte de su disco. Y, por otro lado, estoy en contacto directo con un público y evito intermediarios, como pueden ser las galerías que antes decidían tu público y cómo mostrarte.
Para usted es muy importante trabajar en lo que cree y no ser una marioneta.
Podría hacer trabajos que me darían muchos beneficios económicos y no los hago porque prefiero… bueno, porque prefiero, no… ¡es que no podría hacerlo! Sólo puedo hacer aquello en lo que creo. Si no tuviera ese público que compra originales, quizás sí me vería en otra situación, es cierto, pero pienso que la honestidad con uno mismo es muy importante y da mucha paz mental hacer únicamente aquello en lo que se cree. Me siento muy afortunada, pero soy consciente de que esto es así por todo el trabajo que lleva detrás.
¿Y cuánto hay de ese pasado? ¿De dónde viene Paula Bonet?
Mi bisabuelo y abuelo hacían muebles. Vengo de una familia de tenderos, por vía paterna. Mi abuelo y mi padre, aunque vendieran muebles, son también artesanos. Ellos también restauraban. Recuerdo, en mi infancia, llegar al taller e irme con ellos mientras encolaban y tapizaban sillones o tallaban un rostro en el respaldo de una silla. Eso me parecía mágico. Y ese olor de cola, de madera… Bueno, y tengo las manos de mi abuelo (Ríe, mientras las muestra). Estas manos de señor, curtidas…
Entonces, anunciar que serías artista, no provocó pánico en la familia.
Bueno, sí, porque yo era muy buena estudiante y pensaban en otra carrera. Mi abuela era modista y también intentaba coser con ella. Pero ni mi abuelo me dejaba coger la sierra, ni mi abuela coger la máquina. Cada vez tenía más ganas de acercarme a sus oficios de manera más bestia, más directa. Recuerdo que cuando mi abuela se levantaba a la cocina, yo a veces me ponía en la máquina, pero esas máquinas tenían sonidos infernales y ya venía la consiguiente bronca.
Para usted serían una buena base.
Me ayudaron mucho a valorar la constancia y lo artesano. Y, por otro lado, mi madre era profesora de Educación Especial y venía cargada de libros. Así ya se completaba todo, una cosa equilibraba a la otra. Tuve la suerte de que vino un pintor con oficio al pueblo, Pepe Biot. Él me enseñó a amar el oficio, a mancharme las manos de óleo, a trabajar los planos, a dibujar… Mi refugio era esa academia. Él me decía que yo haría Bellas Artes y yo respondía que no fuera mentiroso, porque yo tenía que estudiar Derecho o Arquitectura. El día que tuve que elegir la casilla de la carrera fui honesta y marqué Bellas Artes. Pepe me dio un abrazo que no olvidaré nunca y me dijo… “ahora tenemos que informar a tu madre, pero no te preocupes que lo haré yo”. La llamó por teléfono y le comentó que sería restauradora para darle más seriedad al asunto y aliviarle un poco, aunque los dos sabíamos que nunca cursaría una asignatura de restauración.
¿Y cuándo dio ese salto a lo que hoy día se vende como “emprender”?
Yo daba clases y si tenía que pagar dos alquileres, la casa y el taller, me faltaba dinero. Aún no existía ese concepto que ahora está tan de moda. En aquel momento no me planteaba si era o no era “emprendedora”, yo simplemente quería poder mantener mi pequeño piso y no por ello tener que renunciar a tener un taller, así que recurrí a mi abuelo y le pedí el dinero de la boda para poder invertir en un espacio para pintar.
¿De la boda?
Sí. Yo veía que mi abuelo daba X dinero a mis primos cuando se casaban. Fui y le dije, “no voy a casarme, ¿puedo invertir ese dinero en un taller de pintura?” Cuando necesitas hacer algo, te vuelves loco hasta que encuentras la solución. Cuando sientes que tienes que hacer algo, tienes que hacerlo.
Y, en España, ¿al artista se lo ponen fácil?
Qué va. He llorado muchísimo también. Recuerdo que, aún en Valencia, me mataba a trabajar y a veces no me pagaban… Pero no podía hacer otra cosa salvo buscar trabajos paralelos. Lo de “ser emprendedor” es buscarse la vida. Yo desde que me levanto hasta que me acuesto no paro. Y no tengo viernes, ni sábados ni domingos, ni vacaciones.
En otros países europeos no se le da este trato al artista, empezando por la cuota de autónomos.
Es muy injusto cómo funcionan las cosas en este país. Se supone que mi caso es uno de los que se acercan al “éxito”, en mi contexto; pero para poder vivir tengo que hacer mil cosas al mismo tiempo. Ahora mismo vivo de la tienda on line, de encargos particulares, de mis proyectos y de mis libros. Me tengo que multiplicar y mi trabajo solo puedo hacerlo yo. Hay temporadas de mucho agotamiento mental y siento que necesito parar para oxigenarme, para no repetir patrones y no cansar al público y a nosotros mismos.
No es todo tan bonito como lo pintan.
Habla con cualquier autónomo y te dirá que se multiplica para trabajar o que no llega. Y, en lugar de pagar una cantidad proporcional a lo que facturamos, tenemos que pagar todos lo mismo. Y luego el IVA, es una pasada, las retenciones… Es muy frustrante a veces.
Salvo porque vive de lo que le gusta…
Claro, sabes que no puedes quejarte. Hasta hace cuatro años no pude cambiar las ventanas de mi casa y me salían, literalmente, sabañones. Ahora sé que soy muy afortunada, pero parece que por el hecho de vivir de lo que me gusta, me tengo que tragar lo que tengo que pasar. Y no es así.
¿Ha pensado, en algún momento, desarrollar su carrera en otro país?
No, todavía no ha llegado ese momento y no sé si sucederá. Viví mucho tiempo en Valencia y siempre quise vivir en Cataluña. Ahora mismo estoy encantadísima. Cómo se valora aquí el trabajo de un creativo, la cultura, cómo luchan por proyectos teatrales, musicales… y como lo valora la gente que lo consume. Desde que vivo aquí nunca me ha llegado ninguna propuesta de hacer nada por amor al arte. Siempre hubo un presupuesto por delante, más pequeño o más grande.
¿Le satura la situación política de Cataluña en su trabajo?
No lo puedes evitar. Seguramente, afecta más a mi vida que a mi trabajo. En Cataluña hay gente con opiniones muy distintas. Es el tema a la orden del día porque nos preocupa mucho, y aparece en conversaciones de forma muy natural.
¿Cómo convencería, a quien no lo valora, que la cultura es precisa?
El problema es que desde muy temprano no se nos dirige hacia esa valoración de la cultura y mucho menos a sentir que formamos parte de ella. No se valora lo creativo porque nos educan a todos siguiendo el mismo patrón. Luego no podemos pretender que si nos han “mutilado” esa parte desde pequeños, la gran masa pueda decidir que la cultura tiene valor, porque en ese caso haces, no decides. Es un placer ir al Museo del Prado y emocionarte. O leer un libro y salir de la lectura como si hubieras vivido diez vidas más. Poca gente puede conseguir eso porque es una labor de educación. La gente valora más ver una peli por su alto presupuesto y efectos especiales aunque sea una historia plana, a una de poco presupuesto de un lugar donde lo más importante es que una población encuentre un pozo de agua. Para mí, la segunda cuenta 1000 cosas más. No es que no nos eduquen. Es que no permiten que se nos eduque como debería.
¿Y ese concepto de la cultura gratis?
Cuando de joven me presentaban a alguien y les decía que era pintora lo más normal era que me respondiesen diciendo que les pintara su cara o cualquier otra cosa. Y me indignaba muchísimo porque pensaba… si pintara paredes, seguro que no me dirían “a ver si vienes a casa y me pintas una pared”. La reflexión de… “si le gusta pintar, que me pinte, le estoy dando placer, lo que ella quiere”, me parece lamentable. La gente se queda con la parte más superficial del oficio porque el contenido ni lo cuestionan.
¿Esta crisis ha aumentado su compromiso social?
Siempre que puedo colaborar con un hecho de justicia social lo hago. Uno se puede posicionar de muchas maneras. Yo tengo muy presente todas las injusticias y, cuando puedo, aporto mi grano de arena. He colaborado en campañas sobre el autismo o en proyectos de maltrato animal o de discriminación de género, un tema que me afecta directamente. Desde que mi trabajo tiene más visibilidad y yo también me he visto, a veces, expuesta en lugares donde había un patriarcado rancio y misógino. Y todo esto en un contexto muy “moderno” y actual.
Esas capas están ahí…
Quedan muchas capas aún. Estoy muy sorprendida, porque me encuentro habitualmente en situaciones incómodas de discriminación de género. Me preocupa mucho y mi siguiente proyecto editorial va en esa línea. Ojalá pueda transmitir lo que quiero decir. Hay muchos hechos que se dan por supuestos. Y la realidad es que a las mujeres, muchas veces, se nos transforma en objeto. Y cuando toca valorar a la mujer por lo que realmente es y hace, parece que tenga que justificarlo diez veces más que un hombre, cuando nadie nos ha regalado nada.
¿Qué le pediría Paula Bonet a los políticos?
Uf… (Medita unos segundos). Esto tengo que pensarlo con más calma…
Sí he comprobado que, en su trabajo, muestra su conciencia sobre el desarrollo del producto.
Míranos… Mireia y yo hacemos los paquetes. Todo lo hacemos nosotras. Las bolsas nos las hacen en Cataluña. Si hacemos camisetas, con colaboraciones puntuales, son con las que trabajan con productos de proximidad…
No busca una materia prima barata para el máximo beneficio.
No quiero multiplicar mi trabajo gratuitamente y acercarlo a un consumidor que no quiere consumir. No quiero imponer mi trabajo. Quiero que, si compras, sea porque realmente quieres. Aquí hay muchos temas a tratar. Uno es el respeto por el seguidor. Y otro, que prefiero vender veinte camiseta en lugar de doscientas porque sé que están bien producidas, que he visto las veinte antes de que lleguen a tu casa, y que se han hecho de una manera justa: el algodón es de este lugar, lo ha tejido esta señora, el patrón es de este diseñador, lo ha cosido esta empresa, lo ha estampado esta otra y aquí lo tienes... Esto incrementa el precio final.
Y eso le hace sentirse bien.
Yo me siento bien. Mira, eso sí es algo que le pediría a los políticos, esa honestidad. Actuar con coherencia, transparencia… pero son palabras que las escuchas y ahora mismo parece que han perdido su valor, que son como metáforas que, por el uso, se desgastan. Hay gente que me puede criticar porque al final acaban siendo un producto más caro que el que se nos ofrece por norma general, en otras tiendas, como una camiseta que vale diez euros… Pues mira dónde se ha producido. Es lo que decíamos antes. Cómo se nos educan culturalmente y socialmente y cómo se nos valora. Y con esto no digo que quiera ser exclusiva. Lo que digo es que quiero hacer las cosas bien. Y que si ahora sé que lo que hago gusta, no quiero aprovecharlo para reventarlo. Y esto es así porque siento mucho respeto por cada dibujo.
¿Qué le ha enseñado la pintura?
Me ha enseñado a ser paciente, constante, a entenderme, conocer cosas de mí y de otras personas, conectar con gente que me ha aportado, comunicarme, acercarme al cine y a la literatura…
Y después de plasmar tantas palabras y trazos sobre el amor, ¿qué ha aprendido del amor a través de la pintura?
¿No te sucede que lees un fragmento de algo que escribiste y luego dices… esto lo he escrito yo? Como si alguien te hubiese poseído y alguien hubiese decidido por ti la forma. Tú recuerdas que querías explicar algo así, pero no de esa manera. Es una pregunta delicada. Es… no puedo contestar a esto. (Sonríe, mientras sigue pensando). Es muy difícil… Ya está. Quizás, que no hay una sola manera de amar… Que tendríamos que revisar nuestra idea sobre qué es exactamente el amor.
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